"Es peligroso dejarse llevar por la melancolía. Lo sé muy bien. Tanto como por la ira. Por eso, hoy he decidido no hacerlo; porque una cosa es aceptar el tono vital con el que te levantas, y otra muy distinta propiciarlo o incluso alimentarlo. Si le das de comer, ya no es tu propio y genuino estado emocional el que rige tus actos, sino un estado adulterado con el producto de penas ajenas, engordado a base de miserias, enfermo de obesidad mórbida. Sí, es un trastorno morboso.
La melancolía es traicionera: siempre se presenta como algo cálido y ligero, tranquilo y reposado, e incluso llegamos a ver belleza en ese camino directo hacia el desasosiego. Una vez allí, es complicado desandar lo andado.
Esta es la cuarta y última novela de Yolanda Regidor, una escritora española (Cáceres, 1970) que ha escrito también relatos publicados en varias antologías. Con la segunda, “Ego y yo” ganó en 2014 el XXX Premio Jaén de Novela. Antes de dedicarse por entero a la literatura, Yolanda Regidor fue asesora jurídica y docente en programas de inserción sociolaboral.
De “La última cabaña” ha dicho Rosa Montero:"Con una escritura absolutamente deslumbrante, Yolanda Regidor nos cuenta cómo se puede salir del abismo palabra a palabra", y Manuel Vilas: "Una novela llena de intensidad, de misterio y de abismos".
Palabras a priori interesantes ¿verdad?
La trama a grandes rasgos sin spoiler
A nuestro protagonista le llaman El Escolta, porque es corpulento, no sonríe y da un poco de miedo. Es el forastero, educado, pero no simpático, el hombre solitario que recibe cartas del Departamento de Defensa y que vive en la última cabaña, la más alejada del pueblo. Sus vecinos no saben que ha llegado a ese recóndito lugar huyendo del fantasma de sus pecados y de la insoportable culpa que carga en su espalda, para dejarse llevar, dejarse ir, para no saber nada de lo que sucede en el mundo, para aislarse de todo y de todos, hasta de sí mismo si es que eso es posible.
No sé si se puede vivir para uno mismo. Tal vez no sea posible, aunque lo intentes toda la vida, aunque te destierres una y otra vez, aunque te confines en tu propio mundo lo más apartado posible del resto de la humanidad. Creo que es imposible una vida presente o futura sin la idea del otro, sin la reminiscencia del calor de otro.
Ha dejado atrás muchas cosas, pero ha llevado consigo sus libros, libros que ahora le sirven para alimentar el fuego de su chimenea. Para su desgracia, también le acompañan sus traumáticas vivencias pasadas y su memoria.
Llegué aquí con la intención de respirar tan solo el presente. Enseguida me di cuenta de que no podía. Tengo un exceso de pasado. Intento aligerar la carga como puedo. Yo he cometido actos atroces y nunca he sido juzgado por la ley. Pero mi conciencia me juzga y me condena a diario.
El Escolta escribe todos los días una especia de diario, en él se desahoga, lo suelta todo, porque tiene la convicción de que nadie lo leerá jamás. Escribe porque le resulta terapéutico, aunque con ciertas reservas porque no desea que se convierta en una obligación o en un vicio.
Yo escribo esto sin otra razón que restablecer la relación conmigo mismo, sin más motivo que intentar comprenderme y, tal vez, llegar a aceptarme. Conseguir paz.
En sus tres cuadernos nos habla de su pasado: la infeliz infancia marcada por el abandono de su padre y una madre que siempre lo ha despreciado por su debilidad, frente a la fortaleza de su hermano mayor, un hermano soberbio, cruel, que se aprovechaba de él y le humillaba constantemente. Y nos cuenta lo mucho sufrido en su edad adulta, su desengaño amoroso no superado y la tragedia con su hermano.
Mi madre, que me repudió como aborrecen las hembras a las crías con olor a humano, ¿se habrá arrepentido en algún momento? Su figura, tan amada como odiada, me ha acompañado cada uno de mis días. Nunca entendí por qué no me quería, cuál era el motivo para rechazarme. Supongo que fui un error, y que hay personas que, al igual que algunas aves que alimentan al más fuerte y dejan morir al débil, no tienen amor en cantidad necesaria para sacar adelante a más de una cría.
