La torre de Santo Domingo

Por Paula

Deambulo por las calles de la Ciudad Vieja, antiguamente conocida como Ciudad Alta, de A Coruña. Con caminar lento, como temiendo despertarlas del letargo de su domingo. Aún a las doce de la mañana cuesta saber si estamos en una ciudad o un logrado decorado, abandonado después de su uso. Así, silente y misteriosa suele mostrarse la Vieja Marineda, sin duda resacosa después del ajetreo nocturno del fin de semana. Subo la cuesta de Santo Domingo, despacio, y cuando llego al último repecho me sorprende impetuosa la fachada de la iglesia dominica, presidida por su potente torre. Nada habría de especial en ello si no fuera porque precisamente ella, la torre, aparece torcida respecto a la fachada, como si nos negase el saludo o, tal vez, llamando nuestra atención; haciéndose la importante.

Así como la fachada, además de muy maltratada por el paso del tiempo, poco tiene de interés pues es un auténtico desaguisado de proporciones y simetría, la torre no deja de resultar misteriosa. Pero ¿cómo has hecho para acabar así? La respuesta es tan sencilla que hasta provoca la sonrisa: es una cruel delatora. La iglesia de Santo Domingo fue diseñada por el lego dominico Fray Manuel de los Mártires hacia 1763, y se construyó sobre el solar de la precedente, que había sido realizada en tiempos del traslado intramuros del convento (1589), después de que las tropas de Drake destruyesen su casa original, en las proximidades de Puerta de Aires. Tal vez por una construcción apresurada y más funcional que artística, el templo primitivo no estaba alineado respecto al convento, y Mártires no tuvo más remedio que ajustarse a la orientación inicial puesto que su obra debía respetar e integrar dos elementos que ya estaban en pie: la antigua Capilla de los Remedios y la Capilla del Rosario (siglo XVII). La maciza torre, que estaba en construcción hacia 1770 -unos años antes del fallecimiento del arquitecto dominico-, descansa sobre el coro de la iglesia y el zaguán de entrada, siguiendo su orientación. La fachada, sin embargo, sigue la línea marcarda por el frente del convento tratando de regularizar ambos edificios sin éxito. El conjunto, aún mostrando elementos muy del gusto de Fray Manuel de los Mártires, está muy alejado de la calidad de otras de sus obras, como la iglesia parroquial de Pontedeume, y parece que el desafortunado resultado final se debe, ante todo, a una deficiente dirección de obras y a unos talleres poco duchos. No obstante, el gran error fue el empeño por armonizar convento e iglesia y fusionarlos en un frente único pues la torre necesariamente iba a delatar la desviación del templo respecto al eje de la fachada, torciéndose respecto a ella y descubriendo el engaño.  
El misterio, al final, no era para tanto. Me desvío a la derecha por la calle de San Francisco para ir hasta el Jardín de San Carlos. Después de tanto mirar a lo alto me voy a dar un respiro disfrutando de la vistas del puerto.