Nuestra retrospección nos ha puesto de manifiesto que es indiferente calificar al pasado filosófico como conjunto de errores o como conjunto de verdades porque, en efecto, tiene de lo uno y de lo otro. Cualquiera de los dos juicios es parcial, y en vez de pelear más les vale, al cabo, juntarse y darse la mano. (Ortega y Gasset, Epílogo de la filosofía)
Tras preguntar a mis alumnos si les había sido provechosa la lectura de Platón (la posibilidad de ganar unas décimas en su nota de evaluación ha bastado para que fueran a la biblioteca a por uno de esos libros de los que se dice que ya nadie lee), me comentaba uno de ellos que sí, que le había gustado leer a Platón, pero que no compartía nada de lo que decía el filósofo. No he querido confrontar con él mi opinión (aunque tampoco soy un platónico convencido), ni siquiera me ha interesado escuchar por qué no compartía las ideas del filósofo. Me he limitado a hacerle comprender que el valor de una obra no radica en la cantidad de verdad que contiene (eso nadie lo sabe ni lo puede saber), sino en las posibilidades de error a las que nos abre. Una obra no es histórica solo porque conserve en sí el conjunto de ideas pasadas que la llevaron a su concepción, sino porque encierra dentro de sí el camino hacia el conjunto de verdades futuras, todavía por descubrir, a la luz de las cuales se revelarán los errores que antes eran solo posibles en la obra presente. Y es que la verdad y el error se necesitan, como el día y la noche o la enfermedad y la salud...¿o acaso podríamos hablar de cuerpos sanos si no existiera la enfermedad, o de teorías falsas si no existiera la verdad?