Jesucristo es un joven galileo corriente que vive en el Israel ocupado por los romanos de hace veinte siglos. Como es lógico, su existencia no podía ser ajena a las preocupaciones de la época. Pocas regiones bajo el dominio de las legiones del César eran tan conflictivas como aquella. Los judíos seguían considerándose un pueblo elegido, por lo que para ellos resultaba una humillación intolerable encontrarse gobernados por un pueblo extranjero. Muchos rezaban esperando un Mesías que los liberase. Otros, como los zelotes, organizaban una resistencia violenta, aunque con pocas posibilidades de éxito frente a la potencia militar romana. Mientras tanto Jesucristo se ve asaltado por dolorosos requerimientos divinos de cada vez mayor intensidad. Él intenta resistirse. Quiere ser impuro, pecador, para apartar de él unas fuerzas poderosas y agresivas que no puede entender. Puede que la mejor manera sea convertirse en el fabricante de las cruces en las que los romanos sacrifican a los rebeldes. Lo único que consigue el joven es ser tachado de traidor ante su pueblo.
Pero las exigencias de Dios no pueden rechazarse tan fácilmente. Entre dudas y sufrimiento, Jesús irá aceptando que ha sido elegido para algo excepcional. Como hombre, le cuesta mucho desprenderse de sus pasiones humanas, de su amor por María Magdalena, de su deseo de casarse y fundar una familia y es presa del demonio de la duda. ¿En qué puede beneficiar a la humanidad que él se sacrifique? Finalmente logrará centrarse en su misión y comenzar su predicación, consiguiendo que le sigan algunos discípulos, aun cuando su mensaje entra directamente en conflicto con los fundamentos de la religión judía.
Cuando yo era pequeño me contaron más de una vez en clase de religión la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro. Aparece en el evangelio de Lucas y es muy conocida. Trata de un hombre rico que se regalaba de copiosas comidas y de un pobre, llamado Lázaro, que vivía en su puerta, ansiando comer las sobras de sus banquetes. Cuando murieron ambos, Lázaro fue al cielo y el rico al infierno. Fue un castigo sin piedad. El profesor que nos contaba la historia la adornaba con los esfuerzos del condenado por aliviar un poco los tormentos del fuego eterno pidiendo que al menos le mojaran un poco los labios, pero no obtenía piedad alguna de los bienaventurados que gozaban de las delicias del cielo. La fábula era un hito en cualquier educación cristiana que se precie: hablaba de los enormes riesgos que corría quien no siguiera la doctrina. No habría piedad. Por eso, me sorprende el final que da a la narración el Cristo de Kazantzakis, que denota su condición humana y piadosa:
"«Dios mío —se dijo para sus adentros— ¿cómo puede ser uno feliz en el paraíso cuando sabe que hay un hombre, un alma que arde por toda la eternidad? Refréscalo, Señor, para que yo me sienta refrescado. Libéralo, Señor, para que yo me sienta liberado. De lo contrario, yo también comenzaré a quemarme». Dios oyó su pensamiento, se regocijó y le dijo: «Amado Lázaro, baja y toma de la mano al sediento. Mis fuentes son inagotables y tráelo contigo para que beba y se refresque. Así tú podrás refrescarte con él». «¿Por toda la eternidad?», preguntó Lázaro. «Por toda la eternidad», respondió Dios."
Pero no todo es tan hermoso en las prédicas del futuro Salvador. Pronto llegan las contradicciones, las dudas en la interpretación de los deseos de un Dios que parece jugar con sus criaturas. Jamás se ha visto a un Jesucristo más desorientado, más discordante con su propio discurso y más atormentado por sus deseos humanos. Paulatinamente su mensaje se vuelve más radical e incendiario. Mientras tanto, descubrimos que sus discípulos no carecen de intereses mundanos, apostando su pobreza temporal a la certeza de una posición de poder en el nuevo orden de cosas que sin duda instaurará su maestro:
"Pronto se sentará en el trono del Universo y todos nosotros, que fuimos suficientemente inteligentes para seguirlo, nos repartiremos los honores y las riquezas. Ya no andarás descalzo, sino que llevarás sandalias de oro y los ángeles se agacharán para anudártelas. Te digo, Natanael, que es un buen negocio; no dejes que se te escape entre los dedos."
En la narración de Kazantzakis el personaje de Judas se revela como alguien casi tan importante como el propio Jesucristo. Se tratade un apostol de la violencia que al final va a ser una pieza imprescindible para que se consume el sacrificio que ha de llevar a la salvación del género humano. El plan de Dios se puede definir como utilitarista: busca el máximo de felicidad para el mayor número posible de beneficiarios, pero a costa del sacrificio de algunos. Es posible que la misión de Judas, un hombre mucho más decidido que el propio Cristo, sea la más difícil:
"—Tendrás la fuerza necesaria, hermano Judas, Dios te la dará porque es necesario que yo muera y que tú me traiciones. Nosotros dos debemos salvar el mundo. Ayúdame.
Judas bajó la cabeza y, al cabo de un momento, preguntó:
—Si tú debieras traicionar a tu maestro, ¿lo harías?
Jesús permaneció largo tiempo pensativo. Al fin dijo:
—No, me temo que no. No podría hacerlo. Por eso, Dios me confió la misión más fácil: la de dejarme crucificar."
Otro personaje de gran interés en este drama es el de Mateo. Mateo es un escriba que se dedica a recopilar los hechos de los que es testigo. Claro que, como buen literato, no se priva de adornar la verdad, exagerando algunos episodios y eludiendo otros. El escritor no tiene reparos en manipular algunos eventos para que coincidan con los vaticinios de los profetas, usando del argumento típicamente religioso de que la verdad divina no tiene por qué coincidir con la verdad humana: la adulteración de los evangelios comienza en el mismo momento de su elaboración.
La versión cinematográfica de Martin Scorsese, con toda la polémica que suscitó (que no consiguió más que otorgar publicidad gratuita a la película), resulta ser la mejor versión que se ha filmado nunca de lo que pudo ser la vida de Jesucristo. Ya desde el primer minuto, un mensaje nos advierte de que se trata de una interpretación libre. En cualquier caso, aceptando que Jesús fue un personaje histórico, hay que concluir que en su época debió ser bastante irrelevante, dado que no existen testimonios fiables de su existencia por parte de los cronistas de la época. Así que, a pesar de los evangelios que fueron elegidos por la Iglesia como canónicos, lo cierto es que a un personaje tan oscuro históricamente como Jesucristo es lícito observarlo desde diversos prismas, sobre todo desde un punto de vista experimental y literario.
Lo mejor de la visión de Scorsese es que no se limita a ser fiel a la novela de Kazantzakis, sino que ofrece su propia versión de un personaje literario fascinante, con la ayuda de unos actores excepcionales. Si bien padece dudas constantes acerca de su condición divina, jamás lo hace respecto a su parte humana: Jesucristo es capaz de reir, de llorar, de enfadarse, de errar, de bailar en una boda y es presa de deseos sexuales, como cualquiera de nosotros. Pero ante todo le aterra la exigencia de tener que ser torturado y sacrificado, renunciar a la felicidad de un vida corriente en pos de un fin superior. Además, su existencia es campo de batalla entre Dios y el diablo, lo cual hace que muchas de sus elecciones sean confusas. ¿Cómo saber que quien habla no es el demonio disfrazado de Dios? Este es un problema que trajo de cabeza a los teólogos medievales y que casi le cuesta a la humanidad su presunta salvación. Magistal libro de Kazantzakis y magistral obra de Scorsese.