Los ingeniosos chicos de Google le dedicaron ayer un bonito doodle al aniversario de Charles Perrault. Unos dibujitos, como podrán apreciar, de lo más colorido e infantil, persuadidos sin duda por la magia del universo Disney de que el señor Perrault narraba unas bonitas historias pobladas por princesas de rubios cabellos, príncipes apuestos y gatos calzados con elegantes botas, en las que el Mal era vencido y el Bien triunfaba invariablemente. Craso error. Los cuentos de Perrault -como los de Grimm unos años más tarde- se inspiran en su mayoría en leyendas tradicionales y todos sabemos lo mucho que al vulgo le ha gustado desde siempre lo cruento y lo macabro. Vaya, que lo que Perrault hizo es una versión para la nobleza y la alta burguesía de su tiempo de lo que en otros lugares eran los romances de ciego. Por supuesto, aderezados con la correspondiente moraleja, que permitía a sus lectores refocilarse con tranquilidad en los detalles más truculentos, sabedores de que la conclusión moralizante borraba todo pecado.
Tal que así, no hace tanto, se arremolinaba
el pueblo para escuchar historias truculentas
Ilustración de Alexander Zick
Cuando, inexorablemente y a pesar de todas las precauciones, la princesa se pincha y cae dormida, los padres mandan llamar al hada buena, pero como se encuentra muy lejos, envían en su busca a un enano con botas de siete leguas -lo de las botas es muy francés, luego nos asombramos de que Flaubert fuese un fetichista del calzado femenino- y el hada se presenta en un "carro de fuego tirado por dragones". Sería buena, pero algo de susto sí daba. Ni corta ni perezosa, procede a sumir en un profundo sueño a todos los habitantes del castillo (menos sus padres), no fuese que al despertar la princesa se encontrase sola y sin nadie que la sirviese. Incluidos los mastines, los caballos e incluso "los faisanes y perdices que se asaban en las cocinas". Total, que cien años después un príncipe que va de caza pregunta qué hay en ese bosque tan espeso. Las respuestas que le dan son variadas: un castillo lleno de espíritus; un lugar donde los brujos de la región celebraban sus sábat; un ogro que roba todos los niños que puede para comérselos a gusto... hasta que uno menciona a una princesa dormida y el príncipe, "impelido por el amor y por la gloria" se interna en el bosque para rescatarla.Así lo vio Doré
Ahora viene lo del beso, dirán. Pues no, en la versión original el príncipe todo lo que hace es arrodillarse, tembloroso, junto al lecho de la princesa, que acto seguido se despierta. Y -otra de las salidas humorísticas de Perrault- le dice: "¿Sois vos el príncipe? ¡Os habéis hecho esperar mucho!" El príncipe, lejos de achantarse por este recibimiento, cae rendido de amor y ambos se ponen a hablar durante más de cuatro horas (Perrault es específico en eso) de esas cosas que hablan los enamorados. Entretanto, el resto del palacio se ha despertado y "como no estaban enamorados, se encontraban muertos de hambre". La dama de honor, impaciente, les interrumpe anunciando que la carne está en la mesa. ("Menos cháchara, tortolitos", sería la versión pedestre). A partir de ahí, la cosa se pone de verdad interesante. He aquí que el príncipe, -que se apresura a contraer matrimonio con la princesa para (imagino) compartir su lecho- regresa a su casa solo y miente a sus padres diciéndoles que se ha perdido cazando. Desde aquel día, sus expediciones de caza menudean (la madre, como todas las madres, sospecha e intenta sonsacar al hijo, pero este no suelta prenda, en especial porque "la teme, ya que, aunque la quiere, era de la raza de los ogros y cuando veía pasar junto a ella a niños pequeños, le costaba retenerse para no abalanzarse sobre ellos"; vaya pieza...)Los ogros comeniños, todo un clásico de la literatura universal
La cosa dura dos años, durante los cuales la Bella durmiente tiene dos hijos con el príncipe, a los que llaman Aurora y Día. Pero entonces el rey muere y el príncipe, convertido en rey, se decide a revelar su secreto y lleva consigo a su mujer y sus hijos a palacio. ¿Colorín colorado? No, por supuesto. El ahora rey tiene que partir a la guerra y deja como regente a su madre. Esta aprovecha para dar rienda suelta a sus instintos y tiene esta estupenda conversación con su mayordomo:« -Mañana quiero comerme para cenar a la pequeña Aurora
— ¡Ah, señora! -dijo el mayordomo…
— Lo quiero -dijo la reina (y lo dijo en un tono de ogresa que siente deseos de comer carne fresca)- y quiero comérmela con salsa Robert. » *
(Observen de nuevo el impagable toque francés, ¿quién sino precisaría el tipo de salsa?)
Total, que el buen mayordomo la engaña y le prepara un corderito en su lugar, y lo mismo hace cuando la reina quiere comerse a Día y luego a su madre (con esta última tiene más dificultades para encontrar quien la sustituya, porque "habiendo dormido cien años, su piel era más correosa". Siempre el toque mundano de Perrault). El plan de la reina madre es decirle al rey cuando regrese que los lobos se han comido a su mujer y a sus hijos. Pero un día, paseando por el patio, oye llorar a un niño: es el pequeño Día, que llora porque su madre quiere azotarlo por haberse portado mal. (Por aquel entonces aún no estaba prohibido fustigar a los niños, más bien se suponía necesario.) Furiosa por el engaño, decide arrojar a los tres a un barril lleno de víboras, sapos y culebras, añadiendo de paso al mayordomo, a su mujer y a su criada. Por fortuna, en ese momento llega el rey y la reina, ofuscada, se tira de cabeza en el tonel, donde es devorada por las bestias. El rey "no deja de estar enfadado, pues se trataba de su madre; pero pronto se consuela con su bella mujer y sus hijos". (Una madre es una madre... por muy ogresa que sea.)¿Y cuál es la moraleja? ¿Que no hay que comerse a los niños? No: vean lo que extrae Perrault como conclusión: La fábula parece querer decirnos que los agradables lazos del himeneo no son menos felices por haber sido retrasados y que no se pierde nada por esperar. Ahora, no me dirán si no es mucho mejor esta versión, que tiene de todo -sangre, sexo, crueldad- que las modernas y edulcoradas. Educativa, en serio.
Herbert Cole (1906)
*No he podido evitar la tentación de averiguar de qué está compuesta esta salsa. Tiene buena pinta: cebollas, vino blanco, pimienta... Adecuada para carnes, sin duda. No era tonta la ogresa.