“Tuve la sensación de que podía caer dentro de aquellos ojos.”
Charles Bukowski
He estado mucho tiempo cerrando los ojos e intentando sujetar las manillas del reloj del corazón justo en aquel minuto “antes de”. A deshoras, en pijama, a secas y sin preliminares. Pero resulta que cuando te enfrentas al Tiempo y te vence, salta contigo de la mano con la que aún lo agarras y te lleva donde le da la gana. Nunca llega tarde ni temprano; simplemente, mientras tu intentas levantarte con todo el mareo, él ya se ha replanchado la corbata y cerrado el botón de la chaqueta. Al Tiempo no le gustan las clases particulares ni las cosas duraderas más allá de sí mismo.
Y siempre va cargado. Mundos, viajes, personas, calor, días, escúchate, mírame y cosas por hacer.
¿Cómo iba yo a mirarlo a los ojos y dejar atrás las sombras? La oscuridad ha sido mi amiga, mi confidente, mi escondite. Era el remanso de paz donde el mundo me dejaba en paz, ¿cómo iba a resistirme a ella si me había acogido desarmada, desnuda y sin filtros? Yo no me veía abandonándola. Ella me aceptaba tal como era y yo no me veía haciéndole lo que me habían hecho a mí.
Pero el Tiempo tiene ese toque, ese don, de cafeína homeopática prescrita en dosis pequeñas, adictivas y mentirosas. Como si te diese alguna chuchería cargada de vitaminas de vez en cuando. Empieza con lo que tienes que hacer y poco a poco, va guiñándote el ojo para que, entrelineas, leas lo que podrías hacer. Del caramelo al chicle, hasta el café con copa y cigarrillo en una terraza a plena luz del sol de invierno.
Te prometo que hoy iba a escribirte. Sí, a ti. Sí; aunque me haya despedido unas cuantas veces ya. Sí; otra vez y por última vez esta vez. Con todas las páginas ya pasadas y con todo lo que había que decir recogido. Pero es que ahora si pienso en ti, divago. Quién me iba a decir que te ibas a convertir en el punto de partida y no en el de inflexión.
Ahora mi cabeza es una casa de pueblo de ir y venir constantes, un montón de aire fresco, comida de la abuela, ropa tirada, varios vicios y algo de leña. Aunque todo depende de la dosis: salvarme demasiado me abruma y hacerlo demasiado poco me abruma más. Hago tentempiés con los planes, aunque más de un domingo me vea con la despensa llena de cosas a medio acabar, barbacoas sin saber a cuánto tocamos cada uno y licores con las lecciones que debería haber aprendido antes de los treinta.
Pues eso, que iba a escribirte. Lo había señalado en el calendario del escritorio porque es día catorce de febrero y, quieras que no, no es un mal día para decir adiós si no hay más que decir, pero con la última cerveza de la nevera, perdóname, creo que es una gilipollez mirar atrás.
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