La fábula de la cigarra y la hormiga siempre estuvo conmigo cuando no tenía ganas de estudiar. Pensaba entonces en la cigarra que pasaba hambre durante el invierno, porque en verano no había trabajado, tal como sí había hecho la previsora hormiga, con víveres suficientes para afrontar los meses más duros. Hasta que conocí a las protagonistas del cuento y siento decirles que la verdadera historia es otra.
Es cierto que un verano la hormiga sudaba la gota gorda, mientras la cigarra meditaba, en la posición del loto, bajo un árbol. Pero la realidad es que, de esta forma, la cigarra conseguía ahorrar energía y necesitaba mucha menos agua y comida. En cambio, la hormiga sudaba, perdía líquidos y nutrientes el doble de rápido, así que tenía que recorrer aún más camino en busca de agua y se comía una parte importante de los víveres, que estaba acumulando, para aguantar el ritmo. Un día, agotada, la hormiga se cayó en un hoyo y, aunque pudo salir, lo hizo con una pata rota.
La mandaron para el hormiguero, con una baja laboral, pero, pronto, pusieron en su puesto a otra compañera y las hormigas no sabían qué era eso de un sindicato. Así que se quedó sin trabajo y, como no pudo cumplir con todas las jornadas del verano, le tocó mucho menos en el reparto de comida y pronto se le acabaron los recursos. La hormiga se fue a ver a la cigarra y a las dos les rugían las tripas del hambre. Durante el duro invierno, ambas compartieron penurias y la hormiga decidió pedirle a la cigarra que, por favor, la enseñara a meditar que, quizás así, sería más productivo su siguiente verano...