CUIDADO SPOILERS DE LA SEGUNDA TEMPORADA
El inicio de la segunda temporada de Happy Valley, con una conversación tranquila entre dos hermanas tomando el té, es un punto de partida tan bien armado que no puedo menos que felicitar a Sally Wainwright, una vez más, por lo naturales y creíbles que resultan sus diálogos.
Este año, la serie apuesta por introducir tres tramas que acaban confluyendo en Catherine y que la obligan a lidiar con las consecuencias emocionales de su enfrentamiento con Royce, al final de la primera entrega. Los nuevos capítulos borran esa imagen bucólica de la Inglaterra rural de colinas verdes y cielos grises. El Happy Valley tiene sus sombras, sus monstruos, sus propias historias de terror. La agente Cawood lidia con la mafia de Halifax, un asesino en serie de mujeres, un hijo adulto que vuelve a casa, una hermana ex alcohólica, un nieto de nueve años que comienza a hacer preguntas y con sus propios miedos y frustraciones. La sombra de Royce, ahora en la cárcel, es alargada, una constante en la vida de los Cawood que consigue enturbiar sus escasos momentos de paz.
En Happy Valley no hay concesiones al espectador, se muestra un mundo cruel y descarnado. La gente es, la mayoría de las veces, decepcionante y rastrera; las drogas y el alcohol mitigan el dolor y la agonía de estar vivos; la prostitución y la esclavitud laboral, también están en el menú. Parece que en el valle feliz no hay lugar para la esperanza.
Las Cawood
Sarah Lancashire vuelve a dar una lección interpretativa como Catherine Cawood, la pragmática y aguerrida policía de Yorkshire. Catherine es una persona estoica, las pocas veces que la vemos ceder a las emociones, las pocas veces que las vemos estallar, están plenamente justificadas; incluso parece inconcebible que sea capaz de ayudar a los demás teniendo en cuenta su propio estado de fatiga emocional. Como dice Ann, la joven secuestrada en la primera temporada, Catherine es como un Dios bondadoso.
Dentro de la televisión actual hay pocos personajes femeninos tan complejos, realistas y fascinantes como Catherine Cawood. Cierto que el guión de Wainwright es consistente y certero pero sin una Lancashire totalmente entregada, el personaje se quedaría a medio gas.
Grandes escenas
Hay muchos momentos para el recuerdo, la escena de inicio con las hermanas hablando antes mencionada, el desmoronamiento de Clare, el asesinato de Vicky, la confesión de Sean Balmforth – un Matthew Lewis que hace tiempo superó sus años en Hogwarts-, o la escena en la granja. No obstante, mis favoritas son dos escenas del último capítulo, en una Catherine visita a Frances en su casa para intentar comprender a esa mujer obnubilada por un asesino como Royce.
If he looked like Ian Brady, Peter Sutcliffe or Jimmy Savile, would you believe a single word he said? Because on the inside, he looks exactly like them.El monstruo que llevamos dentro no siempre es visible a simple vista. En el caso de Tommy Lee Royce, su belleza externa, un James Norton que tiene todas las papeletas para convertirse en el próximo Tom Hiddleston, no es un reflejo de la perversión de su alma. Sin embargo, gracias a esa bella envoltura consigue cegar a una mujer, luego descubriremos que no es la única, y convencerla de que los crímenes de Royce no son tan atroces como los pintan y de que, en el fondo, su alma puede ser pura.
La otra escena es la de la confesión de John Wadsworth (Kevin Doyle). El detective se ve atrapado en lo alto de un muro por Catherine. Ella le pide que no salte y le confiesa que nunca asistió a un curso de negociación con suicidas. El diálogo entre ellos es tristemente divertido y parece que John va a hacer lo correcto, que va a entregarse y afrontar las consecuencias de sus actos. El desenlace es muy diferente y Catherine, visiblemente afectada, se aferra a una idea: “You stuck a broken bottle inside Vicky Fleming and prayed to God someone else would get caught for it".