La tierra, como recurso esencial, se encuentra sujeta en la actualidad a una creciente presión por parte del ser humano, que el cambio climático acentúa.
A esto se le une la imperante necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en todos los sectores de actividad, lo que incluye el de la tierra y el alimentario, siendo esta reducción el único modo de mantener el calentamiento global muy por debajo de 2 °C.
Estas cuestiones son parte de lo tratado en el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) publicado recientemente y titulado de El cambio climático y la tierra.
Como sabrás, fue a finales de 2015 cuando los gobiernos respaldaron el objetivo del Acuerdo de París de reforzar la respuesta mundial al cambio climático manteniendo el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales, comprometiéndose a realizar los esfuerzos necesarios para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 °C.
Este reto se ha encontrado con algunas circunstancias limitantes, como la necesidad de mantener la productividad de la tierra a fin de velar por la seguridad alimentaria en un contexto de incremento demográfico y de aumento de los efectos negativos del cambio climático en el crecimiento de la vegetación.
Ello significa que la contribución de la tierra a la lucha contra el cambio climático, por ejemplo, mediante los cultivos destinados a la generación de energía y la forestación, no es infinita. Y no puede olvidarse que se necesita tiempo para que árboles y suelo capturen el carbono con eficacia.
La gestión de las actividades relacionadas con la bioenergía debe ser extremadamente cuidadosa con el fin de evitar riesgos para la seguridad alimentaria y la biodiversidad y problemas de degradación de la tierra.
Mirando en positivo podemos decir que el mundo reúne las condiciones idóneas para hacer frente al cambio climático cuando la sostenibilidad se considera una prioridad global, y podemos anticipar que la consecución de los resultados adecuados dependerá de la instauración de políticas y de sistemas de gobernanza a nivel local.
En este contexto de reducción, el uso de la tierra para fines agrícolas, silvícolas y de otra índole supone el 23% de las emisiones antropógenas de gases de efecto invernadero (GEI).
En relación a esto, los procesos naturales de la tierra absorben una cantidad de CO2 equivalente a prácticamente una tercera parte de las emisiones de GEI causadas por la quema de combustibles fósiles y la industria.
También es importante resaltar que la tierra que ya se está cultivando podría alimentar a la población en un contexto de cambio climático y ser una fuente de biomasa que proporcione energía renovable, pero se deben adoptar iniciativas tempranas de gran alcance que incidan simultáneamente en diversos ámbitos, lo que también permitiría velar por la conservación y restauración de los ecosistemas y su biodiversidad.
Desertificación y degradación de la tierra
Sabemos que la degradación de la tierra socava su productividad, limita los tipos de cultivos y merma la capacidad del suelo para absorber carbono.
Esto contribuye a acelerar el cambio climático y el cambio climático, a su vez, acelera la degradación de la tierra de otros muchos modos, por lo que las decisiones que tomemos a favor de una gestión sostenible de la tierra ayudará a reducir y, en algunos casos, revertir esos efectos adversos.
En un futuro con precipitaciones más intensas, el riesgo de erosión del suelo de las tierras de cultivo aumenta, y la gestión sostenible de la tierra es un modo de proteger a las comunidades de los efectos nocivos de esa erosión del suelo y de los deslizamientos de tierra.
Sin embargo, nuestro margen de maniobra es limitado, por lo que en algunos casos la degradación podría ser ya irreversible.
Aproximadamente 500 millones de personas viven en zonas afectadas por la desertificación
Las regiones que experimentan ese problema y la que tienen tierras áridas también son más vulnerables al cambio climático y los fenómenos de gravedad extrema, como sequías, olas de calor y tormentas de polvo, y el aumento de la población mundial no hace sino someter esas zonas a más presión.
Los nuevos conocimientos evidencian un incremento de los riesgos de escasez de agua en las tierras áridas, daños por incendios, degradación del permafrost e inestabilidad del sistema alimentario, incluso en un escenario de calentamiento global de aproximadamente 1,5 °C.
Se considera que el riesgo relacionado con la degradación del permafrost y la inestabilidad del sistema alimentario alcanzará un nivel muy elevado en el caso de un calentamiento de 2°C.
