La última vez que hiciste algo por primera vez

Publicado el 25 abril 2017 por Pnyxis @Pnyxis
Para acceder al gimnasio al que he empezado a ir en Gante tienes que ascender por una escalera de caracol el equivalente a dos pisos, como si el esfuerzo de llegar al gimnasio en sí te preparara para lo que vas a vivir a continuación. Allí, escrito en letras gigantescas se encuentra el siguiente mensaje:
When was the last time that you did something for the first time? 
(¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?)


La primera vez que lo leí me sonreí para mis adentros porque era la primera vez que iba a un gimnasio con intención de volver, y pensándolo más tarde me sentía contento por la cantidad de cosas que he hecho por primera vez este curso.
Desde que estoy en Bélgica he vivido por primera vez solo, he conocido gente de países que sólo había visto en un mapa, he cocinado mi primera tortilla de patatas y mis primeros espaguetis a la carbonara (receta italiana); he explorado Copenhague en bicicleta; he "bailado" salsa y he hablado francés por primera vez más de cinco minutos seguidos; he pedido patatas y cerveza en holandés; he probado por primera vez más de treinta cervezas belgas diferentes; he trabajado por primera vez en un restaurante y en una empresa de alta tecnología; he visitado por primera vez ciudades como Londres, Bruselas, Colonia o Rotterdam... Y podría seguir...
El viernes celebramos las bodas de plata de mis padres: 25 años de matrimonio. Y me hacía pensar en cuándo fue la última vez que mis padres hicieron algo por primera vez, ellos que llevan eligiendo cada día a la misma persona durante veinticinco años y que han sacrificado precisamente el probar muchas cosas nuevas por mis hermanos y por mí.
Estamos muy acostumbrados a escuchar que hay que escapar de la rutina, que debemos experimentar y vivir cosas nuevas y que la felicidad es la suma de buenos momentos. Sin embargo, el viernes me di cuenta de que todas las experiencias que mencionaba antes no me han hecho feliz realmente. Me siento muy agradecido por ellas pero no me sacian, no consiguen llenar mi depósito de felicidad. He tenido que irme a más de dos mil kilómetros para darme cuenta de que me llena más ir al cine con mis hermanas pequeñas o jugar al fútbol sala en el polideportivo de siempre que ver por primera vez el Big Ben o pasar una noche de fiesta en Overpoort.
No me entiendas mal, querido lector, para mí todo lo que he estoy viviendo nuevo este año está siendo un regalo y me está haciendo crecer en muchos aspectos; lo que trato de combatir es la idea de que sólo podemos ser felices escapando de la rutina. Porque mi año está siendo de todo menos rutinario y no he encontrado ahí nada especial per se. Es más, tiendo a pensar que todo lo verdaderamente valioso es consecuencia de una repetición, de una rutina, que para construir algo sólido en cualquier aspecto - acabar una carrera, formar una familia, cimentar una amistad, practicar una afición - uno necesita de la práctica, del hábito, de la costumbre. A veces, si me apuras hasta del mismo aburrimiento.
La primera vez que toqué la guitarra fue una experiencia estupenda. Cada cuerda tenía un sonido diferente y cada traste variaba el tono de la nota pulsada. Poco a poco, empecé a aprender los acordes y los ritmos pero sonaba mal y era algo desesperante. Sin embargo, con el tiempo y algo de práctica - de rutina - aprendí a cantar y a tocar a la vez. La experiencia de cantar y tocar a la vez fue incluso mejor que coger la guitarra por primera vez. Después aprendí algún punteo, a adecuar la cejilla a la voz, a cambiar las notas cuando era necesario. Un par de veces incluso compuse un par de canciones malísimas. La experiencia de tocar algo compuesto por ti es incluso mejor que cantar y tocar a la vez una canción random. Varias veces rompí las cuerdas y tuve que reemplazarlas, pero aunque era un fastidio no era el fin del mundo. Poco a poco empiezas a vivir la guitarra como algo tuyo y hasta sientes que te falta algo cuando te pasas un tiempo sin tocarla. Y pese a que has tocado la guitarra miles de veces, hacerlo te hace feliz.

Esto que parece obvio con una guitarra se nos ha olvidado en muchos aspectos de la vida. Queremos sentir cosas todo el rato como si eso significara amar, valoramos más el subidón del principio que el esfuerzo constante de aceptarse y construir algo duradero; queremos tocar la punta del Everest sin escalar la montaña sólo por el selfie; buscamos llegar al diez -o al cinco- sin estudiar lo que hace falta y queremos ser Paco de Lucía sin que nos salgan callos en los dedos.
Quizás se nos ha olvidado amar y cuidar a nuestra guitarra. Quizás valga más la pena perseverar y aprender a amar rutinariamente que cambiar el objeto de ese amor. Quizás no necesitamos hacer algo por primera vez sino encontrar aquello que repetiríamos mil veces. Darle un sentido que trascienda hasta los momentos de fatiga y sufrimiento. Y entender que, aunque a veces no nos apetezca tocar la guitarra, eso no quiere decir que no nos guste hacerlo.
Puede que todo lo que he escrito tenga algo que ver con las bodas de plata de mis padres, pero no puedo asegurarlo. Lo que sí sé es que la segunda vez que fui al gimnasio en Gante y leí la frase me di cuenta de que ya no era la primera vez que iba. Me sonreí para mis adentros porque ir al gimnasio por primera y última vez no habría tenido ningún sentido.