También nos hace partícipe de su presente, de su día a día en ese paraje solitario, sin más compañía que un cachorro de lobo rescatado de una muerte segura, de un viejo que le ayuda por las tardes con los arreglos de la cabaña, una tendera, Olivia, que le ofrece su amistad incondicional y un chiquillo retrasado de ocho años, Marco, que también le visita casi cada día y que juega con su lobo.
Tiene la piel del rostro curtida y pecosa, y restos de legañas en los ojos, de un verde aceituna. Su pelo rucio está bien peinado a raya, pero el corte es descuidado y la higiene en general brilla por su ausencia.Los puntos fuertes de la novela
✔ Hay pocos personajes, pero todos son memorables, perdurables. Además del protagonista, me ha ganado de forma especial, Marco. Marco tiene algún tipo de discapacidad que se deja en el aire, no se especifica (¿Asperger? ¿autismo?) y se insinúa que pudiera ser fruto también de la desatención y de una familia desestructurada. Es un ser vulnerable, indefenso, que al Escolta le transmite mucha ternura. No habla y siempre se lleva todo lo que se le ofrece.
Marco no es un niño cualquiera. Es una persona sumamente frágil, y así lo anuncia ya su apariencia. Tiene la piel blanca hasta el extremo, como si jamás le hubiese tocado un solo rayo de sol en ese cuerpo flaco de coyunturas prominentes, y se sabe, nada más mirarlo, que hay que respetar su distancia y sus tiempos. Solo al lobo parece permitirle algunas familiaridades.
Y por supuesto Böcklin, un personaje más, de hecho uno de mis preferidos de la novela. Creo que el lobo simboliza el instinto de supervivencia, la redención, recoger al lobo, adoptarle, significa recuperar las ganas de vivir para el hombre, algo que proteger, que cuidar.
Yo manoseo al cachorro, y en cada una de las pasadas de mis dedos por su minúsculo lomo le estoy alentando a que viva, le estoy diciendo que no está solo, pero en realidad soy consciente de que me lo estoy diciendo a mí mismo. Desde el día que lo encontré, se ha convertido en una especie de alter ego. Si él resiste, yo resisto. Si él sucumbe, yo me hundiré. Así que en realidad estoy cuidando de mí, de mi propio cuerpo, de mi herido espíritu. Y mi espíritu está tan necesitado de roce y de ternezas que no puedo evitar dárselas, dármelas.
✔ La relación tan peculiar que se forja entre hombre-niño-lobo es genial. Descubrir que se es capaz de sentir un amor incondicional y protector hacia un animal, es algo que sorprende incluso al propio Escolta y ese miedo a perderlo, a que algún día decida regresar con los de su especie.
Escribo esto y creo que definitivamente debo de haber perdido la razón, porque siempre he pensado que el exceso de terneza hacia un animal es de una sensiblería patética. Sin embargo, no puedo evitarlo. Lo trato como a un niño. Lo atiendo como si fuese..., joder, me cuesta decirlo, trato a esta criatura fascinante como a un hijo; el hijo que nunca tuve. Me pregunto en qué momento este lobo —me resisto a decir «mi lobo»— sentirá la llamada de la libertad, la fuerza incontenible del instinto, y se irá a buscar a su manada o a intentar crear la suya propia; si lo reconocerán, si lo admitirán o lo repudiarán por su olor a humano o por su belleza, o por su brío, o por su debilidad...
✔ Plasmar todos sus pensamientos por escrito, le ayuda al Escolta a recordar todo lo bueno y todo lo malo de su pasado.
Duelen tanto esos bellos recuerdos... Queman igual que los malos. Ambos se confunden cuando falla la esperanza de volver a vivirlos.
Y le obliga a reflexionar sobre muchas cosas:
● Sobre la maldad del ser humano:
Lo que más asusta de la maldad es que no tiene límites, no tiene un color de piel ni una ideología determinada. Por eso es complejo identificarla cuando nace y resulta muy difícil pararla cuando se desata. Es universal, infinita y, lo más desolador: eterna.