Seguridad alimentaria
La adopción de iniciativas coordinadas para hacer frente al cambio climático puede suponer la mejora simultánea de la tierra, la seguridad alimentaria y la nutrición, además de ayudar a acabar con el hambre.
El cambio climático afecta a los 4 pilares de la seguridad alimentaria:
- Disponibilidad: rendimiento y producción
- Acceso: precios y capacidad para obtener alimentos
- Utilización: nutrición y preparación de alimentos
- Estabilidad: alteraciones de la disponibilidad
Se estiman que los distintos efectos se evidenciarán en función del país, pero las consecuencias serán más drásticas en los países de bajos ingresos en África, Asia, América Latina y el Caribe.
El hecho constatado de que aproximadamente una tercera parte de los alimentos producidos se pierda o desperdicie no ayuda precisamente a mejorar esta situación. Las causas que llevan a esa pérdida o desperdicio presentan diferencias sustanciales entre países desarrollados y en desarrollo, así como también entre regiones.
La reducción de la pérdida y desperdicio de alimentos supondría una disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero y ayudaría a mejorar la seguridad alimentaria
También es importante señalar que algunos patrones alimentarios requieren más agua y tierra y provocan, en comparación con otras alternativas, más emisiones de gases de efecto invernadero.
Dietas equilibradas basadas en alimentos de origen vegetal (como cereales secundarios, legumbres, frutas y verduras) y alimentos de origen animal producidos de forma sostenible en sistemas que generan pocas emisiones de gases de efecto invernadero son una buena oportunidad para adaptarnos al cambio climático y de limitar sus efectos.
Así, gestionar los riesgos para la tierra y del sistema alimentario para reducir sus vulnerabilidades puede incrementar la resiliencia de las comunidades a los fenómenos extremos.
Esto se puede materializar mediante cambios en la alimentación o en la disponibilidad de cultivos que eviten una mayor degradación de la tierra e incrementen la resiliencia ante una meteorología poco propicia.
La reducción de las desigualdades, el aumento de los ingresos y la garantía de un acceso equitativo a los alimentos para que determinadas regiones (en las que la tierra no puede proporcionar alimentos en cantidad suficiente) no estén en desventaja son estrategias alternativas de adaptación a los efectos negativos del cambio climático.
La instauración de un enfoque global en el que prime la sostenibilidad, unido a la adopción de medidas tempranas, es una buena combinación para afrontar el cambio climático, que debería ir unido a un crecimiento demográfico reducido, una disminución de las desigualdades, así como de una mejor nutrición y un menor desperdicio de alimentos.
De ese modo se lograría un sistema alimentario más resiliente y se multiplicaría la cantidad de tierra disponible para el cultivo de variedades destinadas a la generación de bioenergía, pero sin renunciar a la protección de los bosques y los ecosistemas naturales.
Ahora bien, si no se adoptan medidas adecuadas en esos ámbitos, se requerirá más tierra para la producción de bioenergía, y ello llevará a la adopción de decisiones difíciles sobre el futuro uso de la tierra y la seguridad alimentaria del mañana.
Respuestas al cambio climático relacionadas con la tierra
Políticas adicionales y ajenas a los sectores de la tierra y la energía, como las relativas al transporte y el medioambiente, también pueden resultar decisivas para hacer frente al cambio climático, y aunque ya se han puesto en marcha algunas iniciativas ligadas a la tecnología, debemos ampliar su escala de aplicación para que se hagan extensivas allí dónde se precise.
El uso más sostenible de la tierra, la reducción del consumo excesivo y el desperdicio de alimentos, la eliminación de la tala y la quema de bosques, la prevención de la recolección excesiva de leña y la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero encierran un verdadero potencial, que contribuirá a resolver las cuestiones del cambio climático relacionadas con la tierra.
Concluimos recordando que el IPCC es un órgano internacional que se encarga de evaluar el estado de los conocimientos científicos relativos al cambio climático, sus impactos y sus futuros riesgos potenciales, así como las posibles opciones de respuesta. Fruto de su trabajo es una serie de informes planificados, y de los cuales es parte este informe que hemos tratado.
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