—La teoría del caos, chicas, es la denominación popular de una parte de las matemáticas, la física y otras ciencias, biología, meteorología y economía, entre otras, que trata ciertos tipos de sistemas complejos y sistemas dinámicos muy sensibles a las variaciones en sus condiciones iniciales. Pequeñas variaciones en dichas condiciones, pueden implicar grandes diferencias en el comportamiento final, imposibilitando la predicción a largo plazo de cualquier fenómeno. ¿Lo entiendes, Rita? — me pregunta el profesor Martínez mientras él toma un poco del desayuno que le acabo de dejar en la mesa y yo intento asimilar lo que nos acaba de explicar, a su hija y a mí, sobre la teoría del caos. Siempre tan educado y atento con la niña, desde que su mujer falleció hace más de un año, en aquel terrible accidente de tráfico.
Pero debo dejarlos. Desde el otro lado de la barra la pareja de “enfadados” me llama. Han entrado por separado, primero Sonia, consultando el reloj cada minuto, hasta que nos ha escuchado hablar de la teoría del caos y se ha calmado un poco y enseguida ha llegado Tomás. Sé sus nombres porque les he escuchado hablar mientras estaba tostando pan para el profesor y su niña. Ella lleva una tormenta en la mirada y él la resignación pintada en el rostro. Parecen una pareja a punto de zozobrar, con la angustia de estar todavía juntos flotando entre los dos, pero sabiendo que ya no les quedan ilusiones que compartir en un futuro. Algo han comentado del trabajo de ella, sobre un posible traslado a Berlín… si hubiera podido estar unos segundos más escuchando, me habría enterado de toda la historia, pero esta mañana me he dormido, he llegado diez minutos tarde y todo va demasiado deprisa.
—Lo siento Sonia pero no puedo estar de acuerdo. Si aceptas ese trabajo en Alemania, va a resultarnos muy difícil mantener nuestra relación — le reprocha Tomás, intentando buscar la mirada huidiza de la chica, que se revuelve en su asiento, nerviosa.
—Creo que lo mejor para nosotros es que acepte ese trabajo Tomás — le contesta Sonia hablando en un susurro —. Deberías alegrarte por mí, ya que es una buena oportunidad, sobre todo sabiendo cómo están las cosas por aquí. Y, además, creo que es mejor que entendamos, cuanto antes, que no hay un posible nosotros…
—Me niego a aceptar eso Sonia. No puedo… Mejor lo hablamos esta noche en casa. No voy a llevarte al aeropuerto, llama a tu padre yo tengo que irme a trabajar — contesta Tomás, dejando a Sonia con la palabra en la boca, mientras deja unas monedas para pagar los cafés y sale precipitadamente del Bar, huyendo del problema antes de que ella pueda replicar.
—Perdón. Disculpe. No le había visto — le dice Tomás al señor con el que acaba de tropezar en la puerta mientras le agarra del brazo para que no caiga por el empujón y se agacha ayudándole a recoger las cosas que han caído al suelo. Entre ellas el móvil que llevaba en la mano y que, afortunadamente, ha caído sobre los papeles y los libros que llevaba el señor. En la pantalla un nombre: Blanca y la señal de llamando… De pronto la pantalla cambia de color y una voz femenina pregunta:
—¿José? ¿Eres tú? ¿Hola…? — esos segundos de incertidumbre mientras Tomás le ofrece el móvil al señor y este se queda con cara de no saber qué hacer.
—Un momento por favor — le habla Tomás al móvil — es que hemos tropezado y a José se le ha caído el teléfono al suelo… Tenga caballero. Buenos días — le dice poniéndole el aparato en la mano y marchándose a toda prisa, no sin antes mirar que Sonia sigue sentada en el taburete, pero ahora está llamando por teléfono. Supone que a su padre, taxista, para que la acerque al aeropuerto.
—Pero bueno, podría haber mirado al salir. Vaya prisas. ¿Y ahora qué hago yo? — piensa rápidamente José mientras ve el nombre de Blanca en la pantalla y observa como corren los segundos —. Sí, reconozco que estaba a punto de llamarla, que llevaba ya demasiado tiempo postergando esa conversación, pero así… ¿Qué le digo?
—Hola Blanca — dice al fin.
—Hola José, me alegra mucho escucharte de nuevo — oye como le contesta Blanca con su voz serena y suave, como siempre, desde el otro lado de la línea.
—Lamento la confusión pero es que un chico ha salido deprisa del Bar, me ha empujado, se me ha caído el móvil… Vamos un desastre. Nunca hubiera esperado que esta conversación empezara así. Pero ya sabes… soy torpe.
