El 25 de julio por la noche las tropas republicanas sorprendieron a sus enemigos cruzando el Ebro por la zona de Tortosa. Los franquistas tenían pocas tropas estacionadas allí. No creían que su enemigo fuera capaz de atacarles, y, además, Franco estaba ocupado tratando de conquistar Valencia. Como era típico en este mal estratega -como ha sido calificado posteriormente por militares y analistas de la Guerra Civil-, Franco no era capaz de prestar atención a varios frentes a la vez. La consecuencia fue la dejadez y el abandono de sus tropas en el Ebro, fruto también del desprecio que sentía por el Ejército Popular republicano, nacido de las milicias obreras de partidos de izquierdas y sindicatos.
Juan Negrín.
Fue la inminencia de esa guerra mundial la que determinó la estrategia del gobierno republicano, dirigido por el socialista Juan Negrín. Muchos dirigentes republicanos apostaban por la negociación e incluso por una rendición ingenua a cambio de amnistía, como el presidente Manuel Azaña. Negrín también sabía que la guerra no se podía ganar en solitario, pero también sabía que no había que esperar ninguna clemencia por parte de un enemigo que ya había sembrado el terror en media España desde el comienzo de la guerra. Negrín pensaba, acertadamente, que la política agresiva de Hitler acabaría desembocando en la guerra. Por eso su objetivo era resistir y aguantar todo el tiempo posible hasta que la guerra estallase. Las democracias europeas, sobre todo Gran Bretaña y Francia, se convertirían así en aliadas de la República en su lucha contra Franco, aliado de Hitler.Los acontecimientos internacionales parecían darle la razón. En marzo de 1938 Hitler se anexionó Austria, provocando las primeras alarmas. Pero estas sonarían con todas sus fuerzas a principios de octubre, cuando Hitler amenazó con invadir Checoslovaquia con la excusa de querer defender a la minoría alemana de los Sudetes de unas presuntas agresiones checas que, en realidad, fueron magnificadas por la propaganda nazi. Entre el 26 y el 30 de septiembre de 1938 la paz en el mundo estuvo pendiente de un hilo. Hitler quería la guerra, ese era su objetivo. Los Sudetes le daban igual, eran la excusa perfecta. Pero sus generales tenían miedo y el pueblo alemán no compartía su entusiasmo por volver a vivir una guerra como la que habían sufrido entre 1914 y 1918.Los Acuerdos de Múnich.
El resto de países europeos tampoco querían la guerra. Por eso se trató por todos los medios de contemporizar y calmar al dictador alemán. Ingleses y franceses estaban dispuestos a sacrificar a los checos para salvar la paz. ¿Hitler quería los Sudetes? Adelante. Sin consultar a los checos, aliados de Francia y Gran Bretaña, el 30 de septiembre llegaron a un acuerdo en Múnich para darle los Sudetes a Hitler y calmar su apetito. La paz en Europa parecía salvada, sin embargo, en España la República estaba sentenciada.Negrín sabía que no podría resistir mucho más. Los soldados del Ejército Popular estaban sufriendo una presión inaguantable en el Ebro. A finales de octubre decidió retirar a las Brigadas Internacionales, los voluntarios extranjeros que luchaban con la República contra Franco. La prohibición de extranjeros luchando en la Guerra Civil era una exigencia del Comité de No Intervención, el mismo que, liderado por ingleses y franceses, impedía la importación de armas a la República pero hacía la vista gorda con la ayuda nazi y fascista a Franco. Ahora Negrín quería forzar la situación y obligar con el gesto de la marcha de las Brigadas Internacionales a que la opinión pública internacional se fijara en la presencia de alemanes e italianos en el ejército franquista y la condenara. El 28 de octubre de 1938 los brigadistas desfilaron por última vez en Barcelona y se marcharon. Pero la Legión Cóndor alemana y los voluntarios italianos se quedaron. No hubo ni un amago por su parte de abandonar España, al menos antes de la victoria de Franco.