De Burano sorprenden sus encantadoras casas multicolor, sus ventanas repletas de flores, las cortinas a rayas que cubren las puertas haciendo alarde de sus orígenes marcadamente pesqueros; pero lo que a mí me llamó más la atención fueron las mujeres sentadas en la calle con la vista puesta en sus delicadas labores: son las merlettaie.
Como hija, nieta, biznieta y, seguramente, tataranieta de auténticas artistas del hilo y la aguja, no puedo por menos que maravillarme frente a semejantes obras de arte de las que sé apreciar el valor y el tiempo invertido en llevarlas a cabo porque lo he visto en casa; así que las encajeras buranesas fueron la guinda del pastel de mi viaje a la isla.
Existe una leyenda muy extendida sobre el arte del encaje buranés o merletto según la cual un pescador prometido para casarse con una joven de la isla fue tentado por los cantos de la reina de las sirenas mientras faenaba en el mar de Japón. Como el chico logró resistirse a sus encantos, la sirena, fascinada ante tal muestra de fidelidad, golpeó con su cola el flanco de la embarcación del pescador y de la espuma formada por el movimiento del agua surgió un delicadísimo velo nupcial para la futura esposa. Llegado el día de la boda, la novia fue tan admirada por las demás jóvenes de Burano que se originó una especie de competición: todas ellas trataron de imitar el encaje del velo con que la reina de las sirenas la había obsequiado con la esperanza de crear uno igual de bello que lucir en el día de sus respectivos enlaces. Leyendas aparte, lo cierto es que los orígenes del arte del encaje veneciano se pierden en el tiempo.
A día de hoy, podemos aprender sobre la historia de este arte visitando el magnífico Museo del Merletto, abierto en 1981 y situado en la piazza Galuppi, en el mismo lugar que, en primer lugar, ocupó el histórico palacete del podestà (nombre que recibía el primer magistrado de las ciudades del centro y norte de Italia) y, más tarde, la Scuola di Merletti (1872).
Durante las horas de apertura (de martes a domingo, de 10.00 h a 17.00 h), el museo ofrece un recorrido expositivo articulado cronológicamente y por temas, en el que se pueden admirar más de doscientos ejemplares de belleza indescriptible de la tradición veneciana y una rica documentación histórica conseguida a través de diseños, fotografías y testimonios iconográficos; un verdadero viaje a través de la evolución de este antiguo oficio nacido de la combinación de instrumentos tan humildes como la aguja y el hilo elevados a herramientas nobles gracias a la habilidad de las maestras merlettaie. De hecho, uno de los mayores atractivos que ofrece el museo es poder ver cada mañana a estas artesanas en plena acción, con sus labores en el regazo, los pies apoyados en un escabel de madera y las manos moviéndose sin parar con movimientos limpios y perfectamente coordinados, fruto de años de experiencia adquirida generación tras generación.
Un poco de historia
En un principio, el arte del merletto se llevaba a cabo en la tranquilidad de los conventos y las labores, una vez terminadas, se reservaban para la decoración de las iglesias. En los siglos XV y XVI, los gremios de artesanos empezaron también a elaborar encaje, aunque en Venecia —así como en otras importantes ciudades encajeras del norte de Francia y de Flandes— los conventos continuaron siendo centros de producción muy prolíficos. Puesto que el encaje se consideraba una actividad «muy adecuada» para la mujer, en especial para aquella dedicada a la vida contemplativa, las mujeres enclaustradas pasaban la mayor parte de sus vidas aguja e hilo en mano. Además, el encaje supuso la formación de muchas scuole que, entre otras actividades benéficas, organizaban el trabajo para las personas consideradas «víctimas de las circunstancias» —esto es, mujeres que permanecían solteras pasada la edad de casarse, jovencitas huérfanas y, básicamente, todas aquellas sin una posición que encajara en los roles de la implacable escala social veneciana—.
El cenit del encaje buranés —que se conoció como punto in aria (punto en el aire) por realizarse sin utilizar tela como soporte— fue entre 1620 y 1710, coincidiendo con la máxima demanda de este por parte de la nobleza y realeza europeas. En esa época, la moda dictaba llevar cuellos y puños de encaje así como pañuelos, guantes y otros accesorios que utilizaban mujeres y hombres por igual. Con el fin de poder hacer frente al gran volumen de pedidos, los mercaderes de tela venecianos trasladaron su producción a las islas más pequeñas de la laguna donde consiguieron mano de obra más barata. Al poco tiempo, el encaje elaborado en la isla de Burano se convirtió en el más estimado de toda Europa: vestirlo era sinónimo de estatus entre las clases nobles, retratarse con él era una forma de dejar constancia de su peso en la sociedad, y dejarlo en herencia constituía el ajuar más preciado.
En 1665, el ministro de Finanzas francés Jean-Baptiste Colbert, en vista de la gran demanda de encaje en toda Francia, decidió traer a su país a un grupo de encajeras venecianas para que enseñaran el arte en los centros de producción de encaje de Reims y Alençon. Resultado: el punto in aria típico de Burano se convirtió en point de France, iniciándose así una fuerte competencia con el producto buranés. A pesar de ello, la industria veneciana siguió disfrutando de buena salud durante algunos años más hasta que sobrevino el fin de la República de Venecia. La crisis provocada por la caída de la Serenissima, en 1797, devolvió la producción del merletto a sus orígenes exclusivamente familiares y, de resultas de ello, el número de merlettaie decayó hasta prácticamente desaparecer.
Tal esfuerzo e iniciativa resultó en la apertura, en 1872, de la Scuola di Merletti (escuela de encaje) gracias al mecenazgo de la condesa Andriana Marcello, la entonces princesa Margarita de Savoya y diversas otras damas de la nobleza que se comprometieron a adquirir el trabajo que se producía en el centro.
Seguidamente, incluyo un pequeño documental de 1935 que me encantó, en el que se explica muy bien la labor de las merlettaie en el marco de esa época en concreto (en inglés).
Mención especial merece la señora Emma Vidal, cuya vida ha estado indisolublemente ligada al arte del merletto, primero como joven aprendiza y, más tarde, como maestra merlettaia de la escuela. En la actualidad, Emma ha rebasado el siglo de vida (tiene 102 años) y sigue activa; ved si no el vídeo que sigue, grabado el día que cumplió los 100, en el que podréis disfrutar de su historia contada con voz calmada y amable, gran claridad y mayor lucidez mientras va trabajando. ¡Y ni siquiera usa gafas!
Las tiendas especializadas en merletto suelen emplear a merlettaie para que realicen su actividad a la vista de clientes y curiosos. Se trata de señoras muy amables, acostumbradas al turismo, que acceden a responder preguntas con toda naturalidad; eso sí, sin dejar en ningún caso de lado su labor.
Dos de los mejores comercios de la isla son La Perla Gallery, en el 376 de la via Baldassare Galuppi y Martina Vidal, en via San Mauro 309.
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