Que la simpleza de la lluvia me traslade a Asia es tan brutal. En la cama, en una habitación nueva, y frente a mí el ventanal abierto enfocando todos esos cristales iluminados en la noche y creo intuir lo que pasa en todos esos cubículos de luz ahí fuera, al otro lado del patio de recreo por donde corre el agua.
Primeros días en Hanoi: la lluvia arrecia, salgo a la calle y en un segundo la tromba de agua me cala por completo, y el sonido es el mismo que aquí, un repiqueteo constante que amortigua todos los sonidos del mundo. Después la luz tenue en la calle me lleva a Yogyakarta y me recuerda a todos esos laberínticos gangs de Sosrowijayan. No sé si llovía entonces, pero lo recuerdo así. Es increíble poder viajar solo con la imaginación.
Ayer noche soñé que escribía algo como esto: que no soy yo quien vive en las ciudades, sino ellas las que viven a través de mí. Aspiro los polvos mágicos de la luz, los sonidos, los aromas de un lugar y los reconstruyo con su magia.
M.