Numa Molina
Periodista
“Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de Mi boca.” (Apocalipsis 3, 15-16).
Latinoamérica es noticia porque un líder de la extrema derecha argentina será su nuevo presidente, y no impuesto sino elegido por el pueblo.
Momento de reflexión para la izquierda latinoamericana y caribeña. Piensen ustedes hasta dónde es capaz de llevar al pueblo la incoherencia de una izquierda ambigua de la que ese mismo pueblo comienza a desconfiar, debido a sus conductas y su posturas que nada tienen de izquierda ni de revolucionaria.
Para Argentina representó un gran costo social, económico y político los años de Mauricio Mauri y, asqueados por el estado de cosas, el pueblo decidió darle de nuevo un voto de confianza al peronismo. Pero un peronismo blando, que sigue sintiendo vergüenza de llamarse y actuar radicalmente como izquierda.
Muy contundentes eran la Ley de Moisés y los textos de los profetas en tiempos de Jesús y muy expertos los estudiosos de aquellos textos, sin embrago el maestro de Nazaret en su constante enfrentamiento con aquel sistema teocrático que gobernaba su tierra dijo, refiriéndose a los líderes: “hagan lo que ellos dicen pero no se comporten como ellos, porque ellos lo que dicen no lo hacen” ahí estaba el gran pecado, decir y no hacer y eso se llama incoherencia.
De posturas blandas o acomodaticias tenemos ejemplos sobresalientes en América Latina: las negociaciones de Lula y Dilma con la derecha brasileña, las condescendencias de Evo con la OEA para que arbitrara el resultado de unas elecciones que él había ganado claramente, la conducta de alternancia democrática asumida por Correa en Ecuador al entregar a otro el proyecto que con tanta esperanza había construido y esta vez la ambigüedad de Alberto Fernandez en Argentina para sobrevivir en un momento en que el pueblo pedía más radicalidad del gobierno a su favor mientras él se procuraba coquetearse con el FMI. Si no podías porque la derecha te apabullaba pues vete a las calles con ese pueblo que reclama tu presencia. Con líderes bonitos, de escritorio, que no se arriesgan a ser hombres y mujeres nuevos no se construyen izquierdas ejemplares. Fue tan frío e inoperante el gobierno de Fernández que ni siquiera fue capaz de lograr la libertad para una indígena argentina, defensora de los derechos humanos como Milagros Sala, cuyo único pecado ha sido levantar la voz sin miedo para defender a los de su misma raza y condición.
Son acumulados que el pueblo va sumando uno y otro día pero en silencio y con paciencia. ¿Y la rabia? de la rabia se encarga la derecha con su hegemonía mediática, pues construir así una narrativa es trabajo fácil, porque cierta «izquierda» boba, mansa, ineficaz e ineficiente, imbuida en sus propios negocios y en su propia corrupción se ha encargado de la incoherencia casi que como su única tarea. Esta de la que hablo es una narrativa tan letal, que hasta es capaz de borrar las memorias de los pueblos los más nobles ideales que un Bolívar, un Sucre, un Zamora, un Rodríguez, un Chávez o un Kirchner soñaron para la posteridad.
Por eso llamarse de izquierda para luego convertirse en un adefesio político es extremadamente peligroso para el futuro de cualquier proceso que se precie de llamarse revolucionario. De una revolución el pueblo espera inclusión donde había exclusión, cercanía de sus líderes donde había distanciamiento, compromiso de a pie donde los líderes nunca se embarraban los pies, honestidad a toda prueba donde antes había corrupción, sinceridad y transparencia donde antes había mentira y falsedad, humildad en sus líderes para escuchar correcciones donde antes había soberbia, un sistema de justicia coherente e incorruptible donde antes había jueces corruptos, y así sucesivamente.
Quiero decir con lo anterior, que ser de izquierda y llamarse revolucionario implica no solamente un compromiso político, es necesario asumir su lucha cotidiana como un apóstol de la política porque la política debe ser un apostolado si quieren rescatar el nombre quienes la ejercen. El apóstol no espera nada a cambio, no tiene planes de enriquecerse, no engaña, el apóstol sufre cuando su pueblo sufre, el apóstol es apóstol por vocación no por interés, el apóstol entrega la vida por la causa de las mayorías olvidadas.
Hoy vivimos un momento muy complejo de la historia. Los pueblos, a pesar de tantos medios de comunicación, siguen estando sub-informados porque no se les dice la verdad mientras la mentira viaja campante avasallando las mentes de las masas. Ante un cuadro tan complejo como este que viven los pueblos lo único que prevalece ante su mirada es el testimonio, el ejemplo, la verdad. El único antídoto ante los liderazgos perversos de extrema derecha que van surgiendo es la coherencia, la verdad, la transparencia de vida. Me dirán que estoy exigiendo casi un imposible pero no es así. La historia de los pueblos que han llegado muy lejos en libertad de espíritu está llena de luchas, de sacrificio, de ir contracultura, de vivir en la verdad.
O las izquierdas latinoamericanas hacen de la coherencia una opción de vida o todas correrán el peligro de ir cayendo como castillo de naipes arrastradas por la inercia que generan los cargos y la comodidad, aunado a los negocios solapados de los que el pueblo siempre tendrá noticias.
Inspirado entonces en el libro del Apocalipsis, puedo afirmar que “a los tibios los vomitan los pueblos”