Lahja estaba frente a la torre, en silencio, contenía la respiración. Levantó la mano y dudó un momento antes de tocar la piedra. Muerta. Estaba muerta, tanto como el resto de la ciudad. Retiró la mano y caminó alrededor, buscando una ventana a una altura accesible. Encontró una, bastante pequeña, pero no tan alejada del piso, tanto dentro como fuera de la torre. Le costó bastante introducirse a través de ella, y rasgó sus ropas al hacerlo, especialmente sobre su lado izquierdo. Una vez dentro, revisó allí donde se había rasgado; se miró la pierna, le ardía, y estaba sangrando. Se volvió para echar una ojeada a la ventana, no había notado ninguna punta saliente cuando la había examinado. Esa segunda vez, tampoco; pero una parte del marco brillaba levemente. Miró a través de la ventana, el sol todavía estaba oculto tras espesas nubes. Volvió a observar el marco de la ventana, todavía brillaba, pero ya comenzaba a apagarse. Hizo una nota mental para preguntarle a Ukko cuando volviera, y se alejó de allí. Fue hacia las escaleras principales de la torre.
A medida que se internaba en el edificio, el frío se iba haciendo más espeso. Todo se encontraba tan mortalmente helado que se sintió desnuda allí adentro. Una vez que llegó a la escalera, la oscuridad era total. No le quedó más remedio que guiarse con una mano sobre la pared. Aunque llevara guantes, podía sentir cada rugosidad de las piedras como si estuvieran tendiendo dedos hacia ella, tratando de asirla. Trató de mantener el menor contacto posible mientras ascendía hacia el próximo piso. Por suerte había más ventanas que dejaban colar un poco de claridad cada tanto. Encontró al siguiente piso en una penumbra soportable. Dejó que sus ojos se acostumbraran por sí solos, Ukko le había dicho que no usara magia dentro de la torre. Cuando fue capaz de discernir lo que la rodeaba, vio que todavía le faltaba subir un piso más.
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