La transformación del mundo (2013), de jürgen osterhammel. una historia global del siglo xix.

Publicado el 17 abril 2020 por Miguelmalaga
Una de las intenciones principales de este libro denso y lleno de erudición de Osterhammel es establecer la historia del siglo XIX como una época en la que por fin se van a dar conexiones casi plenas entre todas las partes del mundo, una globalización que va a llevar el comercio y el conocimiento de occidente a partes remotas del globo, pero que también va a ser un factor decisivo en la colonización y explotación intensiva de tierras distantes, en la emigración masiva de unos países a otros e incluso del comercio de esclavos, una práctica que no fue casi totalmente erradicada hasta finales de siglo. El Estado moderno llegó a su máxima expresión, excepto en la política fronteriza estricta que empezó a imponerse después de la Primera Guerra Mundial. Gran Bretaña, por ejemplo, rara vez rechazó la entrada de refugiados políticos de cualquier índole en su territorio.Por supuesto, el siglo XIX marca también el triunfo del capitalismo. Mucha de la riqueza acumulada durante siglos por nobles y terratenientes pasó a manos de nuevos ricos cuya fortuna procedía de la banca y de la industria. Por primera vez gente humilde (aunque las oportunidades no eran ni mucho menos iguales para todos), podía escalar socialmente hasta la cúspide de la pirámide social en cuanto a medios económicos, un tema recurrente de la literatura decimonónica. Para que todo esto fuera posible se crearon nuevas redes de transporte y se mejoró la existente. La ciencia se alió con la industria para que la producción y los transportes fueran cada vez más veloces y eficientes. La red ferroviaria se expandió gradualmente, el territorio se sembró de postes telegráficos y, a finales de siglo, el teléfono ya empezaba a ser un elemento presente en algunos hogares. Las ciudades comenzaron un proceso de transformación nunca visto: ya no se trataba solo de un conjunto de edificios dispuesto casi aleatoriamente: las calles se pavimentaban, se construían redes de tranvías, se mejoraba la iluminación callejera y se prestaba una especial atención al saneamiento, por lo que se incrementó la higiene pública. Se creaban barrios nuevos de gente adinerada y los muchos de los antiguos eran tirados abajo para airear las calles. La transformación efectuada por Haussmann en París es emblemática en este sentido. Como consecuencia de todo esto, el valor del suelo se multiplicó y la especulación inmobiliaria fue origen de muchas nuevas fortunas. Pero las urbes no se conformaron con esta espectacular transformación: se crearon redes transfronterizas a través de redes ferroviarias y de canales que facilitaron enormemente el intercambio de mercancías y de personas entre ellas. Las estaciones se construyeron en muchos casos como edificios imponentes, algunos de arquitectura realmente hermosa, símbolos de una nueva era que estaba derribando fronteras.En Europa, con la excepción de las Guerra Napoleónicas y del conflicto franco-prusiano, el siglo fue bastante pacífico, lo que facilitó todo lo anterior. No obstante, no se descuidó la industria bélica y, cuando se producían batallas (Guerra Civil Estadounidense, Guerra de Crimea...), los resultados eran más letales que nunca para los contendientes. Fueron importantes en este sentido dos factores: los avances de la medicina, que salvaron las vidas de numerosos soldados y la creación del Comité Internacional de la Cruz Roja, una organización exclusivamente humanitaria con la misión de prestar asistencia a todas las víctimas, con independencia del bando al que estas pertenezcan. Un humanismo, hijo de las mejores ideas de la Ilustración, tuvo impulso en esta época. La esclavitud, el comercio y explotación de seres humanos que se dio sobre todo en las dos Américas, terminó siendo vencida por la presión de estas organizaciones abolicionistas. Gran Bretaña, por ejemplo, prohibió la esclavitud en sus colonias en una fecha tan temprana como 1834, lo cual no detuvo otras formas de explotación igualmente poco humanitarias. La ideología imperante, el liberalismo de la época, estaba sometida a importantes contradicciones. El derecho tenía una importancia capital en la organización política y ciudadana y se reforzó enormemente el concepto de división de poderes y el sometimiento de todo ellos a la ley, pero eso no impidió que las desigualdades sociales fueran escandalosas. El hecho de que el Estado apenas protegiera a los más débiles propiciaba la explotación brutal del trabajador en las fábricas, muchas de ellas lugares insalubres e inseguros, en las que se intentaba maximizar la fuerza de trabajo reduciendo costes, aunque hubo excepciones, intentos de crear sociedades utópicas o, al menos, más respetuosas con los derechos del obrero, como los de Robert Owen. Las numerosas revoluciones de la época fueron reprimidas, en algunos casos brutalmente, por el Estado, aunque poco a poco fueron mejorando las condiciones de los más débiles y profundizando en nuevos derechos que jamás se hubieran concedido sin la presencia de organizaciones obreras. Los primeros tímidos intentos de creación de un Estado de bienestar vinieron marcados por las protestas obreras y la voluntad de prevenir nuevas revoluciones. En este ambiente se gestaron las doctrinas socialistas que tanto marcarían el siglo XX, Las fábricas se convirtieron en microcosmos sociales:"La gran novedad del siglo XIX fue sobre todo la fábrica, en su doble condición de gran centro de producción y de espacio de interacción social. Aquí surgieron formas de cooperación y jerarquías de poder que, más adelante, se difundieron en gran parte de la sociedad. La fábrica era un mero lugar de producción, separado materialmente de los hogares. Requería nuevas costumbres y ritmos laborales y una clase de disciplina que restringía bastante el contenido real de la idea del trabajo asalariado «libre». La fábrica se organizaba con división del trabajo, adecuándose de modos muy distintos a las posibilidades de los obreros. Desde el principio, se experimentó con métodos para incrementar la productividad, hasta que el estadounidense Frederick Winslow Taylor —ingeniero y además pionero en la asesoría empresarial— derivó de todo ello una teoría de la optimización psicofísica, el «taylorismo», que debía acelerar el proceso laboral y someter la gestión a un control más firme y una planificación «científica»."Es indudable que el XIX fue un siglo de hegemonía europea. Los imperios británico y francés dominaban buena parte del mundo, incluyendo tierras muy remotas. El racionalismo científico, el fomento de la competitividad y el individualismo se empezaban a imponer al pensamiento cristiano tradicional, aunque durante muchas décadas ambos convivieron en bastante buena armonía, entre otras cosas porque el cristianismo era un factor fundamental civilizador de los habitantes de las tierras colonizadas. Quienes quisieran ascender en la nueva sociedad, debían aprender a comportarse como la gente de la metrópoli. El modelo de gentleman inglés hizo fortuna en este sentido. Todo ello, unido a la explotación de incontables hectáreas de cultivos y de minas, junto al desarrollo de industrias cada vez más eficientes, hicieron a Europa el actor indiscutiblemente dominante hasta que entró en la orgía autodestructiva de la Primera Guerra Mundial. La transformación del mundo es, ante todo, una obra ambiciosa, un ensayo cuyo principal afán es estudiar un ámbito temporal desde una perspectiva mundial, recurriendo a múltiples perspectivas y no solo a la occidental. Quizá en algunos momentos el excesivo tono académico de Osteerhammel sea un tanto disuasorio para algunos lectores, pero el esfuerzo se compensa por el conocimiento apabullante que muestra el autor de la economía, sociedad, religión, política y fuerza militar de las más diversas partes del globo, para poder realizar una interpretación lo más ajustada posible de las diversas realidades de la época. El volumen de notas y de bibliografía utilizadas dan fe de ello.