El libro demuestra también que la transición española no fue modélica ni pacífica porque entre 1975 y 1983 fueron asesinadas 591 personas y se vivieron muchas escenas de violencia y tensión, incluso un fallido golpe de Estado, aunque muchos de aquellos sucesos fueron cuidadosamente ocultados o tergiversados por un sistema que ya nació con una fuerte capacidad de propaganda y de engaño.
La Transición fue convertida en un mito, que fue diseñado y alimentado en los pasillos de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, donde profesores como Ramón Cotarelo o José Álvarez Junco formaron la leyenda de la Inmaculada Transición, cuando el país vivía tensiones, asesinatos, brotes de resistencia, reacciones y amenazas del viejo Franquismo y un concienzudo desmontaje de la sociedad civil, que se había cohesionado y hecho fuerte en la lucha contra la dictadura y que molestaba a unos partidos políticos que querían disfrutar de todo el poder, sin obstáculos y sin el concurso del pueblo.
El libro niega la existencia de un 'Milagro español' de este periodo y reconoce que el hecho de que Franco muriera en la cama de un hospital y no en un atentado revolucionario marcó la Transición, en la que se hicieron muchas concesiones a los partidos, sobre todo a los que perdieron la Guerra Civil, como si tuvieran que ser compensados por aquella derrota.
En el libro queda claro que la democracia no la trajo nadie y que no es cierto aquello de que este país "se acostó un día franquista y se levanto democrático". La democracia verdadera, que es una cultura que necesita practica y mucha educación ciudadana, no llegó nunca a España y lo que se construyó no fue obra ni del rey, ni de Suarez, ni de Felipe González porque aquellas personas sólo luchaban por su puesto de trabajo y por el poder.
Desmitificar la Transición es importante y colocarla en su sitio, también. Fue un hermoso ejercicio de paz y de propaganda en favor de la tolerancia, pero detrás de todo aquello no había buena voluntad, ni deseo de ser demócratas, sino simplemente de sustituir un poder por otro, siempre sin el pueblo.
Francisco Rubiales