La trilogía neorrealista de Vittorio De Sica

Publicado el 10 junio 2010 por Grivas

Vittorio De Sica enfrenta al espectador a la realidad de los más pobres en su trilogía neorrealista: Ladri di biciclette (1948); Miracolo a Milano (1951) y Umberto D. (1952). Sus personajes son ingenuos e inocentes; y sufren por las injusticias de una sociedad vil, marcada por el hambre, el egoísmo y la guerra.
Ladri de biciclette (El ladrón de bicicletas, 1948) es una película dura, en la que el director refleja el paro en Italia, y las condiciones ilógicas para conseguir un empleo gracias a la Administración. Así, el protagonista necesita una bicicleta para poder trabajar, esa es la única manera de optar a un sueldo para mantener a su familia. Pero le roban la suya, y recorre las calles de Roma con su hijo pequeño hasta dar con el ladrón. En ese periplo tiene que superar la frustración, y la indiferencia de los demás para poder seguir siendo un modelo educativo ante su hijo.

Al igual que los demás personajes de esta trilogía, los protagonistas empatizan con el espectador porque son buenas personas, y si cometen algún acto malo, es porque la sociedad, su entorno, les empuje a obrar así. Vittorio De Sica crea a estos individuos como seres ingenuos, que comparten su amor, ya sea con una familia o con su perro, pero que nunca han tratado con la cara dura de la sociedad, o si lo han hecho, la han intentado entender. Es muy claro el ejemplo de Totò -Miracolo a Milano (Milagro en Milán; 1951)-, que entra de niño en un orfanato, y en la siguiente secuencia sale convertido en un joven alegre, que saluda a todo el mundo (como reza la película: "Que un buenos días signifique, de verdad, buenos días"), sin que medie nada más en el metraje.
Pero, al contrario de Umberto D. y Ladri di biciclette, Miracolo a Milano es una película que intenta superar la maldad de la sociedad. Se puede decir que huye del neorrealismo para grabar una idea más positiva, que a través de la magia y la bondad solucione los problemas de los más pobres. Es, por ello, un relato mucho más entretenido, porque Vittorio De Sica se permite la licencia de jugar con el humor, con fantasmas, con caricaturas de los ricos (son perros que se ladran). Y eso beneficia, al final, al espectador. Aunque las otras dos películas destacan por su capacidad de ser un reflejo de la sociedad italiana, por su labor social.
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