La última cruzada (II)

Publicado el 15 octubre 2011 por Eowyndecamelot

San Juan de Acre, 18 de mayo de 1291

El panorama desde las murallas era tan desalentador y generador de impotencia como las luchas ciudadanas de la década de 2010: un mar de tiendas árabes, abigarradas y mortales, se extendía ante mis ojos. Aún no había amanecido y, de momento, los atacantes nos estaban dando un respiro, lo que me parecía el detalle más intranquilizador de todo, y tuve tiempo de reflexionar sobre lo divino y lo humano mientras tomaba un poco el aire fresco, cerca de la torre defendida por los templarios, mientras observaba con inquietud la defendida brecha al lado de la puerta de San Antonio. Si tan solo pudiera recordar qué es lo más inteligente que podemos hacer ahora, cuál es el mejor paso que podemos dar…, pensaba. Pero la Historia había de seguir su curso, y la realidad rechazaba sin duda los recuerdos de una mercenaria con capacidad de viajar en el tiempo, haciéndolos perderse en el éter espaciotemporal antes de crear alguna paradoja.

-¿Meditando, Eowyn? –oí una voz a mi espaldas y no me volví. Mi viejo compañero de batallas, ahora templario de pleno derecho y además (nunca entenderé por qué) con cargos importantes en la Orden, se acercaba; a la sazón yo ya le había perdonado su traidor regreso al cuerpo, pues había comprendido que, a aquellas alturas de su vida, poco más podía haber hecho él: como yo, también tenía que sobrevivir. Se acodó en la muralla, a mi lado.

-Lamentándome, más bien. Y al parecer negándome a aceptar la
realidad. Todas esas tiendas de ahí abajo me hablan de muerte, o peor, de algo
peor que la muerte, que es ver morir a personas que te importan. Pero sin
embargo es como si algo a la vez me dijera que tengo aún mucha vida por
delante…

-Tal vez es que tu destino no dicta que vayas a morir aquí, querida amiga –incidió él-. Dios lo quiera.

-… una vida que no sé hasta qué punto vale la pena vivir –me encontré diciendo a continuación; sin embargo, me retracté al instante: era mejor que guardara los pensamientos derrotistas para mí misma: no contribuían a aumentar la moral de la tropa. Así que cambié de conversación: -Eh, sabes que los libros de historia hablarán de ti? Nunca te había visto en acción en este tipo de batallas. Y eres jodidamente bueno, hijo de puta –junto con sus compañeros de la Orden y los hospitalarios, aquel viejo zorro había hecho dos incursiones en el acuartelamiento de los atacantes, la primera en solitario y la segunda con mi asistencia: a pesar de sus protestas, y de mi escasa valentía, no estaba dispuesta a quedarme sin la única persona en este mundo capaz de aguantar mi endiablado carácter, al menos sin supervisarle de cerca para evitar que cometiera alguna estupidez. Sentí sin verle cómo sonreía con picardía y (me imaginaba) mirada de estarse guardando algún as en la manga.

-Pues tú tampoco te quedas atrás, muchacha.

Mi compañero siempre se había destacado por su parcialidad.

-No digas tonterías. Está claro que esto no es lo mío.

Guardó silencio  durante unos segundos.

-En cierto sentido tienes razón. Esta no es tu guerra.

Yo disentí de inmediato.

-No me refería a eso. Esta sí es mi guerra, o al menos lo es mucho más que la mayor parte de las batallas en las que he participado. Al menos, aquí está en juego mi vida y la vida de personas a las que he cogido cariño, aunque yo no signifique nada para ellas,  no por el hecho de que sea un imperio u otro el que acabe conquistando Tierra Santa. Lo que quería decir es que no dejo de ser un guerrera de tres al cuarto, solo buena para los torneos cortesanos y la escolta personal cuando los enemigos que amenazan no son muy numerosos. Las contiendas encarnizadas me superan. En el fondo soy una chica muy pacífica y las únicas batallas que me gustan son las que tienen lugar en la cama; o al menos eso creo, ya que la última vez que tuve una experiencia así aún gobernaba el Imperio Romano.