● Sobre el amor y la dependencia emocional del ser amado, y el miedo a perder lo que amas:
Es inevitable. El temor siempre está ahí cuando amas. Amor y miedo no se pueden desligar. Acaso sean la misma cosa. Cuando amas, estás perdido, porque este sentimiento es siempre interesado, como el miedo. Los dos responden a la necesidad de seguir viviendo.
● Sobre la muerte y el instinto de supervivencia:
Hoy comprendo que la muerte en realidad es la muerte de lo amado. No tendré conciencia de mi propia desaparición. Y no, mientras viva, no voy a dejar morir lo que amo.● Sobre la enfermedad mental:
¿Qué fue primero: el huevo o la gallina? ¿La enfermedad de la mente o el destino reservado a esa mente? La mente enferma ¿nace o se hace? Y si es lo segundo, ¿se hace ella sola, o la hacen?.
● Sobre la relación del hombre con la naturaleza:
La Naturaleza no es cruel; al menos no es solo eso. Aceptar tal cosa es asumir nuestra crueldad y, por contraposición, para darle algún sentido, que nuestra bondad debe forzosamente existir, y no un poco, sino en cantidad semejante, lo bastante para que lleven luchando toda la vida sin que una acabe con la otra. No es más cruel que bondadosa o viceversa; es simplemente un proceso que crea y destruye, y nosotros no somos sino una excusa, un medio de transporte más para que la vida siga su curso. Pero aceptar eso es algo que ella misma nos ha puesto muy difícil.
✔ Una de las cosas más increíbles y valorables de la historia, es la evolución del personaje protagonista a lo largo de la narración. El Escolta madura, cambia, evoluciona, desde que llega a la cabaña inmerso en un proceso autodestructivo, sintiéndose sumamente desdichado, acabado, sin ganas de vivir, hasta que termina de escribir su último cuaderno como alguien totalmente renovado, con otra forma de ver la vida. Un viaje existencial mágico.
Puedes matarte o dejarte morir, pero es muy difícil dejar que te maten. Puedes matar o dejar morir.
✔ El mensaje que nos deja, aún teniendo la novela un lado triste y duro, es optimista, el recorrido liberador y el final. . ., de esos que te dejan muy buen sabor de boca.
He comprendido que el mayor vacío de un hombre es la incapacidad de huir de sí mismo, y que solo se puede escapar de uno a través de los demás; de otros seres, de otras cosas, de la fe. He encontrado a Dios en un viejo, en un lobo, en un niño, en mí.
✔ Me ha costado mucho decantarme a la hora de elegir párrafos, porque la forma de narrar de la autora, sus palabras, sus frases, lo que dice, cómo lo dice, todo invita a subrayar. Me doy cuenta de que he anotado casi la totalidad del libro. Vale, es una exageración, pero no ha sido fácil la elección. Capítulos cortos, pocos diálogos que no se echan para nada en falta y una prosa bella, brillante, vibrante.
Hoy sopla un viento intermitente pero cadencioso; suena como el rumor de las olas, como la respiración del mar. Oigo lo mismo que oía de fondo mientras besaba a mi mujer en aquella lejana ciudad de vacaciones. Pero también es el son de las antiguas heridas. Las toco, las recorro con la yema de los dedos y me parece que laten a otro ritmo, más rápido, como el resuello de un niño con fiebre.
Resumiendo: "La última cabaña" es la crónica de una curación y una preciosa historia de superación, de segundas oportunidades, de autoconocimiento. Una historia profunda y emotiva sobre el perdón hacia uno mismo, el instinto de supervivencia y el miedo a la soledad, que al final nos regala un contundente mensaje esperanzador.
Solo en un claro puede verse el bosque
Una lectura que como ya habéis podido comprobar, me ha maravillado, me ha fascinado, una novela que os aconsejo disfrutar detenidamente, saboreando cada palabra, cada frase, cada una de sus 260 páginas, porque merece muchísimo la pena. Yo repito con la autora, ¡vaya si repito. . . !
Mi nota esta vez es la máxima, para variar: