Dicen que en las farmacias peperas se venden unas pastillas denominadas Francosil Cutremina, y que su éxito no deja de crecer.
Sólo eso puede explicar que ciertas cosas ocurran. El, parece, inevitable triunfo pepero hace que estos chicos no sólo no se corten sino que actúen con la cara descubierta y con una desvergüenza que asusta. España está a punto de volver a ser su cortijo, y como dueños imponen sus reglas. Bueno, más que las suyas, las de sus ascendientes, por ejemplo, las del general bajito de voz aflautada, matador de rojos y asimilados, de cuya nombre no quiero acordarme.
Si no fuera por esa droga fruto del triunfo esperado, estoy seguro de que no se verían ciertas cosas.
Hay quien en un pueblo de Ciudad Real ha cambiado la calle de Pablo Neruda por Borriquito. Los hay que siguen teniendo como hijo adoptivo al infame fundador de la legión. Otros que mantienen estatuas de generales franquistas o del mismo genocida.
Y les voy a contar la última, que no es sino una más que demuestra mi tesis. El Francosil Cutremina está drogrando a una parte de España. Resulta que un alcalde de un pueblo conquense, Horcajo de Santiago, ha vuelto a poner de nombre a una calle: José Antonio Primo de Rivera. El nombre había sido cambiado en la legislatura anterior, en estricto cumplimiento de la Ley de la Memoria Histórica, y ahora con alcalde pepero, la calle vuelve a llamarse como el fundador de la Falange.
En fin, vayan ustedes preparándose, que vienen a tomar la Pastilla, y el 20-N puede que haya sobredosis colectiva.
Salud y República