Artículo Narrativo No.017 –11 de diciembre de 2023
Por Kominsky*
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Si a un ser humano lo definen las batallas que libra, yo quiero ser parte de su tropa.
Un líder intelectual, se define como aquel que utiliza su genuino conocimiento con el objetivo de compartirlo con los demás.
Valiéndose de ese rasgo, Alejandra Omaña ha creado valor, generando raciocinio a través de la visualización de posiciones que remaban contra corriente. En un principio a través de su acrisolada prosa, su espontánea osadía, que le abriría camino a una voz potente y singular.
“Siempre transité la realidad como una observadora, y eso es algo que nunca he abandonado”, decía semanas atrás.
Nacida en Cúcuta, frontera con Venezuela, hija de clase trabajadora, donde no sobraba aquello que no hacía falta, forjó una personalidad resistente al gris y al adoctrinamiento de la insuficiencia.
Estudió comunicación social en la Universidad de Pamplona -Santander-, participó como organizadora de La feria del Libro de Cúcuta y su vía de escape la hallo en el laberinto de la escritura personal, “comencé escribiendo historias de las que yo formaba parte, ya que en ese contrabando nací, en ese conflicto armado, en esas masacres del norte de Santander. Digamos que no era algo que yo haya investigado, sino algo que yo había vivido”, esgrime la periodista.
Bajo ese ímpetu, trazó las líneas de su pensamiento, encontró un espacio saturado de controversias y pre conceptos, al cual señala, “lo hacía gratis, en mi intento de visibilizar las historias y notar mi voz, lo hacía desde la honestidad y no como una pretensión, ya luego comenzaron a surgir oportunidades y primeras publicaciones de crónica remunerada”.
Así llegaron los artículos en medios como Las 2 orillas, donde publica quizás uno de sus relatos más polémicos y categóricos – El Cucuteño promedio -, en el que ensaya una sagaz crítica a la sociedad que la rodea y de la cual formaba parte.
“Ese artículo ya tiene muchos años, y lo interesante es que, con el paso de tiempo, aún sigue generando cosas. Días atrás me contactó una estudiante de comunicación, ya que en la Universidad donde se está formando, la propuesta era analizar el artículo, y me pedía que le enviara una reseña o comentario, o si mi perspectiva había cambiado con el transcurrir de los años. Lo que me sucedió, ya que tuve que releerlo, fue reírme. En realidad, por cómo estaba escrito, pero luego una confirmación, porque yo sigo creyendo eso”, y agrega “en definitiva, ese artículo lo que intentaba era reflexionar e interpelarnos a quienes vivíamos allá, que no estábamos en una burbuja, que la realidad era mucho más dura de lo que queríamos ver, y no había motivos para disimularla”.
Como consecuencia a esa publicación, llegaron las críticas – el territorialismo mezquino -, aquellos que rodeaban a la periodista, reprobaron su exceso de honestidad, su tinta corrosiva y su necesidad de liberarse de aquellas cadenas que había roto hace tiempo. “No es un periodismo académico fiel a las fuentes, pero está allí la esencia, denunciar”, reflexiona Omaña.
Una vez más, Alejandra se abría camino entre la valoración y el talento, recibe apoyo de voces autorizadas dentro del periodismo como la de Francisco Escobar y David Samper Ospina, y en 2015 se traslada a Bogotá donde incursiona en otras actividades divergentes a la escritura.
Retoma ese sendero en 2017, año en que publica su primer libro – Relatos de frontera -, del cual describe: “a mí me interesaba narrar, lo primero que advertía al lector era – léase esto como ficción y no como una realidad-, más allá de que si lo era, pero al abordarlo como una ficción yo sentía que existía mayor empatía, no narrar con datos fríos sino con situaciones que podían sucedernos, que estaban allí” y agrega “en ocasiones, hay periodistas de fuste que hacen investigaciones increíbles, revelando un montón de verdades que también logran esa empatía, pero lo penoso es que al mismo tiempo te cierra muchas puertas, lo he vivido a través de mis artículos. Genuinamente, yo quería ir por el sendero de la crónica”.
Una de las reseñas sobre libro, dimensionaba la crudeza del relato, y describía esa sensación al leerlo de que todo se aborda en tono de naturalidad, que el contexto y la frecuencia de los hechos, evidencian la resignación ante un escenario arraigado a la sociedad fronteriza.
Respecto a esta afirmación, Omaña considera, “para mí es muy importante la sensibilidad, y el periodismo de investigación obvia eso, oportunidades que en contraparte la literatura si recoge con mayor trascendencia”.
El tiempo ha transcurrido, la coyuntura le ha revelado otros propósitos, a los cuales ha destinado su compromiso con la misma vehemencia que la ubicó en el centro del debate.
Percibe una sociedad más amable hacia los derechos de la mujer, si bien el camino recorrido aún no logra siquiera acercarse a una verdad congruente, subraya la importancia de que las discusiones encuentren un escenario de intercambio.
Y en ello centra su atención y su espacio, rodeada – ahora sí -, de voces que adhieren al fundamento, y desde allí, gestiona el desafío por fortalecer las voces que aún no encuentran el camino de la comprensión.
Para Omaña, el valor de las causas representa lo que para ella en un momento significó la escritura, – un medio de sanación emocional -, y estos procesos trascienden de la misma forma para el colectivo que hoy aboga. Distintos son los medios y distintos los argumentos, pero hay un hilo invisible que en definitiva enlaza voluntades.
Esta actitud y resistencia, la ha ejercido primero desde el instinto y posteriormente de la inherente asimilación que otorgan las vivencias. Desde 2021 a la fecha, su compromiso público hacia los derechos de las trabajadoras sexuales, ha encontrado en ella, una voz dispuesta a ir más allá de lo trivial.
Primero enfrentó a los colectivos abolicionistas de la prostitución, haciendo énfasis en que “la violencia que hay en el trabajo sexual no proviene del ejercicio directo, sino de la Policía, el Estado, los bancos, las inmobiliarias, de la propia familia y las parejas”. Sus demandas, encontraron apoyo en las parlamentarias Sandra Ramírez y María Fernanda Carrascal, lo cual impulsó una repercusión mayor en ámbitos que antes se los solía invisibilizar.
Le siguió a la discusión, la propuesta de ley que intenta regularizar la industria, y que, en palabras de Omaña, la ley pretende “monopolizar y esclavizar”, favoreciendo a los empresarios en detrimento de los trabajadores del sector. Otorgar la tarea a
La Federación Nacional de Comercio Electrónico Para Adultos – Fencea -, imponiendo reglamentaciones que distan de un ordenamiento, asemejándose más a una enmascarada proscripción.
Por primera vez en 200 años de República, el Congreso de Colombia supo ocupar su tiempo y atención, a derechos postergados y la causa que reclama equidad hacia los trabajadores/as sexuales.
Una vez más, Omaña instalando y tejiendo en el telar de las discusiones imprescindibles.
Sus iniciativas siguen germinando, una nueva semilla literaria – por editorial Intermedio -, asoma entre tantos fines y propósitos que la ocupan.
Será que, ¿el talento intelectual no conoce de límites cuando quien lo abarca lo sabe gobernar?
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