Le miré de reojo; meneaba la cabeza, nada convencido.

-Creo que eres una persona capaz de lograr lo que te propongas; pero lo que está claro es que no deberías pasar por esto. Nadie debería.

-Ni siquiera tú.

-Ni siquiera yo. Pero si solo fuéramos una minoría los guerreros, entonces la vida tendría algún sentido. Si el pueblo no acabara sufriendo el afán de dominio de unos cuantos malvados y estúpidos, no me importaría formar parte de esta hedionda hez de los soldados.

-Te entiendo –contesté-. A mí tampoco.

Se hizo el silencio de nuevo; yo me agitaba, inquieta: la tranquilidad reinante me estaba afectando los nervios.

-Aunque también es cierto –continué yo –que últimamente  no me
siento capaz de llevar a cabo ninguna lucha remunerada. No me concentro, y no dudo de que eso puede ser peligroso, tanto para mí como para mis clientes. Lo único que deseo es dedicarme en cuerpo y alma a las peleas que realmente son mías, a mis propias guerras. Estoy cansada de alquilar mi espada al mejor
postor. Pero sucede que, aunque sea de costumbres morigeradas, pueda dormir en cualquier rincón y no necesite más que algún río de aguas moderadamente limpias para bañarme, esté capacitada para pasar días con un pedazo de pan duro y siempre encuentre quien me invite a una jarra de vino, estar flaca no me sienta nada bien. Me favorecen más las curvas. Si no, no ligo nada.

Él no respondió y yo seguí.

-Y en el siglo XXI las luchas son diferentes; pero no por eso menos urgentes. Allí también, de alguna manera, estamos sitiados. Durante un tiempo, pareció que guerras, explotaciones y abusos se habían trasladado sola y exclusivamente a lugares lejanos, y esa distancia los mantenía apartados de las personas que vivían en los países del Occidente, esos mismos países que ahora conquistan Tierra Santa en nombre de la Cristiandad, la cual en 2011 y alrededores se llamará Democracia aunque siempre será en el fondo lo mismo: el dinero, el poder, el capital, los sacrosantos mercados. La gente se sintió a salvo; pensó que vivía en un mundo feliz, con su casita, su coche e incluso su casita de segunda residencia, pagadas a base de desangrarse cada mes en las oficinas de los bancos, gracias a venderse a las empresas como esclavos, a renunciar a su vida personal, de ocio, de familia, a su formación… Ahora, incluso esa mentira se ha acabado. Creías acaso que los ávidos mercados tenían suficiente? Pues no. Son insaciables, como un pozo sin
fondo, y vieron la manera de empoderarse aún más. No les bastó con comprar a toda la clase política, con convertir la gobernanza de cualquier país en una
farsa; se inventaron una crisis mundial para someternos aún más, para quitarnos todos los derechos políticos y sociales, para instaurar los ajustes que
hicieron de esos países empobrecidos el nido de horrores e impunidad que son en el siglo XXI, aunque de ellos solo se hablan cuando son occidentales los que los visitan y sufren los daños colaterales, aunque hayan pasado a ser sencillamente un cuento de terror al lado del fuego después de la cena. Esos ajustes han causado y causan víctimas mortales, y lo que es peor, causan muertos en vida. El 15 de Octubre de 2011 hay una jornada de lucha global contra este estado de cosas. Y quiero estar ahí a tiempo. A pesar de que nuestra lucha será tal vez tan inútil como la que estamos llevando a cabo aquí. Por tanto, sería conveniente que saliera viva de esto; aunque tal vez sea solo que no me gusta la Muerte: creo que puedo aplazar a perpetuidad el dudoso placer de confraternizar con esa fea dama.

Escuché su voz detrás de mí.

-Hace tiempo que te digo que debes marcharte.

