El festín catalán del independentismo y el odio antiespañol, permitido por un gobierno débil y financiado con dinero público, no habría sido posible si los hombres de negro hubieran podido decidir en España.
Es cierto que los hombres de negro llegaban imponiendo medidas tan duras como el fin del despilfarro, un frenazo a la corrupción, bajadas de pensiones y subidas de impuestos, pero cuando se contempla la marcha de economías como la de Portugal e Irlanda, países que fueron rescatados y se libraron del lastre de la corrupción y el abuso de sus gobernantes, se concluye que es una lástima que España no hubiera contado con ese mismo recurso, duro pero necesario, sobre todo para una nación minada por la corrupción y con un gobierno sin suficientes garantías éticas y sin la valentía mínima para imponer la ley y la decencia.
Haber dejado a España sin rescate no ha sido una concesión de Europa, sino un abandono europeo a España, país al que dejó en manos de unos gobernantes incapaces de frenar sus grandes errores y carencias: el recurso frívolo al endeudamiento exterior, la incapacidad para la austeridad, la práctica del despilfarro y un abrazo indecente a la corrupción y al abuso, además de una cobardía provocada por el miedo a que los políticos desvelen a la opinión pública el inmenso alcance de la corrupción en España, de la que apenas se conoce un diez por ciento, según numeroso expertos y analistas.
Es cierto que la economía española despega, pero no es menos cierto que lo está haciendo por unas rutas que no garantizan la prosperidad y que carecen de solidez, con el desempleo y la corrupción, que son los dos grandes dramas españoles, presentes y activados, sin haber renunciado a vicios tan peligrosos y letales como el abuso de poder, la injusticia, el recurso a endeudarse y el despilfarro en todas sus facetas.
La corrupción política y la injusticia, ahora unidas al estallido independentista catalán, siguen su mortal curso en España. Los delincuentes esperan, sin ser encarcelados y sin devolver lo robado, que sus delitos prescriban. Pujol, Blesa, Rato, Urdangarin y otros muchos, entre los que figuran miles de políticos, unos procesados y otros incapaces de justificar sus fortunas personales, siguen sin ser castigados y el dinero robado continúa siendo el botín de gente despreciable.
Si la troika representaba la descalificación de los gobernantes que había llevado el país hasta la bancarrota y el fin de la corrupción, el abuso y la delincuencia en las entrañas del Estado, como ha quedado demostrado en Portugal, Grecia e Irlanda, ojalá España hubiera contado con esa gran ayuda.
Ante la corrupción y el abuso de poder, ¡Viva la Troika limpiadora!