La tercera restauración borbónica

Publicado el 19 julio 2016 por Monetarius

Parece que la jugada va asentándose. La Gran Coalición debía tomar, poco a poco, sus contornos hispánicos -diferentes de los germánicos-, que no necesariamente iba a configurarse como un gobierno formal entre el PSOE y el PP. Para llegar a esos acuerdos la democracia española necesita tiempo y desnazificación (algo para lo que el tiempo se está pasando). Aún así, no estaría claro que funcionase. Si el PSOE no ha terminado como el PASOK o el Partido Socialista Italiano es porque el PP, al tener dentro a la extrema derecha, le da siempre oxígeno para que siga pareciendo que es de izquierdas. Aunque sea responsable de haber abierto la puerta a todos los desmanes que ha culminado después el PP (privatización de la sanidad, reforma laboral, especulación inmobiliaria, corrupción, uso de las instituciones del estado en interés propio, privatización de las pensiones, cesiones a Europa). Al PSOE le fue dado cumplir con las exigencias de un país en lucha que desde los finales del franquismo presionaba en una dirección democratizadora. Articuló de una manera cicatera esas exigencias ciudadanas -tenemos el Estado social más débil de nuestro entorno, como ha demostrado Vicenç Navarro- y en cuanto hubo la ocasión, dirigió el desmantelamiento. Alemania siempre ha mandado mucho en el PSOE. Desmantelamiento que nunca se le hubiera permitido a la derecha. Ya vale de decir, pues, que el PSOE trajo el estado social: lo trajo el pueblo y lo perdió también el pueblo cuando dejó de defenderlo delegando la política con el argumento de que habíamos mejorado mucho. El PSOE puso en marcha el estado social con el pueblo apoyando ese cambio, y lo empezó a desmantelar con el pueblo en la calle en su contra, haciendo al PSOE la huelga general que no le había tenido que hacer a la derecha.

El 15-M lanzó el mensaje de que la Constitución del 78 ya no daba más de sí. Bastaron dos preguntas: ¿por qué no me representas? y ¿por qué me excluyes? Porque somos una democracia representativa y, según el artículo 1 de la CE78, un estado social. El “no nos representan” fue tomando en Cataluña cuerpo como  “derecho a decidir”. El pueblo en la calle y la periferia empujando son sinónimos de cambio.

Una vez más, como con Carlos IV, con Fernando VII, con Isabel II y con Alfonso XIII, con una corte corrupta, rodeada de cortesanos ladrones y ociosos, y una ciudadanía expulsada e indignada, presionó para que la Constitución diera cabida a las nuevas exigencias democráticas. Como con la Constitución de Cádiz se recordó al Rey que la monarquía era un depósito de la nación, como con Isabel II y Alfonso XIII se recordó que la monarquía podía dejar paso a una república (la primera vez que el constitucionalismo español es democrático es en 1931). Como con Fernando VII, los 100.000 hijos de San Luis de la Troika solventaron las cuitas europeas en suelo hispano, y presionaron para que las cosas permanecieran en su sitio mientras el pueblo reclamaba soberanía nacional y popular. Somos, como dice Pérez Royo, el único país que restaura monarquías. El Rey Juan Carlos I tuvo que abdicar, pero ni el PSOE ni el PP quisieron que la jefatura del Estado pasara por un referéndum.  Felipe VI sigue esperando entrar en escena con algo que le permita justificar en el siglo XXI ser rey solo porque pertenece a la familia de los Borbones. Si su padre lo obtuvo con la farsa del 23-F, el hijo lo va a intentar haciendo un tinglado de la nueva farsa en Cataluña.

La única pieza que rompió los planes (los planes en política se hacen siempre, pero no significa que se cumplan) fue el surgimiento de Podemos. La primera reacción fue de sorpresa (tan grande ha sido la impunidad del turnismo bipartidista). La segunda, impulsada por la banca, la creación de Ciudadanos como muleta nueva de lo viejo. Han sido meses de confusión donde las bolas de cristal estaban desajustadas. Tanto que se han repetido unas elecciones.

