“No hay nada peor que añorar el pasado”, cuenta Manuel Alonso Losada, un hombre de 89 años que, casi cada día, sea verano o invierno, se baña en las aguas del Océano Atlántico, en la playa de San Roque, a las afueras de La Coruña. “Hay días –confiesa a Alfredo Varona en Público– en los que me duelen los huesos y hoy parece uno de ellos. No sé si será artrosis. No diría yo que no. Pero lo importante es sentir que uno puede con el dolor, vivir con cierta calidad y entrar dentro de ese agua tan fría, donde hago mis ejercicios durante diez, veinte o treinta minutos, los que sean. La duración es lo de menos. Porque este agua te devuelve la energía que uno necesita para el resto del día y hasta diría más: yo creo que te reaviva la sangre”.
Manuel Alonso nació en Rivadavia, en Ourense, en una aldea llamada San Cristóbal. Desde allí, nunca ha dejado de batallar. Y, hasta que llegue su hora, piensa seguir peleando para vivir como quiere o para bajar el estómago porque, aunque parezca difícil entender, nunca estuvo tan gordo. “El problema es que ahora hay días en los que el vientre no me funciona bien”, añade, y promete que “jamás he pasado por el quirófano. Ahora, sólo estoy esperando una operación de cataratas. Pero nada más… No somos nadie para destrozarnos a nosotros mismos la vida en la que, además, estamos de paso. Mañana dejaremos de ser lo que somos hoy y no es que lo diga yo por mi edad, sino porque todos tenemos una fecha. Todo lo que nace tiene que morir. A veces, parece que se nos olvida y no debería ser. Uno tiene que vivir y no castigarse a sí mismo. No me gusta esa palabra. Vivir es más importante porque, además, ya pueden estar otros para castigarnos, lo merezcamos o no”. Lo dice un hombre que fue empresario constructor. Un empresario por encima de todo al que le embargaron todo.
“Hoy en día, todavía se quedan con 160 ó 170 euros de mi pensión”. Manuel Alonso ha aprendido a vivir con los 800 euros que le llegan, más los 200 que le corresponden por la viudedad de su mujer. Asegura que “si uno se lo propone, no se tiene por qué vivir mal. Yo prefiero estar a gusto. Trabajé mucho, demasiado y, aparte de los estudios de mis dos hijos, uno hizo Farmacia y la chica, Empresariales, me queda esto y la libertad de mirar al cielo y de ver que mi conciencia está limpia porque nunca hice negocios sucios”. Un hombre que, de tener todo, pasó a tener lo justo para vivir... “Pero aprendí a hacerlo y no pasa nada. Uno se puede adaptar a todo”.