Es fácil hablar de películas, analizarlas y criticarlas, pero es complicado hablar de cine, del proceso que hace posible que exista una industria de la que, como una cadena de producción, salgan cada año decenas de títulos. Las interioridades y las decisiones de los altos ejecutivos son las que al final influyen en el tipo de cine que vemos. Y en muchas ocasiones, el tipo de cine que vemos influye de formas insospechadas en la sociedad: en la forma de vestir, en la música y en la visión del mundo de mucha gente. Y sí, es el dinero el que tiene la última palabra. Incluso en la edad dorada de Hollywood, cuando se filmaban obras maestras todas las semanas, sin que sus responsables sospecharan que sus obras eran sublimes, la principal motivación era la taquilla. El crítico especializado y veterano David Thomson, que es además un apasionado de la historia del cine, es una de las pocas personas que pueden mostrarnos un panorama completo de cómo nacen y mueren los grandes proyectos cinematográficos, de las compras, ventas y fusiones de los grandes estudios, de las intuiciones de sus directivos, de los grandes escándalos que han asolado Hollywood, así como de su relación con la política, en forma de censura y de caza de brujas. Como dice Francis Scott Fitzgerald en El último magnate:
"Hollywood se puede dar por sentado, como yo, u observarlo con ese desprecio que reservamos para las cosas que no entendemos. También puede ser entendido, pero solo a medias, y a ráfagas. No hay media docena de hombres que hayan logrado mantener en sus cabezas la ecuación completa del cine."
Una de las características más apreciables del libro de Thomson es qué no se trata de una historia sistemática de Hollywood, sino que el autor se toma la libertad de hablar de escribir las historias que van surgiendo de su pluma - con buena prosa, por cierto - que expliquen mejor las interioridades económicas, artísticas y azarosas que tienen como consecuencia el milagro de una buena película. Por sus páginas desfilan gente como Mayer, Hitchcock, Bogart, Garbo, Nicholson, Spielberg, Coppola y muchos otros nombres esenciales que cimentaron esa fábrica de sueños que sigue siendo Hollywood. Para muchos el cine se transformó en una especie de nueva religión, en la posibilidad de vivir en la sala oscura historias ajenas, de ser otro, en suma:
"Toda película tiene su potencial, y su posibilidad se mueve como un nadador sobre una superficie en movimiento y duración, el parpadeo del tiempo transcurrido que tiene la espaciosidad de la eternidad y la desesperada necesidad de unos últimos segundos de vida. (...) La película que estamos viendo tiene vida propia que no se detendrá hasta que no haya acabado. Podemos marcharnos, pero ella sigue; podemos arrojar basura a la pantalla y la imagen permanece, aunque manchada. Es ajena a nosotros, aunque es toda para nosotros. Los sueños tienen la misma naturaleza contradictoria."
Desde luego Thomson está de acuerdo con esa gastada afirmación que asegura que el cine ya no es lo que era. Se ha transformado más que nunca en fórmulas esterotipadas que dan dinero:
"Pero en los últimos tiempos están apareciendo demasiadas películas que no merecen el espacio del papel que consumiría escribir sobre ellas, y no digamos el esfuerzo. Que desafían cualquier respuesta crítica o indagación verbal. Que están más allá del análisis. El hecho de que todas las películas tengan su crítica correspondiente es un descrédito para un periódico como "The New York Times" y para el cine en general."
Cierto es que la palabra arte no surgió por primera vez en Hollywood, sino, paradójicamente, a través de unos jóvenes críticos franceses que escribían en Cahiers du cinema y luego se convirtieron en grandes directores, como Godard, Truffaut o Chabrol. Ellos fueron los que engrandecieron a figuras como John Ford, Howard Hawks, Alfred Hitchcock, John Huston o Nicholas Ray, que hasta entonces solo eran considerados unos buenos artesanos. Tampoco el gobierno estadounidense hizo mucho por conservar su filmografía nacional, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, por lo que prácticamente la mitad del celuloide rodado antes de los años cincuenta se ha perdido irreversiblemente. ¿Cuántas obras maestras habrán desaparecido sin que apenas hayamos tenido noticias de ellas?
La verdadera historia de Hollywood exuda nostalgia, pero también esperanza en que el cine siga ofreciendo buenas historias, que la industria sea capaz de dejar expresarse a los nuevos talentos que vayan surgiendo. Cultura popular y a la vez parte de la más alta cultura, la buena noticia es que el medio cinematográfico sigue vivo y con buena salud más de un siglo después de su nacimiento. Ni sus grandes enemigos, la televisión y el vídeo doméstico han podido con él. Porque, después de todo, nada puede sustituir a la experiencia de sentarse en una sala oscura con unas decenas de desconocidos y dejarse llevar íntimamente por la magia de una buena historia.