Soy de Letras. No aspiro a entender la fórmula matemática encargada de dar razón de estos fenómenos en movimiento. Casi me conformo con aprovecharme del concepto para aplicarle cualitativa, no cuantitativamente, a la comprensión de algunas parcelas de la realidad. Otro concepto, el de “estructuras disipativas” del Premio Nobel de Química Ilya Prigogine, me sirve para entender que no todos estos cambios repentinos, desproporcionados e irreversibles son catastróficos. A veces, cambia la estructura de forma irreversible, pero mejorando la anterior, no meramente destruyéndola, para poder contener los cambios que la antigua estructura era ya incapaz de soportar. Serviría esta fórmula para explicar, por ejemplo, las mutaciones genéticas sobre las cuales se sostiene la evolución (los cambios evolutivos serían, pues, repentinos, no célula a célula).
En paralelo, sin embargo, a medida que aumenta el tamaño de la ciudad, de manera más o menos soterrada van creciendo también otros elementos disfuncionales y que en alguna medida amenazan el sistema. Así, cuanto más grande es una ciudad, mayor es la delincuencia, pero no en una proporción equivalente, sino en el mismo sentido que antes decíamos: tiende a aumentar exponencialmente. Lo mismo podemos decir de la contaminación y de las enfermedades. De todas formas, la estructura global de la ciudad, mientras se mantiene sana, puede ir controlando estas fuerzas disfuncionales que, si llegaran a rebasar ese control, amenazarían con provocar el colapso de la ciudad. “Allí donde hay un gobierno representativo eficaz -dice Ferguson–, donde existe una economía de mercado dinámica, donde se respeta el imperio de la ley y donde la sociedad civil es independiente del Estado, los beneficios de una población densa superan a sus costes. Pero allí donde no rigen esas condiciones sucede lo contrario”. Un marco institucional seguro puede incluso permitir que la estructura salga reforzada de las perturbaciones (es lo que asimismo sostiene Nicholas Taleb en su teoría sobre los “cisnes negros” y la antifragilidad). “Pero allí donde no existe ese marco –concluye Ferguson--, las redes urbanas son frágiles: pueden desmoronarse frente a perturbaciones relativamente pequeñas (como Roma cuando fue atacada por los visigodos en el año 410)”.
En principio, la conjunción de voluntades en una sociedad, de modo que el soporte institucional permita a esa sociedad sentirse como un solo cuerpo, sería un importante síntoma de estabilidad de esa estructura social en crecimiento (mejor habría que decir antifragilidad, según Taleb, porque es una estructura en movimiento y, por tanto, no estable). Pero no es suficiente: la sociedad más avanzada del mundo en 1932, atendiendo, por ejemplo, al número de premios Nobel de ciencias por habitante era Alemania. En 1933, subió el partido nazi al poder, y etc., etc. Así que hemos de conformarnos con atender a las fuentes de inestabilidad o fragilidad que, llegado un momento crítico, pueden superar en sus efectos a las de estabilidad y llevar a las estructuras sociales al colapso. Que estén detectadas en nuestra sociedad española, podemos considerar como fuentes de inestabilidad o fragilidad: las tendencias centrífugas nacionalistas y regionalistas que impiden que el cuerpo colectivo quede suficientemente integrado en una estructura común; la degeneración de nuestras instituciones, de nuestros poderes públicos, de los partidos políticos, de los sindicatos… de todo lo cual la corrupción económica es un síntoma, y el desprecio al principio de legalidad, otro; la usurpación de funciones de nuestra sociedad civil por parte de una burocracia administrativa sobredimensionada; el endeudamiento público en unas condiciones de falta de credibilidad ante los mercados que a menudo hace subir los intereses de una manera muy onerosa y que desplaza hacia las futuras generaciones la hipoteca del crecimiento; el avance de los grupos extremistas, representado por las expectativas electorales en crecimiento constante de Izquierda Unida, más que por la todavía hoy contenida expansión de protestas callejeras exasperadas, y contrarrestando la fuerza antifrágil que supone el crecimiento de UPyD; los enormes quistes cancerosos que nadie con poder asume que es necesario sajar, y que están degradando moral e institucionalmente a nuestra sociedad: los pactos políticos con los terroristas, la falta de investigación del atentado del 11-M de 2004, unos servicios secretos incontrolados y que recurrentemente inyectan su dosis de inestabilidad/fragilidad al sistema... Frente a todo esto, y como colofón de tales síntomas desestabilizadores, tenemos un gobierno dirigido por una persona que cree que la mejor solución de los problemas es la inacción y dejar que pase el tiempo, como si no existiera ese posible horizonte de colapso general si las fuentes de inestabilidad siguen creciendo y sin ser contrarrestadas, un gobierno, en fin, que no conoce la Teoría de las Catástrofes y cree que una situación de fragilidad como la nuestra puede prolongarse indefinidamente o incluso mejorar sin necesidad de actuar de ninguna forma para contrarrestarla.