Pero el poder presiona para que las aguas vuelvan a su cauce. Más sucias y con menos caudal pero a su monárquico cauce. Y vuelven a marcar el futuro con su precisión material. Y los norteamericanos, por fin, contentos. Ya hay nuevo gobierno. El PP se apoya, obviamente, en Ciudadanos. Rivera, que es un mandado, se traga sus palabras gruesas sobre Rajoy, porque Rajoy nunca ha sido solo Rajoy sino una parte del PP enfrentada con otra parte, y obtiene, de momento, una presencia en la Mesa del Congreso que no se corresponde con su magro resultado electoral. El pacto PP-Ciudadanos estaba escrito en las estrellas porque, de no ser así, a Ciudadanos le pasaría lo mismo que a UPYD cuando no entendió que no podía personarse en la querella de Bankia sin que la banca le castigara. El PP necesita igualmente apoyarse en los viejos social nacionalistas de derechas mientras se ve qué ocurre con las mayorías absolutas (que parecen cosa del pasado). Para ello, da presencia al PNV en la Mesa del Congreso y garantiza grupo parlamentario también al maltrecho PDC, antigua Convergencia. Esos que ayer eran tan malvados, tan independentistas y con los que nadie quería pactar. Y que deciden acordar con el PP porque Unidos Podemos les ha ganado en votos tanto en Euskadi como en Cataluña. Qué flexible es la vieja política. Les ayudan a salir de su deriva independentista y pactan un nuevo acuerdo fiscal (que es la medalla que se apuntará Felipe VI, el pacificador del Ensamble) como solución constitucional falsa a la petición desde abajo del derecho a decidir. Y, seguramente, intentan, en la medida de lo posible, aliviarle los problemas penales que arrastran los Pujol, Mas y compañía. De momento, se cargan al Ministro de la Brigada Político y Social Fernández Díaz.

¿Y qué pinta el PSOE en todo esto? Pues que, por fin, la vieja guardia ejecuta a Sánchez por desobediente y por haber llevado al partido al peor resultado de su historia. Carga con las culpas de que gobierne Rajoy, apela a la responsabilidad nacional para salvar la cara (de aquella manera) y su partido empieza su camino al turnismo -para cuando le toque, que en ese marco siempre termina tocándole-  con su peculiar forma de empezar de nuevo, esta vez con la recién llegada Susana Díaz. Al final, lo que tenemos es una nueva restauración borbónica, después de la de 1876 y la de 1978 (posibilitada por Franco al nombrar en 1969 a Juan Carlos de Borbón su sucesor a título de Rey siguiendo las leyes franquistas), que acalla el movimiento popular que nace del 15-M y que sigue exigiendo una España que deje de ser posfranquista. Una España más joven, urbana, formada, feminista, que se mueve con soltura en internet, que no ve lo de fuera ni con miedo ni con devoción. y que ve a la España de Rajoy, Rita Barberá, Granados y los reyes de refilón en el salón comedor a través de un televisor en blanco y negro con el sonido distorsionado.

Pero eso es solamente el plan de las élites. Porque estamos en una fase final del ciclo económico y queda mucha batalla para no perder todos los derechos sociales ganados desde hace más de medio siglo. Queda por ver si Unidos Podemos completa su conversión en un Frente Amplio que confronte esta conspiración fatigada de lo antiguo y le permita tanto recuperar el millón de votos que se quedó en casa este 26-J como ganar otros dos millones demostrando que tiene un plan diferente, realista, comprometido, audaz y desobediente para España y sus mayorías. Para que la tercera restauración borbónica, vendida como una segunda transición, tenga, por fin, los elementos necesarios de ruptura para que no volvamos a comernos los gatos que quieren poner en nuestros platos los señoritos que quieren quedarse, otra vez, con todas las liebres. Como en el 18 de julio que hoy algunos no quieren no sólo condenar sino ni siquiera recordar.