A finales de1975, cuando moría Franco, el recién electo secretario general de la UGT, el asturiano José María Álvarez, con casi 20 años entonces, se afiliaba a ese sindicato en Barcelona, a donde había llegado poco antes para trabajar en una industria metalúrgica.
El sustituto del perenne Cándido Méndez catalanizó allí su nombre y apellido, Josep, cambiando la tilde, Àlvarez. Ahora defiende el “derecho a decidir” en Cataluña.
Un término tramposo porque se refiere al “derecho a decidir la independencia”, la independencia, no cualquier otra elección: es el derecho a romper la nación.
La UGT renacía en 1974 en Suresnes, Francia, un año antes del ingreso de Álvarez, en un congreso del PSOE que creó una pareja de nuevos líderes socialistas y ugetistas, Felipe González y Nicolás Redondo Urbieta, padre de Redondo Terreros.
Tanto la Unión General de Trabajadores (UGT) como Comisiones Obreras llegaron a alcanzar años después alrededor de 1,3 millones de afiliados cada uno, aunque ahora se desangran rápidamente con menos del millón.
Su existencia se enriqueció con las ingentes ayudas estatales y europeas –las cuotas no pagan la cuarta parte de sus burocracias--, además de que las empresas deben pagar a sus liberados.
Así se explica la corrupción de UGT, que sólo en Andalucía, bajo protección del PSOE, malgastó o hizo desaparecer 3.500 millones de euros.
En Cataluña, para sumarlos al carro independentista, los nacionalistas premian con hasta siete millones de euros anuales los dos sindicatos.
UGT pasó del internacionalismo proletario al egoísmo nacionalismo burgués y ha elegido como jefe a quien hasta se ha cambiado el apellido para seguir cobrando de la Generalidad.
La moribunda UGT enriqueció, pero se deshonró, tras sobrevivir decorosamente después de ser gravísimamente herida durante la guerra civil y la posguerra.
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SALAS