Es La verdad el enésimo relato sobre la pérdida del ideal del periodismo estadounidense, víctima de la dictadura de los índices de audiencia televisivos, de las presiones políticas y sobre todo del poder -económico- de las grandes corporaciones. En ese sentido, no se puede negar que el tema ha sido tratado ya en productos recientes como la irregular serie de Aaron Sorkin, The Newsroom (2012-2014), o incluso en clave de comedia (casi) romántica en la desechable Morning Glory (Roger Michell, 2010). Puestos a comparar, busquemos mejor un referente de calidad, la imprescindible quinta temporada de The Wire (2002-2008) del experiodista David Simon. Ante esta obra, desde luego, La verdad palidece.Siendo justos, la película busca diferenciarse de todo lo anterior centrando el conflicto en su protagonista, Mary Mapes, interpretada por una espléndida Cate Blanchett, que tiene la difícil misión de dar vida a un personaje real, cuya historia es muy reciente (2004). El otro obstáculo al que se enfrenta la actriz es que la subtrama que profundiza en la vida personal de su personaje es lo más débil del guión del director James Vanderbilt. Este -guionista de The Amazing Spider-man (Marc Webb, 2012)- se imagina a Mary Mapes como una superheroína con trauma infantil, como Batman o como el propio hombre araña. El problema es que este aspecto del personaje está expuesto de una forma simple, obvia y poco elegante, cuando el tema pedía ser convertido en subtexto. La verdad funciona mejor en los pocos momentos en los que dudamos de la protagonista -ahí está el incómodo discurso de la mujer del coronel Burkett (agradezco la aparición de Stacey Keach) que saca las vergüenzas de los periodistas- y no cuando la vemos luchar contra los malos malísimos del Tea Party.Por lo demás, el elenco de secundarios funciona gracias a los actores. El que mejor aprovecha lo poco que tiene es Dennis Quaid y la peor parada es la exMad Men, Elisabeth Moss, absolutamente desperdiciada. Por último, el personaje de Dan Rather (Robert Redford) es utilizado como un símbolo -de la ética del periodismo- más que como un personaje humano con aristas y defectos. La elección de Redford apela a la memoria del clásico Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976). La comparación con aquella, desde luego, tampoco resulta favorecedora.