La tormenta

Por Jalonso

Iba en tacos a todas partes. Una vez cayó enfundada en alcohol en el bar donde miraba la ventana escuchando a nadie. En la pantalla gigante estaban pasando un partido de tenis y sonaba Santana.

Llevaba entre la melena un toque de maja egipcia que sacó del ajuar de su madre loca. La noche empezaba a alargarse entre sus ojos centelleantes y la lluvia caía por los surcos de su cara. No quedaba tiempo. Había capturado la naturaleza en una botella y un rayo salía de su boca propagando vientos y tempestades.

“Quiero lo que estás tomando”, dijo.

Se quedó parada unos instantes con la punta de los pies golpeando nerviosamente las patas de la mesa. Apoyó el culo en el asiento, cruzó las piernas y encendió un cigarrillo. Lanzó una mirada amenazante.  La nena que tenía dentro le brotaba por todos los poros. Quería lo que siempre estuvo perdido. El sonido de los trenes se escuchaba lejos.

Después de unos minutos de silencio lanzó una risa histérica con el segundo sorbo. Y comenzó a deshilacharse como una marioneta. “¿Qué voy a hacer con vos?”, preguntaba.

Al segundo cigarrillo intentó ponerse el piloto que había arrojado sobre el respaldo. El rojo furioso de sus uñas se hacía mármol entre los dedos largos y finos. Se levantó apoyando los dos puños sobre la mesa. Apuró el paso llegando a la vereda y se metió en el auto. Bajó la ventanilla y me lanzó la última amenaza de hiel con sus ojos furiosos. Pasó en tercera y desprendió una bocanada de humo con desidia. Se perdió para siempre en la tormenta.

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