La Trilogía Crepúsculo: enfriando necesidades

Publicado el 07 noviembre 2010 por Elcinescopio
Por: Andreina Gutiérrez

Cualquier referencia mínima a la saga vampírica de Sthapenie Meyer, tanto de los libros como de las películas, debe necesariamente llevar el calificativo “fenómeno” en su descripción. Fenómeno editorial, fenómeno de taquilla, fenómeno cultural. Crepúsculo, Luna Nueva y Eclipse se replican a sí mismas en el cine como en el papel. Lo que logran como best-seller lo han logrado como blockbuster. Y aún queda el último capítulo, Amanecer, recientemente publicado y que ha recibido severas críticas de los fans de la saga por ser aparentementes sangriento que los anteriores capítulos. Lo que podría ser el punto de partida de tanta histeria colectiva sería que en la trama (atención spoiler!) Bella y Edward finalmente consuman su relación y ella queda embarazada. Ya se ha anunciado la producción cinematográfica de esta última parte de la trilogía la cual consistirá en dos películas, la primera de las cuales se estrenaría exactamente en un año.

Aunque se sienta la necesidad de catalogar algo que por sí mismo carece de la suficiente sustancia para ser en realidad un referente cultural, más allá de la publicidad, los subtextos lo son todo. Crepúsculo, en este caso la saga fílmica, está intrínsecamente consustanciada con nuestro tiempo. El miedo es libre y se ha apoderado de los padres quienes paranoicos, no ven cómo proteger a sus hijos de las miserias de un mundo en crisis total.

El primer gancho es la estética, esa fotografía que ciertamente atrapa, las tomas panorámicas de idílicos y a la vez atemorizantes paisajes boscosos de Norteamérica, irónicamente calientan las entrañas de millones de adolescentes congeladas por los vientos polares del renacer conservador post 11 de septiembre. Hay una sencillez avasallante en esas tupidas montañas que dan la sensación de que todo está determinado desde un principio, de que no hay cambio posible; a pesar de que todo se transforma sigue siendo igual.

Bella es la heroína típica de las novelas rosa y además se circunscribe en el “celebritismo” del reality show del star sistem actual: es lo máximo solo por existir, por ser mujer, no porque haga nada más, así el mundo gira a su alrededor, ella es el centro del universo para humanos, vampiros y lobos. En un principio no entiende de qué va tanta atención, ella es un objeto brillante ante los ojos de criaturas simples sumidas en una atmósfera de hastío existencial. El aburrimiento en Forks es tal que la chica nueva de la escuela se convierte en el juguete de todos. Y Bella termina creyéndoselo. Los mundos opuestos se enfrentarán por ella. Ni siquiera es una metáfora, está claro para todos que lo importante es preservar la castidad de Bella.

Una vista superficial a la biografía de Sthaphenie Meyer explica todos los contrastes que en sus libros muestra como el deber ser. Madre de 3 hijos, mormona, creció entre dos ciudades opuestas, una fría y otra caliente, todo tiende a decirnos que el dualismo es la constante en la vida y que simplemente hay que aceptarlo. Unas pocas escenas de la madre de Bella viviendo en Phoenix, recibiendo el sol y agradeciendo ese baño de vitamina E, con una paleta de colores ocres, marrones y amarillos brillantes, lo corroboran. No está de más, es un guiño. Es apenas una visita de Bella a su madre, no debe quedarse allí donde el calor la obligaría a ropajes ligeros que descubrirían su feminidad. Su lugar es al norte en el frió de la montaña, donde la densidad del bosque, la nieve y los dogmas la cubrirán perfectamente. Luego la tristeza por el alejamiento de la madre será sustituida con una serie de amigos sofisticados, personajes vacíos que aparentan una personalidad cool aderezada con un look ligeramente gótico. Hasta que se encuentra con los Cullen que son el sumun del aburrimiento snob.

Si no fuera por los vampiros y los lobos, los humanos del pequeño pueblito montañoso se suicidarían en masa. No existe resistencia a su presencia. No se trata de coexistir, no es tolerancia, sin ellos simplemente no pasaría nada. En Forks todo es quieto, silencioso, muerto. Y sin embargo los vampiros le dan vida. Esos seres ya muertos, literalmente de hielo, tienen una necesidad de apasionamiento que ninguno de los humanos por más histéricos que sean, muestran. La sensación de finitud pesa demasiado hasta que aparecen las criaturas inmortales que como no chupan sangre, le devuelven el hervor que se supone algún día tuvo.

