La unión no hace la fuerza

Publicado el 14 mayo 2013 por Fragmentario

En su columna de Infobae de hoy, Yamil Santoro plantea dos preguntas que a mi juicio son contradictorias: ¿Cómo vencer al kirchnerismo?¿Cómo unir a la oposición? La idea de un frente de unidad para desplazar al oficialismo, que de también plantea el Frente Amplio Progresista en sus coqueteos diarios con la derecha, no deja de ser un planteo kirchnerista: la división entre modelo y oposición contribuye a la idea de que contra el gobierno sólo hay ideas dispersas e incoherentes cuyo único consenso es derrotar al mismo enemigo. Intentando resolver ese escenario en esos términos, se lo legitima. Reconoce la debilidad y se convierte en una proclama de desesperación.

La unión de las fuerzas opositoras no es inédita en la historia. La revolución francesa, la guerra civil española y el ascenso de los fascismos han provocado la curiosas situaciones en que liberales, conservadores, socialistas y anarquistas dejaron de lado sus diferencias para combatir al poder instalado. Pero también es la experiencia de la Alianza que llevó al país al abismo y que hoy radicales y socialdemócratas (muchos de ellos igual de criminales que los que tienen como enemigos)  intentan reconstruir. La historia demuestra que lo que puede ser justificable en términos de guerra no funciona en tiempos de paz: el estado de excepción es la condición, nunca el resultado.

Nos encontramos entonces con otra lectura equivocada: entre los partidarios de la unidad electoral de todo el arco ideológico hay quienes creen, de verdad, que están combatiendo al fascismo. Si el kirchnerismo es jacobinismo sin revolución, la oposición es resistencia sin dictadura. Los regímenes dictatoriales lo son, entre otras cosas, porque denunciarlos implica la cárcel o la muerte: no se caracterizan por la debilidad de la oposición sino por su ausencia de otra forma que no sea la clandestina.

El frentismo sin programa no ayuda a recuperar la fortaleza de los partidos sino justamente a destruirla: no hay partidos fuertes sin la exclusión de las ideas del otro. Los intereses de los partidos liberales y los partidos obreros son opuestos y está bien que así sea. Suponer que un interés circunstancial (el rechazo a la corrupción, la denuncia del autoritarismo) puede unir a enemigos históricos en un proyecto común es ingenuo y antipolítico. Con Yamil coincidimos en que la alternativa no pasa por el oficialismo ni por el lanatismo, dos sectores que, paradójicamente, creen que la oposición está destinada a ser una misma cosa.