—Jajjajajjajaa — la misma risa franca y serena de la maravillosa mujer que recuerda, suena atravesando el éter. José, a pesar del tiempo transcurrido, vuelve a atar en ese instante, todos los maravillosos lazos que hace tiempo los unieron y, cerrando los ojos, hasta puede olerla de nuevo…
De pie en su despacho, en la planta quince de un moderno edificio de oficinas al otro lado de la ciudad, la famosa arquitecta Blanca Rodríguez se ha tenido que apoyar en el respaldo de su magnífico sillón de cuero. La llamada la ha pillado a punto de salir hacia el aeropuerto por una entrevista importante, pero al escuchar quien era, se ha puesto nerviosa. Oír la voz de José ha hecho que, de nuevo, le tiemblen las rodillas. Es increíble cómo, a pesar del tiempo transcurrido él seguía teniendo ese poder sobre su famosa férrea determinación. La misma que la ha llevado a triunfar en un mundo mayoritariamente masculino. Sin saber si sentarse o quedarse de pie al oírle, cerrando los ojos, se sorprende porque es capaz, incluso, de volver a oler su aroma, esa sutil y exótica mezcla de madera e incienso. Nadie había sido capaz, jamás, de provocar en ella esa mezcla de sensaciones hasta que se conocieron en aquel hotel, y nadie lo ha sido desde que lo dejaron, debido a sus muchos compromisos profesionales. Desde ese instante, una parte del corazón de Blanca, la mujer, se quedó encerrado para siempre, en el hogar y el tiempo que la arquitecta compartió con José.
—Me alegra mucho oírte reír Blanca. Sabes que siempre me gustó tu risa —. Y Blanca cierra los ojos para concentrarse en su voz, mientras se confiesa José con esa mezcla de timidez y seguridad en sí mismo que siempre le gustó. Lejos de todo lo falso que le rodea a ella a diario, él siempre dijo que le importaban muy poco sus trajes caros, que le gustaba desnuda y con la cara lavada. Que no sentía ningún respeto por todos los títulos que adornaban sus tarjetas. Que siempre quiso a la mujer no a la arquitecta y que el tiempo que la vida les dio para compartir fue el más maravilloso que pudo disfrutar nunca… hasta que la realidad se impuso al sueño y cada uno tuvo que seguir su camino.
—Ha pasado mucho tiempo José — le contesta Blanca con un punto de ternura en su voz —. Escucha, puede que te suene a vieja excusa, pero esta vez te prometo que es verdad. El estudio de arquitectura ya funciona por sí solo y tengo más tiempo para mí, pero tu llamada me pilla saliendo del despacho hacia el aeropuerto. Allí me espera Markus, mi socio Alemán y una chica que queremos contratar para la oficina nueva de Berlín. Ahora ya no viajo tanto, de hecho, he vuelto a instalarme hace unos meses en la ciudad… ¿Te apetece que cenemos mañana? ¿Sigue abierta esa pequeña pizzería junto al puerto? ¿Te parece vernos allí a las 9? Creo que nos debemos una larga velada y varias botellas de vino…
José se queda sin habla, mientras piensa en el bendito tropezón que le ha llevado a pulsar sin querer el teléfono de Blanca. No se atreve a confesarle que la llamada ha sido una casualidad. Es cierto que lo había pensado muchas veces y tantas otras lo había desechado, sobre todo desde que se enteró por un amigo común que había vuelto a la ciudad… pero ahora no podía creérselo…
—¡Eh!. Claro — acierta a contestar José —. Me apetece mucho volver a verte Blanca. Y sí, la pizzería sigue abierta, voy a menudo y seguro que se alegran de volver a verte. A las 9 en punto estaré allí. Gracias. Nos vemos mañana.
—No José. Gracias a ti por tu paciencia… de nuevo. Mañana te compensaré, te lo prometo — le contesta Blanca mientras mira su reloj y apresuradamente recoge su agenda y el bolso — Un beso muy grande — le dice sonriendo al teléfono mientras aprieta el botón del ascensor pensando en la enorme casualidad que le ha llevado a contestar sin mirar siquiera quien llamaba… las prisas.
—El taxi la está esperando en la puerta —, le indica el portero del edificio al llegar al vestíbulo.
—Muchas gracias — contesta Blanca mientras sube al coche — Al aeropuerto por favor. Tengo prisa.
—Vaya… es la tercera vez esta mañana que voy por allí. Acabo de dejar hace media hora a mi hija. Va a hacer una entrevista de trabajo importante. Estoy muy orgulloso de ella, ¿sabe? — Le confiesa el taxista mientras, al ver la mirada impaciente de Blanca por el retrovisor, mirando su reloj, arranca — No se preocupe señora, llegaremos enseguida.
Sobre el asiento contiguo, un ejemplar abierto del diario local, habla sobre la conferencia que el Profesor Martínez, experto mundialmente reconocido, impartirá esta misma tarde en el Paraninfo de la Universidad de Matemáticas sobre La Teoría del Caos y Blanca sonríe mientras piensa en que esa llamada accidentada puede llevarle, de nuevo, a encontrar la felicidad que hace tiempo creyó perder para siempre.
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