Las críticas hacia la excesiva descripción literaria de Meyer, ella las opaca con un cameo sonriente en la primera entrega de la saga cinematográfica, como si perteneciera a los lobos, marcando su territorio aunque ese sea el de los textos y no el de las imágenes. Si Stephen King lo ha hecho, por qué ella no. Es el reinado de la feminidad agotada de nuevo cuño, el renacer de un feminismo harto de supermujeres pero aún cauto ante la obviedad de la maternidad. Ojo que Bella no es Lisbeth Salander, más bien es su antítesis necesaria. Si los hombres no amaban a las mujeres, entonces los vampiros y los lobos las amarán!

El casting de actores es otro punto a analizar. Ni una sola cara medianamente importante ni conocida, con la inmensa excepción de Dakota Faning, quien aparece más como actriz invitada. Por lo demás, se trata de sangre nueva, de verdad. El mundo cambió, se acabo hace unos pocos años. Olvídate de Tom Cruise y su Lestat en Entrevista con el Vampiro, eso fue en el siglo pasado. En Forks todo es nuevo aunque en realidad es viejo. La imposición de la novedad, de la juventud, del amateurismo también es una dictadura. Pero ni los adultos ni los ancianos en Forks hacen ninguna resistencia tampoco, no hay tal conflicto generacional. El problema es la misma juventud. Tu enemigo eres tú mismo, no son tus padres. Tus problemas se resuelven convirtiéndote en adulto serio y responsable. Los mayores no se sienten desplazados por los más jóvenes, sólo esperan pacientemente que estos se les unan. Al final Bella caerá más fácilmente ante el influjo del matrimonio que ante las fuerzas sobrenaturales.

Pero antes pagará una novatada soft, representada en la atracción física hacia Jacob el lobo. El imprescindible topless de Taylor Lautner en 2 de las 3 cintas es al menos una concesión que la propia Meyer se permite: el hombre como objeto sexual. Lo que no puede permitirse es que sea anecdótico. Al menos Jacob debe amar a Bella. Lastimosamente Meyer no es tan inteligente. Acude a varios estereotipos del deseo femenino: la musculatura, los rasgos fuertes, la virilidad. Y para colmo es racista. Jacob no solo es un lobo, pertenece a una tribu indígena, que es como explica su contacto con la naturaleza y lo primigenio. Su piel morena no solo contrasta con la blancuzca piel de Edward, sino con la de todos en el pueblito montañoso. Él es el verdaderamente diferente en el grupo, los vampiros hasta que no demuestren que lo son, solo parecen niños ricos aburridos. El aborigen, el primitivo, representa la tentación, le recuerda a nuestra heroína sus propios instintos básicos. Pero Jacob es solo una distracción en el camino hacia la corrección política de Bella, de hecho una sana distracción en tanto sirvan sus poderes lobeznos para protegerla. Así Bella puede tener su pequeña fantasía erótica pero pronto regresará a los brazos del blanquecino y ricachón Edward, con quien no solo deberá cumplir la misión tácita que le encargan los Cullen, sino que lo hará de la manera más políticamente correcta.

En la sala oscura el público adolescente interactúa con la cinta de maneras que recuerdan ligeramente a las antiguas salas XXX, cuando menos los gritos y suspiros ante el ‘descamisado’ lobo, dan cuenta de una doble comprensión del mensaje de las cintas, otros develan con risas su burla ante la prudencia sexual de Bella, sin embargo la corrección política termina por imponerse, el consenso de los fans alrededor del mundo es claro: Bella y Edward esperarán hasta que se casen.

Como si acabarán de descubrir que existen los vampiros y hombres lobo como personajes literarios, una generación se vuelca en masa a adorar no una historia, predecible y poco novedosa, ni unos personajes, vacíos y sin mucho que ofrecer, más bien se rinden ante la idea de una vida tranquila y monótona, la que debería existir una vez se acabe con las fuerzas del mal. En un mundo al borde de la locura, los padres se apresuran a comprar los libros y llevar al cine a sus hijos a mostrarles la promesa de un mundo mejor que ellos mismos deberán construir siguiendo los lineamientos del conservadurismo más anacrónico. En un planeta superpoblado las nuevas generaciones deberían entender que el tener hijos es solo una opción, y las historias de vampiros y lobos ahora parece que son perfectas para explicar los peligros de la procreación no planificada.