Artículo publicado en la Revista Noticias Obreras. Noviembre 2012
Javier Madrazo
Mientras la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional determinan cuáles serán las condiciones del segundo “rescate” a España, las grandes corporaciones empresariales y las entidades financieras transnacionales ponen sus ojos en los llamados mercados emergentes, en los que buscan nuevos clientes a los que vender sus productos y poder aumentar así sus beneficios, una vez que ha quedado patente que éstos no son buenos tiempos para hacer negocios en Europa, Estados Unidos o Japón.
Las razones son evidentes; la primera de todas ellas, el envejecimiento de la población en el llamado mundo occidental, que contrasta con los datos demográficos, que ponen de manifiesto la fortaleza en este aspecto de Asia, América Latina o África donde el número de habitantes es eminentemente joven. Al mismo tiempo, tanto en Europa como en Estados o en Japón la crisis ha traído como consecuencia el empobrecimiento de importantes capas de la sociedad, con un impacto mayor en lo que se ha venido a considerar clase media y hoy ya ha dejado serlo.
No ocurre lo mismo en los denominados mercados emergentes -Brasil, India, China o Rusia, entre otros-, donde aumentan día a día las cifras de “nuevos ricos”, pero también vive un auge considerable un grupo de trabajadores y profesionales con mayor poder adquisitivo y voluntad de consumir. Sin duda alguna, constituye una buena noticia que países hasta ahora ajenos al crecimiento y castigados por las desigualdades y las injusticias puedan mejorar su economía; sin embargo, no debemos caer en el engaño. Sus cifras arrojan saldos favorables y sus expectativas son realmente optimistas. Ahora bien, esta realidad no implica necesariamente mayores cotas de bienestar, reparto equitativo de la riqueza o avance hacia democracias plenas y participativas.
El capitalismo ha demostrado históricamente que las personas sólo le interesamos en la medida en la que podemos ser clientes y consumidores; hablamos de un modelo de desarrollo sin alma. Lo está demostrando en la actualidad en Europa, Estados Unidos y Japón, que en menos de veinte años serán ya mercados secundarios y débiles frente a los mercados emergentes y fuertes en Asia, América Latina o África. El neoliberalismo y quienes los lideran sólo tiene un objetivo: acumular cada vez más dinero en menos manos. Derrumba las fronteras para posibilitar el movimiento de sus flujos financieros y, en cambio, levanta muros para impedir el tránsito de personas.
La globalización es sólo una trampa más para legitimar el abuso y la imposición del capital, que controla todos los resortes del poder, pervirtiendo la democracia y los principios de libertad, igualdad y justicia que ésta debiera representar. Sólo habrá espacio para la esperanza si somos capaces de transformar la indignación en compromiso y la frustración en rebeldía. Incluso quienes hoy creen que su futuro será mejor en corto y medio plazo porque alguien les ha puesto el calificativo de “mercados emergentes” terminará por ser víctima de la avaricia y la soberbia de los que hace bandera el neoliberalismo, al igual que ocurre hoy, por ejemplo, en Grecia, Portugal, Irlanda, Italia, Francia o el Estado español. Hemos dejado de interesar como clientes y consumidores y ahora buscan en nuevos caladeros. Que no se dejen cautivar.