La Hammer siempre ha sido muy traída y llevada, por defensores y detractores, el caso es que a mi particularmente siempre me ha encantado. Me ha recordado muchísimo a mi etapa juvenil, cuando podía ver ciertos mitos del terror (y otros no) en la pantalla. Como saben si son seguidores de este espacio, no soy de los que defiende el género de terror sino más bien lo contrario, pero en este caso siempre me ha sido simpático.
Casi siempre la mujer ocupa un papel bastante significativo, mujeres bellas y atractivas aunque a veces no lo sean tanto como actrices. Además la forma de vestirlas con esos vaporosos trajes, semejantes a la seda y por supuesto con sus generosos y estupendos escotes. Por ultimo esos laboratorios que se usaron en ocasiones para más de una película pero que me resultan apasionantes, tubos de ensayo y demás echando humo y burbujas que no paran de bullir.
Identificar una película de estos estudios es relativamente sencillo, si ya has visto anteriormente algunos ejemplos. A continuación doy alguna pista o ejemplo de lo que para mí las diferencia de cualquier otra. Lo primero la sangre, el liquido vital que se derrama en las producciones hammerianas, tienen un color particular, no digo mejor ni peor, pero que es completamente suyo.
Todo ello, al igual que utilizar una serie de actores, directores e incluso guionistas icono, no tenía más que un cometido y por supuesto era el de rentabilizar dichos trabajos. Durante un tiempo funcionó y contaron con éxitos sonados, pero también con muchos fracasos. Aun así es de agradecer que esta modesta productora se lanzara a la aventura y nos dejara el amplio legado que ha llegado a nuestros días.
Ocupándonos de la producción en si, estamos ante la siguiente parte de “La maldición de Frankenstein” (1957), a causa del éxito de la primera surge la segunda, algo muy típico de la Hammer. El caso es que el Barón sigue interpretándolo Peter Cushing, que se ha librado de la horca a cambio de una promesa que realizó a su sirviente para que este lo pudiera liberar. Precisamente su vida actual está dedicada a cumplir esa promesa aunque en ello vaya antes su propia satisfacción personal.
El caso es que Frankenstein no abandona sus ya habituales prácticas por mucho que estas casi le hayan costado la vida. No conforme con perseguir el hecho de crear vida y desenterrar cadáveres para que sirvan a su propósito. Su retorcida mente va mas allá creando un hospital de indigentes don el que suministrar miembros y más miembros para sus retorcidos experimentos.
Pero claro estábamos mal acostumbrados, el monstruo para nada tiene el porte del primero (Christopher Lee). Parece menos engendro que el anterior, es más humano y por tanto menos creíble. Todos sabemos lo que va a ocurrir de un momento haciendo bastante previsible la historia. Incluso el personaje del Barón se hace casi insufrible al dar la sensación de inmortalidad que nos quiere transmitir el final de la película.
TRONCHA