-Pero no voy a dejarte solo. Ni a los demás. Aunque mejor que no me tientes, porque estoy muerta de miedo.

Suspiró.

-No hay nada que hacer, Eowyn. Tú lo sabes. Nuestras incursiones en el campamento enemigo fueron infructuosas, solo sirvieron para que se perdieran demasiados defensores de la ciudad. Los mamelucos son demasiado superiores en número. Ni siquiera han servido de nada los refuerzos del rey Enrique. En cuando a la embajada de paz, ya sabes el gran fracaso que resultó. Pudimos reprimir el ataque de hace tres días, pero cuando vuelvan a intentarlo caeremos. Solo es cuestión de horas; sé que hay voluntad política, como tú dirías, por parte del Papado y los monarcas cristianos de defender la ciudad aunque solo sea por sus intereses. Pero no hay dinero y no quedan tantos nobles suicidas. No llegará otra expedición. Estamos perdidos. Sálvate, tú que puedes.

Me lo estaba poniendo demasiado fácil.

-No –me reafirmé, conteniendo la tentación-. En el peor de los casos, no me iré sin ti.

Me volví hacia él. Sonreía.

-La gente dice que eres una guerrera sin corazón y que eres incapaz de sentir nada por tus compañeros. Yo siempre he sabido que se equivocan. Es todo lo contrario: te implicas demasiado. Solo que, tal vez por eso mismo, eres incapaz de demostrarlo.

Yo me encogí de hombros.

-He salido algo sensible, qué le vamos a hacer. Aunque es una auténtica putada.

-Eres la compañera más fiel que se pueda desear.

Yo no tuve tiempo de protestar al respecto. Allí abajo, una multitud con ánimo ofensivo se acercaba a las murallas, dirigiéndose hacia la zona comprendida entre la baqueteada puerta de San Antonio y la Torre del Patriarca. El sultán había desplegado a todos sus hombres y a todas sus máquinas de guerra: era el ataque final. Los desalentados, agotados y casi dormidos defensores de guardia empezaban a dar el aviso.

-Ponte a salvo –quiso ordenar él-. Ahora.

-No es el momento de que te pongas protector –contesté yo, más cabreada que asustada, aunque lo segundo lo estaba  bastante-. Luchemos como siempre
hemos hecho, uno al lado de otro, y que Dios o el diablo decidan. No te
abandonaré.

La infantería y la caballería se precipitaron sobre las defensas de la ciudad, imparables. Mi compañero y yo, en la Puerta de san Antonio, entre los escasos soldados que quedaban vivos en la ciudad, luchábamos todo lo incansablemente que nuestras fuerzas nos permitían y nuestro miedo nos azuzaba. Pero por cada enemigo que neutralizábamos, otros dos más fuertes llegaban; aquello era una pesadilla, y tal vez una de las peores partes era la culpabilidad que sentía al estar segando vidas humanas de aquella manera tan pasmosa. ¿Por qué tuve que venir a Tierra Santa?, pensaba. ¿Por qué nunca puedo evitar meterme en líos? Soy cómplice de esta locura. Pero en mi más recóndito interior sabía que a veces es necesario defenderse. Y quizá de una manera mucho más radical que solo con manifestaciones, pensé, recordando el siglo XXI.

