Si alguien hace 5 años me dijera que iba estar escribiendo las primeras líneas de una reseña sobre una novela corta de Isa J. González, lo admito, no le creería. Para nada. Otro asunto, es lo enormemente feliz que me supone hacerlo. Que alguien cercano a ti consiga publicar, cumplir uno de sus sueños, dar luz y vida a una de sus historias, es solo motivo de celebración. Si el tándem lo completa la genialísima Marina Vidal a los lápices con una adorable portada y una editorial tan especial como Crononauta detrás, el as de triunfo vale doble.
«La esperanza era un arma más peligrosa que cualquier pistola.»
Bajo estos auspicios se presenta La última luz de Tralia, una historia corta de esas que podemos llamar, como tanto nos gusta llamar, de personajes; cobrando vida bajo un trasfondo de ciencia ficción conocido: las naves generacionales. Tralia está al borde de la extinción. Algunos seres se han quedado a vivir el fin de una civilización mientras que otros, han salido hacia el espacio en busca de esperanza para su pueblo. Sin embargo, no todo va bien en la Nodriza 64. Han sufrido un accidente y Kenichi, es su único y solitario superviviente. Salvado por la suerte de un pequeño mensaje recibido a tiempo, su rescate le pone contra las cuerdas de un nuevo desafío: confiar en la raza vecina -los zestianos- y ayudarlos en una búsqueda contrarreloj que amenaza la vida de todos sus tripulantes.
Después de un comienzo adrenalínico, que rememora cualquier buena película de rescates espaciales, Isa J. González nos sumerge en la rutina y el día a día de la Nodriza 2. Rune, Tyra, Eyra, Sigrid,… cada uno de ellos, con sus luces y sombras, cobran vida en este trayecto vital común. La tensa calma de la situación sirve a Isa para involucrarnos en el choque cultural y en el racismo interiorizado, más si cabe, como algo que cada uno poseemos de forma inconsciente. Insiste la historia de Kenichi en enseñarnos a mirar más allá de nuestros muros, ver lo que tenemos en común respecto a los demás más que nuestras diferencias, y sobre todo, a tender puentes. Por supuesto, nos habla del amor, de sus formas, su soledad, intensidad y dificultad. No es un vistazo amable del todo, creedme, si no más un rodeo por todas las complicadas aristas del concepto.
«Eran solo dos cuerpos queriéndose en la inmensidad de las estrellas.»
La mayor baza de La última luz de Tralia, y bajo mi punto de vista la menos explotada, es la creación de un universo propio, dando retazos de brocha gorda a una interesante sociedad marcada por su antigua historia. Sin embargo, y debido probablemente a la extensión de la novela, gran parte de los personajes de la Nodriza 2 quedan desdibujados, estos importantes hechos quedan más que en el aire y la relación establecida entre Rune y Ken parece, en ocasiones, avanzar a trompicones. Son pequeños vistazos fugaces a la calidez de una chispa de amor que está surgiendo (como en Heartstopper, por ejemplo), que prende una llama, pero que no llegamos a vivir en nuestras carnes del todo. Sea como fuere, preparad la patatuela, porque la ternura desfila por la tinta de estas páginas.
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