La típica sopa húngara

Publicado el 23 abril 2017 por Sonia Herrera Sánchez @sonia_herrera_s

No lo alcanzaba a comprender ya que le entusiasmaban los días soleados y el calor del verano y el aire rozándole los pies, sin embargo, los días nublados y el viento le traían tantos recuerdos…

Salía a la calle, alzaba la vista… Nubes. Una ráfaga de viento le arremolinaba el pelo y le levantaba el flequillo –cosa que odiaba– y de repente ya no estaba allí, ya no era ella en ese preciso instante, sino diez, quince o veinte años atrás, y los recuerdos empezaban a saltar de año en año, de lugar en lugar, como en un flashback y un flashforward continúo, sin orden cronológico, sin rótulos de “5 años antes” o “2 meses más tarde”, con grandes elipsis temporales… Todos sus recuerdos se agolpaban como en una salida de incendios abarrotada y los que conseguían atravesarla se sucedían sin orden aparente en una narrativa sumamente compleja… Y entonces, después de un largo racconto que en realidad solo había durado unos minutos, volvía al punto de partida, al “ahora”, al café que tenía en la mano, al…

– Un euro con veinticinco… El cortado, es uno con veinticinco. ¿Lo tienes suelto?

Vivía, pensaba y soñaba en imágenes porque estaba convencida, sí, de que la realidad superaba con creces la ficción, de que indudablemente la vida era un guión de cine en el cuál algún ser superior -diosa, hada o criatura del inframundo, ¡vete tú a saber!- iba haciendo correcciones e introduciendo giros inesperados, pero todo dentro de un mismo plano secuencia más o menos largo que se acababa con la muerte y con un fundido a negro. Muy al estilo de Sed de mal.

Un olor a colonia en el metro, una canción, la escena de una película que veía de refilón en la tele del salón, el sabor de una comida o una frase. Cualquier cosa podía hacer que se transportara fuera del eje espacio-tiempo y que la conversación que mantenía se convirtiera en un delirio surrealista digno de Buñuel:

– ¿Me estás escuchando? ¡No me estás haciendo ni caso!

– Sí… sí…

– A ver, ¿qué te he dicho?

– Que sí, mujer. Me estabas hablando de la típica sopa húngara esa. Sí, esa que empieza por g… Lo tengo en la punta de la lengua.

– ¿Qué sopa húngara ni qué ocho cuartos? Lo que yo decía, ni caso. Tía, estás en Babia.

Y su amiga tenía toda la razón. No tenía ni puñetera idea de qué le estaba contando. Había visto pasar a una camarera con un plato de estofado y se había acordado del gulash que cenó en Bratislava durante aquel viaje en tren de aquel verano. ¿Cuánto hacía? ¿Cuatro años? ¿Seis? Pero Bratislava no estaba en Hungría ¿no? Entonces, ¿por qué estaba convencida de que ese plato era húngaro? ¿Dónde lo había leído? ¿O quizás lo habían dicho en el concurso ese de cocina que echaban los lunes? Ni idea, ¡qué más da!

– Perdona, ¿qué me decías? Es que estoy algo cansada y me he distraído.

Por un rato recuperaba la continuidad del relato y todo tenía su raccord y su lógica. Luego se despedía –cambio de secuencia–, salía a la calle y sus pensamientos volaban y se veía a sí misma caminando por la calle en plano cenital y con aquella luz azulada de Los amantes del Círculo Polar. Había hecho un trabajo sobre esa peli con unos amigos en… cuarto de carrera, sí, cuarto.

Hablaba consigo misma con una voz en off interior como la prota de aquella peli de Coixet y se acordaba también de aquel profesor que en el examen les preguntó solamente una cosa: “¿Cuál es tu refugio audiovisual?”. ¡Qué difícil le pareció entonces contestar a aquella pregunta! ¿Qué era un refugio audiovisual? ¿Una película? ¿Una foto? ¿Un videoclip? ¿La obra de teatro que hizo en Párvulos vestida de pollito? Seguro que la pregunta tenía trampa y el profe esperaba una reflexión metafísica o igual explicó qué eran los refugios audiovisuales el día que no fue a clase y se quedó en el bar jugando al Kiriki. ¡Mierda! Ahora no consigue recordar que contestó. Cree que fue algo relacionado con México. Acababa de volver y aquel año en sí mismo había sido un refugio, un oasis agitado, pero un oasis a fin de cuentas… ¿Que qué contestaría ahora? No le cabe ninguna duda. Se la jugaría. O todo o nada. Solo escribiría dos palabras. ¿El mejor refugio audiovisual? La vida.

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