En La Trilogía de Nueva York concurren tres novelas cortas: Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada. En la primera, Daniel Queen abandona su oficio de escritor y se convierte en detective privado cuando recibe, por equivocación, una llamada telefónica de Peter Stillman, que teme ser asesinado por su propio padre. En Fantasmas, un detective privado llamado Azul es contratado por Blanco para observar a todas horas la rutina de Negro. En la última, el propio narrador, es decir, Paul Auster, se ve comprometido a asumir la responsabilidad que le ha legado su amigo de infancia Fanshawe, que un día sale para visitar a su madre en Nueva Jersey y no regresa jamás.
La mayoría, incluidos los críticos, afirma que esta obra, la tercera en el orden cronológico de la actividad creativa de Paul Auster, se inscribe en el género de la novela policíaca. No estoy muy segura de que efectivamente quepa colocarla en ese estante; en todo caso, yo la pondría en la repisa de novelas psicológicas. Sin embargo, encasillarla de este modo sería reducirla a un simple ejercicio de introspección. Es, pues, necesario considerarla también una novela de suspenso, si se tiene en cuenta lo que dice el autor cuando se refiere a la afición de Daniel Queen por las novelas de misterio:
«La buena novela de misterio no tiene desperdicio, no hay ninguna frase, ninguna palabra que no sea significativa. E incluso cuando no es significativa, lo es en potencia, lo cual viene a ser lo mismo... Todo se convierte en esencia; el centro del libro se desplaza con cada suceso que lo impulsa hacia adelante. El centro, por lo tanto, está en todas partes, y no se puede trazar ninguna circunferencia hasta que el libro ha terminado.»
Esto es exactamente lo que sucede con La Trilogía de Nueva York. Por otra parte, lo que he leído hasta ahora de Auster me da para sostener que su trabajo consiste, sobre todo, en meterse -literalmente- dentro de los personajes que crea, y que esta incursión se le facilita porque, a fin de cuentas, su objeto de exploración es él mismo. No digo que sea fácil, porque bucear en nuestro yo interno requiere mucha valentía para asumir los riesgos que supone verse por dentro sin huir espantado, sólo que, aunque a primera vista cada historia es distinta, sus protagonistas se comportan más o menos de manera similar. Cuando uno recorre las calles de la ciudad siguiéndole los pasos a Daniel Queen, cuando llega a convivir con Azul en el pequeño apartamento alquilado, y cuando no queda más remedio que aceptar las razones de la ausencia de Fanshawe, entiende que estos tres personajes no son sino uno y el mismo.
Una breve semblanza del escritor Paul Auster aparece en la reseña de Diario de invierno.