El edificio de 64 viviendas de la pareja Rueda y Pizarro vivió de pleno ese momento y representa con fidelidad los avatares de ese desarrollo urbanístico de Madrid. El estudio ganó el concurso en 2005 y desde entonces "pasó de todo", reconoce María José Pizarro. Le dieron la vuelta al diseño, la obra estuvo parada casi dos años cuando la crisis golpeó a la constructora, y hoy, lo que hace siete años lo que era un solar sin referentes se ha convertido en un inmenso desarrollo medio construido y medio poblado, cuyos habitantes tendrán que esperar media hipoteca para poder hablar de él como 'mi barrio'.
El punto de partida, abstracto, sin referentes estéticos más allá de la imaginación, es un factor común a todos los arquitectos que han alimentado ese muestrario tan heterogéneo que es el PAU de Vallecas. "Al no tener dónde agarrarte sólo puedes manejar dos o tres parámetros. Para nosotros, el más importante era la orientación", explica Pizarro. "Nuestra principal preocupación fue ganar la mayor superficie posible de fachada sur".
Y la coherencia estética y en el volumen, frente a la "perversidad del planeamiento", ya que el proyecto tenía el inconveniente de ser sólo uno de los cuatro edificios de una manzana donde cada promotor podía interpretar -y así ha sido- la normativa como le viniese en gana. "De ahí que buscásemos, ante todo, una continuidad de fachada y una volumetría unitaria", explica Pizarro. Por eso, para ellos la forma peculiar del edificio condicionada por los retranqueos de 45% en las plantas baja y superior, y el 'vaciado' central entre los dos bloques, "no es caprichosa", asegura Rueda. Responde, por un lado, a esa persecución del sur al que están orientadas dan las ventanas de mayor tamaño, las que iluminan los salones y las zonas de estar. Y, por otro, como solución a la normativa municipal, que exigía recortar la esquina del edificio. "Nos permitió evitar el mordisco del chaflán y mantener la unidad estética del bloque".
Y arriba igual, la fachada inclinada de los áticos remata esa imagen sólida y uniforme del edificio, que sortea una normativa que obligaba a comerse una porción de espacio para crear áticos con terraza.
Aislamiento exterior
Otra de las características singulares del edificio es el acabado exterior. Al tacto, la fachada del edificio es como una corteza de un árbol, pues desprende un sonido hueco. De dentro hacia afuera, la epidermis del edificio cuenta tres capas que, por dentro, quedan clavadas a la pared de ladrillo gracias a una malla de refuerzo, de plastico, muy rígida. "Sobre esa malla, que queda clavada a la pared, se empiezan a dar los morteros", dice Pizarro. La primera capa, explica, es un cemento hidrófugo, es decir, un mortero gris oscuro que repele el agua e impermeabiliza el edificio; la capa intermedia de mortero sirve de transición y de pegamento con la capa superficial, el reboco, "compuesto por una capa muy fina de cemento cuyos acabados se obtienen mediante lijadoras", concluye."Es una fórmula que se usa mucho en rehabilitación, especialmente en Europa central, pues evita quitar metros de habitabilidad, no tienes que desalojar a los habitantes, es már rápida y los acabados son muy buenos", afirma Pizarro.
Qué hacer durante y después de la crisis
El parón constructivo ha llevado a la pareja a cerrar temporalmente el estudio que mantenían que, por otro lado, nunca alcanzó un tamaño desorbitado. "Llegamos a un punto en el que mantener el estudio era sinónimo de tirar el dinero". Su actividad es, por el momento, únicamente docente, "en situación de espera", investigando y rematando proyectos, como una escuela infantil en Leganés."Nosotros somos jóvenes a medias, pero para los arquitectos que arrancan, la única salida posible está en la Administración, porque en el sector privado les será imposible", afirma Rueda.(José F.Leal. elmundo.es)