La Tierra del Fuego y las montañas del fin del mundo

Por Inshalatravel @inshalablog

La primera vez que estuve en Tierra del Fuego hace 22 años, durante el final de la primavera austral, resultó una experiencia que produjo en mí una gran cantidad de impresiones, a pesar del corto espacio de tiempo que permanecimos allí.

Me encontraba en la ciudad de Punta Arenas, con un amigo, con el que había estado recorriendo el sur de Chile, desde Santiago. Era mi primer viaje por tierras australes, llevábamos casi un mes en ruta y tan solo nos quedaban tres días para coger el avión de vuelta a Santiago.

Esa noche, en un momento en que nuestra sensatez se encontraba fuera de combate, debido a las copas que nos estábamos tomando en un animado local de la ciudad, decidimos que a la mañana siguiente pondríamos rumbo a Ushuaia, la ciudad más austral del mundo.

Al siguiente día y fieles a nuestra decisión de la noche anterior por descabellada que pudiese parecer, nos dirigimos a una agencia de alquiler de coches local y después de algunos tediosos trámites, teníamos a nuestra disposición un Ford Láser para recorrer los 650 kilómetros que nos separaban de Ushuaia, la mayoría por tramos sin asfaltar.

Salimos a las dos de la tarde de Punta Arenas, cruzamos el Estrecho de Magallanes en un ferry, llegamos al paso fronterizo de San Sebastián y tras pasar el control aduanero en una oficina donde había una invasión de polillas, pasamos a territorio argentino. Después de hora y media más de viaje llegamos a la ciudad de Río Grande, en donde hicimos una parada para cambiar moneda local, el viento era tan fuerte que tuvimos que ayudar a una señora para que no se la volase el perrito que estaba paseando, no había un alma por las calles. Se había hecho de noche y en uno de los tramos de ripio de la carretera se nos había roto un faro delantero, de modo que tuvimos que hacer el resto del camino-unas tres horas-con el coche tuerto, esto nos retrasaría un poco al obligarnos a ir más despacio.

Llegamos a Ushuaia a eso de las once de la noche, después de nueve horas de viaje, buscamos un hotel y una taberna en el puerto donde nos dieron algo de cenar y un buen rato de conversación, a la una dimos por finalizada la larga y agotadora jornada.

Como solo disponíamos de esa mañana para hacer alguna actividad, había que elegir en que la íbamos a ocupar de entre un montón de atractivas posibilidades, la decisión no era fácil y había que tomarla rápidamente. Decidimos hacer una excursión en barco por el Canal del Beagle, visitaríamos alguno de los numerosos islotes que hay y tendríamos la ocasión de ver alguna colonia de lobos marinos y de cormoranes que allí se concentran, así como de disfrutar de los fabulosos paisajes que rodean el canal.

A las diez de la mañana ya estábamos subidos en el barco que acababa de salir del puerto, la excursión duraría tres horas. El Canal del Beagle desde Ushuaia y en dirección Este, discurre entre la Isla Grande de Tierra del Fuego y la Isla Navarino, la frontera entre Argentina y Chile se sitúa por el medio del canal.

La luz a través de las nubes producía un efecto tenebrista que imprimía al paisaje un carácter irreal, especialmente hacia el otro lado del canal, en la Isla Navarino y en todo su horizonte montañoso, era una visión que atraía como un imán, parecía un lugar lejano, inaccesible y mágico. Sentí el deseo de ir hasta ese misterioso lugar.

-¡miren! ¡es el faro del fin del mundo!- gritó alguien de repente y yo pensé

-¡claro! El faro del fin del mundo y aquellas ¡las montañas del fin del mundo!-

Se trataba del faro Les Eclaireurs, al que mucha gente confunde con el faro de la famosa novela de Julio Verne, que en realidad se encuentra en la Isla de los Estados, en el extremo Este del archipiélago de Tierra del Fuego.

Después de observar y fotografiar gran cantidad de leones marinos y diferentes tipos de aves acuáticas, regresamos al puerto de Ushuaia, era la una de la tarde y teníamos que volver a Punta Arenas. A la una y media ya estábamos despidiéndonos de la ciudad rumbo al norte, no había tiempo para más, a la salida de la ciudad recogimos a una autoestopista que se dirigía a Tolhuin, pequeña población del interior de la isla que se encuentra a poco mas de una hora de camino cerca del Lago Fagnano y que nada tiene que ver con hobbies, ni elfos ni nada por el estilo a pesar de su nombre "tolkieniano".

Mantuvimos una interesante conversación con nuestra invitada, sobre las costumbres de los actuales isleños y aprovechamos para parar a comer en una "estancia" cercana a Tolhuin, que nos recomendó nuestra amiga. Después de ocho horas más de ruta, estábamos de nuevo en Punta Arenas de regreso de nuestro viaje relámpago a la Tierra del Fuego.

Al día siguiente cogimos un vuelo a Santiago poniendo fin a nuestro periplo por tierras patagónicas, antes tuvimos que resolver con la compañía de alquiler de coches algún problemilla derivado del hecho de que el Ford Láser había llegado del viaje en un estado bastante penoso, debido al mal estado general de las carreteras fueguinas.

Desde el primer momento quedé fascinado por esas remotas soledades del sur de América y regresé a la Patagonia cinco años mas tarde, esta vez mi viaje discurrió por la región de Magallanes y por los Andes patagónicos y tuvo un carácter más alpino.

En mi tercer viaje por estas latitudes volví a la Tierra del Fuego y esta vez tuve suficiente tiempo para explorar la ciudad de Ushuaia con detenimiento, los alrededores del Lago Fagnano y los Montes Martial, el Parque Nacional de la Tierra del Fuego, ver pingüinos en la Isla Martillo o degustar el "asado patagónico de cordero" y la "centolla fueguina". También tuve ocasión de ver algunos restos arqueológicos de los yaganes, una de las al menos cuatro etnias que habitaban estas islas y que de ellos, como decía el padre De Agostin i, hoy no queda mas que un doloroso recuerdo.

También volví a recorrer en barco el Canal del Beagle y volví a contemplar las lejanas montañas de la Isla Navarino, lugar donde sigue sin ir prácticamente nadie y donde parece que se interpusiera una barrera invisible de cristal coincidiendo con la línea fronteriza entre Chile y Argentina.

Tuve la misma sensación, sentí la misma atracción que sentí tantos años antes, el mismo deseo de aventurarme hasta allí, solo que esta vez si cabe más fuerte.

Soy de los que piensan que en los viajes no hay que pretender verlo todo de una sola vez, es mejor dejar algo para otra ocasión, porque también es bueno pensar que habrá otra ocasión.

Y en este caso mi decisión esta ya tomada.

Porque sé que las montañas del fin del mundo me siguen esperando...

Pepe

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