Ante la vida, como ante la muerte siempre hay un momento para desahogarse, si se da la ocasión o nos dejan hacerlo. Cartas como las que escribe el gallego José Mejuto desde la prisión, entre octubre de 1936 y julio de 1937, en las cárceles de Vigo, San Simón y Pontevedra. 34 cartas custodiadas en Argentina por su mujer y su nieta, y depositados los originales desde 2015 en la Real Academia Galega, fecha en la que son publicadas por la editorial Alvarellos.
Pero hoy me detengo en la última carta de Balanzátegui, un condenado a muerte que Iñaki Sierra Charola, uno de sus descendientes, donó al Museo del Carlismo de Estella en 2010, al tratarse de una historia ocurrida al norte de nuestra provincia, en Valcobero, que en el censo de 1842 contaba con 30 hogares y 156 vecinos.
Balanzátegui Altuna, que había nacido en Zarauz en 1816, partidario de Carlos María de Borbón y regidor de la ciudad de León durante dos mandatos (1857-1868) fue fusilado en Valcobero el 6 de agosto de 1869, en cumplimiento de la disposición de Juan Prim: "fusilar a todo individuo de los que, alzados contra el gobierno revolucionario de la Gloriosa, se cogiera haciendo armas contra éste." Y que te dijeran, más o menos: No vas a morir de cualquier forma, ni por la sentencia de un juez. Te vamos a matar junto al cementerio de ese pueblo. Nosotros, que estamos licenciados para matar si observamos cualquier desliz en el comportamiento.
Morirse no es ninguna tontería. Y perdonar y premiar a quienes te van a matar, tampoco.