En 1997, la Diputación de Castellón acordó conceder la medalla de oro de la provincia al exministro Fernando Herrero Tejedor, fallecido en accidente de tráfico en 1975. La decisión contó con el voto en contra de los socialistas debido al pasado franquista del galardonado. El día de la entrega del reconocimiento a la familia del político desaparecido, Adolfo Suárez habló en nombre de ésta. No obstante, Herrero Tejedor había sido mentor del expresidente durante su vertiginoso ascenso en el mundo de la política. Aquel día, el ya duque de Suárez definió con claridad meridiana lo que había sido la Transición para nuestro país, al señalar que “fue, sobre todo, un proceso político y social de reconocimiento y comprensión del distinto, del diferente, del otro español que no piensa como yo, que no tiene mis mismas creencias religiosas, que no ha nacido en mi comunidad, que no se mueve por los ideales políticos que a mí me impulsan y que, sin embargo, no es mi enemigo sino mi complementario, el que completa mi propio yo como ciudadano y como español, y con el que tengo necesariamente que convivir porque solo en esa convivencia él y yo podemos defender nuestros ideales, practicar nuestras creencias y realizar nuestras propias ideas. Creo que nadie, en política democrática, posee la verdad absoluta. La verdad siempre implica una búsqueda esforzada que tenemos que llevar a cabo en común, desde el acuerdo de convivir y trabajar juntos”.
Adolfo Suárez plasmo en éstas, sus palabras, el fundamento de la que pueda ser la obra política más arriesgada del último siglo en la historia de España. Sin embargo, se echa en falta en nuestros días la altura de miras de aquellos hombres y mujeres que cimentaron las bases de la senda democrática. Y no solo de los que participaron en el concierto nacional, sino también a nivel autonómico. En nuestra Región, citaré a tres que dejaron su impronta: el centrista Antonio Pérez Crespo, el socialista José María Aroca Ruiz-Funes y el comunista Agustín Sánchez Trigueros. Todos hoy desaparecidos, pero con una estela de honradez y bonhomía que nadie ha cuestionado.
Pérez Crespo fundó la UCD, fue diputado en el Congreso constituyente, senador, primer presidente preautonómico y tenaz defensor de las reivindicaciones hídricas de esta tierra. El médico Aroca se convirtió en el primer alcalde democrático en 1979 y su talante dejó profunda huella en casi todo el mundo. Sánchez Trigueros, fallecido trágicamente en 1981 en accidente de tráfico ocurrido en Quintanar de la Orden (Toledo) junto a más de una veintena de personas cuando regresaban de una fiesta del PCE, fue un hombre que pujó porque los comunistas se integraran en una sociedad que, parcialmente, hasta entonces, les veía poco menos que ataviados con rabos y cuernos.
Esos tres políticos llegaron a la vida pública dispuestos a cumplir con la historia, a buscar el consenso y no el disenso, a construir y no a destruir. Los conocí, hablé con ellos e intuí lo que les guiaba. Salieron de escena con el mismo bagaje patrimonial con el que habían entrado. Lo que me pregunto hoy, en muchas ocasiones, es para qué han llegado otros a la política. Y aunque creo saberlo, prefiero dejarlo al albur del lector que, a buen seguro, conocerá ejemplos palmarios, más que sobrados, de algún que otro esforzado padre o madre de la patria que trabaja denodadamente en el servicio a los demás.
['La Verdad' de Murcia. 4-1-2013]