Diego Moreno, editor de Nórdica: «Al principio decidimos seguir la norma de la RAE, pero desde enero de 2013 hemos vuelto a poner el acento porque quitarlo era como empobrecer la lengua».
Carlos Pardo, escritor: «Estoy a favor de acentuarlo porque es necesario para no caer en la ambigüedad. Quitarlo limita el lenguaje a un intercambio de información».
José María Merino, escritor y académico: «Que vamos perdiendo tildes... ¡pues vamos perdiendo tildes! A mí, desde luego, me suena más raro perderla en el aún. Yo, por eso, no discuto».
Sergio del Molino, escritor: «Yo no sólo pongo la tilde diacrítica, sino que pido a todos los editores de mis libros que me la respeten en los textos. A veces lo hacen, y otras no».
Manuel Vilas, escritor: «Es oportuno que la RAE actualice y democratice la ortografía del español. También hubo gente que se rasgó las vestiduras al quitar la tilde a fué».
Carme Riera, escritora y académica: «La supresión de la tilde se hizo para simplificar al máximo la ortografía, que es la tendencia que guía a los especialistas de la Real Academia».
Sin embargo pocos escritos al respecto han sido tan elocuentes como el que trascribo a continuación y comparto gozosamente con nuestros lectores, y con la salvedad de que lo hago sólo (así, con una tilde clara y bien puesta) por placer puro y para nada culpable.
«S.O.S.» (por David Gistau) De todas las criaturas en peligro de extinción, la que menos compasión inspira es la tilde diacrítica. Concretamente, la que solía motejar el adverbio sólo con una gracia como de flequillo de Tintín que ya apenas sobrevive sino en los escasos renglones que aún resisten a las normas de rendición de la RAE. Entiendo que esta amputación no conmueva a nadie. Que, con toda la fotogenia de la extinción ocupada en linces y ballenas, nadie repare en la crueldad con que estos pobres adverbios son desmochados uno a uno por sicarios de la RAE cuya diligencia en el exterminio algo tiene de perversión propia, pues la RAE no hizo sino una recomendación en la que algunos vimos una última esperanza para la conservación de algunos ejemplares de sólo.
Estaré solo hasta las tres. ¡Desambigüadme esto, criminales! Ah, no podéis, ¿verdad? Necesitáis un contexto, ¿verdad? Habéis procurado simplificar la gramática para evitar errores al tarugo, ¿y ahora necesitáis un contexto? ¡Pues no hay contexto, hala! Os quedaréis sin saber si me iré a las tres o si permaneceré sin compañía hasta entonces. Mientras la duda os corroe, tal vez vayáis comprendiendo que de la extirpación de la tilde diacrítica puede decirse lo mismo que Fouché de la ejecución de Enghien: fue peor que un crimen, fue un error. No lo olvidaremos cuando comencemos a excavar fosas comunes de tildes diacríticas, borradas con desdén por correctores de estilo a quienes les resultará inútil tratar de ocultarse detrás de un concepto de la Obediencia Debida a la RAE, en cuyos muros, como antes Umbral, nos meamos los activistas del adverbio tildado. Yo me arrojo contra el parabrisas de la furgoneta en la que se llevan la tilde diacrítica al sacrificio.
Esto no es un artículo, es un manifiesto como los que hace Rosa Montero para concienciar. Denuncio que en ABC se está llevando a cabo una matanza de tildes diacríticas que debe de haber dejado compungidos, llorando lágrimas de tinta, los rostros de los ilustres antepasados que jalonan, como en la galería de retratos de una dinastía, el salón de entrada a la Biblioteca. El enemigo no tiene rasgos, pero está ganando la batalla pese a nuestras súplicas, a nuestras peticiones de piedad, aun a nuestras exigencias, en los escasos momentos de bravura ante el ciclópeo poder que nos abruma, de que se nos permita acentuar el adverbio sólo e incluso ponerle guirnaldas si se nos canta. Nada. Inútil. La cuchilla se abate una y otra vez, y el matarife presenta a la muchedumbre la tilde diacrítica cercenada. No nos rendiremos. Encontraremos modos de restituir su empaque al adverbio torturado, de devolverle su singularidad ajena al contexto. Pero el enemigo es tenaz. Su obra sangrienta de mutilación es lo primero que descubrimos cada día en la primera edición de Kiosko y Más. Una espantosa montonera de adverbios pasados a cuchillo que nos obliga a llorar bajito en la cama para no despertar a la esposa.