Tras vender trillones con el LP que contenía la canción, un sabiamente titulado Non-stop erotic cabaret, el dúo empieza a apagar luces en The art of falling apart, donde abandonan un sonido amateur y callejero para pasar a un plano menos carnal. El primer disco era sexo sin amor, el segundo es sexo con amor. A pesar de lo cual yo noto cierta presión del grupo por repetir un bombazo como Tainted love.
Para el tercer disco, apropiadísimamente titulado This last night... in Sodom el descontrol es absoluto. El caos del disco ya es perceptible en la abigarrada y caótica portada, y las canciones son bizarras, difíciles, casi voluntariamente poco melódicas, acabadas a martillazos, desprovistas de ganchos y no dando una sola facilidad al oyente. Tainted love está desterrado. Almond grita, se desquicia,desbarra, la producción tiene aristas, las canciones son tortuosas, los estribillos brillan por su ausencia, el desorden llega para quedarse. Normal que el grupo se desbandara. Dave Ball, el teclista, era un tipo discreto. Almond se había transformado en una loca sobremaquillada y sobreactuada con tendencia al histrionismo, una especie de frontman incontrolable, un animal de escenario al que un tipo con unos teclados no podía atar corto ni seguir el ritmo.
Así que Marc Almond inició una carrera en solitario en la que sólo contaba con la fama que le precedía. Peor: condenado a la genuflexión ante un público que le pediría Tainted love, que le pediría Bedsitter, que le pediría Say hello, wave goodbye. Canciones que, por cierto, cometió la torpeza de intentar actualizar en futuras reediciones. Rosas toqueteadas.
Continuará, cualquier día de estos.