La verdad sobre la mentira

Por Soniavaliente @soniavaliente_

El otro día, estuvo en urgencias acompañando a un familiar. En un hospital público. En verano. Después de 5 horas desesperantes, todo quedó en un susto pero la espera en aquella sala atestada le dio qué pensar. Cómo la muerte o la desgracia puede asaltarnos en cualquier lugar. Y con cualquier outfit. En pijama, traje de noche. O de baño.

Como a una adolescente, sollozante, en shorts, top y chanclas, que venía en ambulancia directa de alguna piscina. Estaba aterrorizada y mareada. De repente, los pacientes de la sala de espera se arremolinaron y aunaron para conseguirle una camilla. Otra paciente, se levantó y arropó a la niña con una sábana, ante los ojos vacíos de la madre. Que musitaba un gracias quebrado.

Un accidente cambió la vida de Dan Ariely y comenzó a estudiar la irracionalidad de las mentiras

Las personas, en situaciones límite, no actúan racionalmente. El cerebro es impulsivo y miope. En estados de presión, probablemente no se tomen las decisiones adecuadas. El cerebro es cortoplacista. También con las mentiras y con sus efectos.

Lo pudo comprobar el protagonista del documental “La verdad sobre la mentira”, “(Dis)Honesty: The truth about lies”, (2015), de Yael Melamede. Dan Ariely es un investigador del comportamiento humano que sufrió un accidente gravísimo al estallarle una carcasa. Durante su convalecencia, invirtió los meses de hospital en analizar al personal médico y sus mentiras.

En este sentido, el cerebro se acostumbra a todo. Hay personas con más tendencia a mentira que otras. Y cuanto más cuente, más grandes serán sus engaños. Pero no solo a los demás sino también las que nos contamos a nosotros mismos.

Según Ariely, el elevado concepto que tenemos de nosotros mismos y la falsa certeza de que todo irá bien forman parte del instinto de supervivencia. Pero sobre todo hay dos aspectos que mitigan la culpabilidad por mentir: que el acto sea socialmente aceptado y que todo el mundo lo haga. Eso explicaría tantas cosas…