Revista Opinión

La ultraderecha disfruta de la más profunda convicción de la propia impunidad

Publicado el 10 febrero 2013 por Romanas
La ultraderecha disfruta de la más profunda convicción de la propia impunidad La ultraderecha disfruta de la más profunda convicción de la propia impunidad La ultraderecha disfruta de la más profunda convicción de la propia impunidad Supongo que a estas alturas de la película todos sabemos ya que lo que caracteriza a la derecha es su autoconciencia de impunidad. Sabe que haga lo que haga, incluso los peores crímenes, Hirosima e Irak,   quedará impune. Porque supongo que también estaremos de acuerdo en que la derecha es el poder. Y el poder nunca, nunca, nunca se autocastigará a sí mismo. Toda esa inmensa parafernalia de policía nacional, municipal y civil, todos esos innumerables tribunales de aguas, de honor, civiles, penales, administrativos, de cuentas, de Ginebra, Estrasburgo, etcétera, no son sino las máscaras que adopta el poder para intentar legitimarse. Pero todos estos vectores apuntan hacia un sólo sitio, el capital, el jodido, el canallesco poder económico. Ya sé que seguramente resulta pesada, insoportable, mi machacona insistencia con el más terrible de los axiomas, todo no es sino economía.  Claro que existe, y se hace notar sobremanera, ese terrible poder de los portaaviones y de los drones. Y el emperador Jones, aquella formidable anticipación de Eugenne O'Neill, no sólo se halla ya en su sitio lógico sino que actúa con la inexorable falta de misericordia que corresponde a los supremos mandatarios y asesina con su insuperable frialdad a todos los que se oponen realmente a los designios de unos pocos señores que no salen de sus rascacielos.  Pero Lampedusa lo dejó muy claro: es preciso que todo cambie para que todo siga igual, no por otra cosa sino porque es mucho más barato, la jodida economía otra vez. Es mucho más barato adoctrinar a las masas, engañarlas, embrutecerlas, hacerles adorar a todos esos diosecillos falsos con los que se entretiene, que echarles encima a la policía y los ejércitos. Les juro a ustedes que se trata de una mera cuestión de economía no de compasión o de misericordia.  Para eso se han inventado esas falsas ciencias que han dado en llamar sociales pero que nunca alcanzarán los niveles de eficacia de la religión. Entre esas falsas ciencias se halla el Derecho.  En el fondo del Derecho debería de estar la Justicia, sí, pero ¿qué coño es la Justicia?, y el viejo Ulpiano viene y nos dice que el arte de dar a cada uno lo suyo, o sea que, en el fondo, de todo se halla esa maldita cosa de la que nuestro presidente, que no podía elegir mejor, se hizo registrador, la propiedad.  De modo que yo tengo todo el derecho del mundo, es de la más absoluta justicia, que a mí se me dé todo lo que es mío, lo que necesito, como ser humano, para sobrevivir con cierta dignidad.  Pero con todas estas palabras no hemos hecho sino diferir el problema: ¿qué es lo imprescindible para la supervivencia del hombre? Una cierta cantidad de alimentos y una vivienda para guarecerse.  Aprovecho, por los pelos, la ocasión para demostrar que el imperativo categórico marxista-“de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”- es mucho más generoso que el legal puesto que su exigibilidad va más allá de lo imprescindible y se preocupa incluso de sus necesidades generales.  Pero, como siempre, me he desviado de mis propósitos iniciales. Yo quería demostrar que el poder utiliza más el camuflage, el disimulo, la hipocresía, el cinismo que la pura y dura fuerza.  Desde Lampedusa, sabe que es mejor para todos sus fines convencer que dominar, engañar que atropellar, aunque en el fondo, todo sea lo mismo.  De modo que, ahora, los jueces acabarán diciendo como con lo de Naseiro, Sanchís, Camps y tantos otros que, en el fondo, no hay ninguna clase de ilegalidad, ésta es la palabra sagrada, sino una serie de apariencias arteramente construidas por la pérfida izquierda, que no es sino aquella que sólo ve el lado malo de las cosas.  Y Bárcenas se irá, como Naseiro y Sanchís, y todos los demás tesoreros del PP a disfrutar impunemente de sus inmensas fortunas, a expensas del hambre y de la muerte de innumerables inocentes, aquellos santos de los que nos habló tan bien Delibes.  Y, encima, los que al menos teóricamente defienden a los débiles quedarán, como siempre, como los malos de la película: exactamente igual como los jugadores del Barcelona, cosidos a patadas, tundidos hasta lo insuperable por esos angelitos que son Pepe, Alonso, Essien, Albeloa, Marcelo, etc., porque se empeñan, leche, en ganarles a los que no se les debe ganar, porque han sido los elegidos por Dios para jugar en el Real Madrid, que no es sino la forma más sublime de la predestinación. De manera que hasta el más inocente de los santos futbolistas que nunca se haya visto por esos campos de Dios, no es sino el más peligroso y artero, astuto, de los jodidos demonios que parece bueno pero que no lo es, sino que luego, cuando no están ya las cámaras, esos terribles chivatos, que nos muestran a Albeloa y Alonso aboteteándole impunemente ante las narices de los árbitros, se convierte en ese encrespado demonio que le dice “bobo” a Albeloa ¡delante de su esposa! Y a Karanka lo que desgraciadamente, para su propia dignidad, es, un triste y patético muñeco.   Y es que la derecha repite sus esquemas en todas las materias: si estalla un escándalo como por ejemplo el de Bárcenas, la derecha no lo acepta, niega descarada y cínicamente su existencia y da siempre su característico paso más: se trata de una invención, de una maquinación, de una conspiración de la izquierda: los papeles de Bárcenas no existen, es una creación de la izquierda, una burda falsificación, en realidad, acaban diciendo, no es sino una nueva maniobra de Rubalcaba como aquella que le salió tan bien manejando los atentados del 11M. Y lo mismo sucede con el fútbol, los malos son los del Barça porque se atreven a denunciar los atropellos que con ellos se cometen y, como siempre, la derecha, el Real Madrid, utilizará la fuerza de los adictos tribunales para reprimir a la izquierda, para que aprenda así, de una jodida vez, que debe de asumir su inexorable destino: que está ahí para recibir los palos y, además, bendecir a su inexorable verdugo.

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