-¡Ha caído la Torre Maldita! –los caballeros que defendían esta vinieron a unirse a nosotros. Yo ya no pensaba: solo daba mandobles a cualquier cosa más o menos humana que viniera a subir por los muros. Me había convertido en una máquina de matar, y solo hubo un hueco mínimo en mi mente para reflexionar acerca de lo que la injusticia, generadora de violencia, es capaz de embrutecernos. No recuerdo las horas que pasé así: los minutos se contaban por muertes y las horas por heridas, y no podíamos pensar en cumplir las funciones sencillas de la vida, esas que consiguen que el tiempo transcurra armonioso. Aparte de que teníamos un aspecto lamentable y un olor verdaderamente tóxico. La siguiente noticia trágica fue la
caída de la Torre de San Nicolás, y antes de que pudiera enterarme me encontré combatiendo por las calles de la ciudad e intentando evitar todos los desmanes que podía. Pero no quiero recordar eso y no querríais que os lo describiera. De todas maneras, es lo mismo en todas partes. Y lo único que hay que saber al respecto es que tenemos que evitarlo. A toda costa… Basta decir que nos saquearon como Mas y Espe han saqueado la Sanidad y la Educación en Madrid y Cataluña o como si fueran directivos de la SGAE, que pisotearon nuestros derechos al igual que Zapatero pisoteó nuestra Constitución, que, en fin, nos invadieron con o sin excusas pero en cualquier caso con muchos intereses como nosotros hemos invadido Libia y que nos ocuparon como en la Edad Contemporánea, la tortilla dio la vuelta, Marruecos ocupa el Sáhara y Occidente Palestina.

-Debemos ir al muelle –apremié a mi compañero-, tenemos que conseguir evacuar a todos los que podamos, dando prioridad a los más débiles. Dicen que el hijo de puta del rey se ha largado a Chipre, y que ese traidor de Grandson se ha embarcado con sus caballeros en naves que podían haber recogido a mujeres, niños y ancianos.

-Y ese gran cabronazo renegado de Roger de Flor, compatriota tuyo y que le hace un flaco honor a la tierra de Aragón, está vendiendo los pasajes en su galera como si de un vil mercader se tratara. No podemos permitirlo –rabió él.

-Nos aseguraremos de que el reparto de pasajeros sea lo más justo que podamos, y después nos refugiaremos con el resto en vuestro castillo –dije yo-. Allí esperamos que vuelvan los caballeros que van a conducir a los refugiados a Chipre. Quizá podamos aguantar unos días más… -me callé, súbitamente. La conocida sensación se estaba apoderando de mí-. Tengo que irme –comprendí-. El siglo XXI me llama. Creo que he tenido demasiado miedo. Creo que lo estaba deseando demasiado.

-Lo sé –dijo él con un tono de voz que implicaba algo más. Yo le miré, interrogativa.

-Creo que tu hechizo se contagia –explicó-. La última vez, cuando te fuiste, empecé a notar que en momentos comprometidos, cuando quería escapar de alguna situación, algo empezaba a tirar de mí. Después aquello también comenzó a suceder sin que hubiera nada que lo provocara. Desde entonces, he viajado dos o tres veces al famoso siglo XXI. Ya lo conozco, aunque no tan bien como tú, aunque probablemente me guste aún menos, e incluso creo que nos hemos encontrado allí en alguna ocasión. Lo que pasa es que después no soy capaz de recordarlo. Pasan cosas con la memoria cuando viajas a través del tiempo… Vete tranquila, yo me quedaré aquí e intentaré ayudar en lo que pueda. Y cuando no sea posible hacer nada más, te prometo que te seguiré. Ve a ese 15 de Octubre, aunque al final no conduzca a nada. Tal vez podamos encontrarnos allí. Y además estarás a salvo.

Yo me iba, irremediablemente.

-No subestimes a los Mossos d’Esquadra de Barcelona -le avisé-. Pueden llegar a ser unos auténticos mamelucos. Pero en cuanto a ti, prométeme que no vas a esperar demasiado. A nadie le vas a servir muerto.

-Bueno, ya veremos –dijo él-. Hasta siempre, compañera.

-Y si no vuelvo a verte… ten cuidado con las hogueras.

-Tienes obsesión con ese detalle –observó él-. Siempre lo mencionas.

-Algo me hace recordar hogueras cuando pienso en ti –confesé yo-, aunque tal vez se deba a la natural fogosidad de mi carácter mediterráneo –pero ya todo se disolvía ante mis ojos. Lo último que pude ver al abandonar el siglo XIII fue a Karl y a Gustaf subiendo a la galera de Roger de Flor.