La versatilidad del populismo

Publicado el 25 abril 2021 por Manuelsegura @manuelsegura

Uno de los mayores e incuestionables méritos de Manuel Fraga y Santiago Carrillo fue estrangular a sus extremos, impidiendo durante los años de la Transición su expansión. El dirigente conservador de Alianza Popular, en primera instancia, con una prolongación de esa ejecutoria llevada a cabo por su sucesor, José María Aznar, frenó en seco las aspiraciones de la extrema derecha para sacar la cabeza. Apenas hubo una nimia excepción, en 1979, cuando el líder de Fuerza Nueva, Blas Piñar, obtuvo escaño en el Congreso por Madrid. 

El proyecto de refundación del Partido Popular en 1989 no solo abarcaba aglutinar al centro-derecha, fagocitando a formaciones como el CDS de Adolfo Suárez y captando como socios a otras de corte regionalista, sino también cortaba las alas a esos infructuosos intentos de crecer electoralmente por su flanco derecho. Durante años, ese espectro político tan solo estuvo cubierto por formaciones extraparlamentarias, testimoniales y de dudosa catadura democrática. La irrupción de Vox en 2018 en el panorama político español, como antes ocurriera con fuerzas similares en otros países mediterráneos -caso de Francia, Italia o Grecia- era cuestión de tiempo, tras la descomposición de aquel PP que bebía de aquellos principios regeneradores.

Algo similar ocurrió con el PCE desde 1977, fecha de su legalización. A los comunistas pata negra, Carrillo los tuvo que reconducir por la senda constitucional con cargas de profundidad como sería para ellos aceptar la monarquía y la bandera nacional. Todo el elenco de formaciones que desde el inicio de la Transición se situaron a la izquierda del PCE fueron cayendo como fichas de dominó. Un ejemplo fue la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), liderada por José Sanromá, grupúsculo de ideología marxista-leninista y maoísta, de cuyas bases salieron algunos dirigentes posteriores de la izquierda gobernante. Llegó a contar hasta con una central sindical de cierta implantación: el Sindicato Unitario. Otros proyectos situados más allá del PCE fueron, por citar solo algunos, la Liga Comunista Revolucionaria, el Movimiento Comunista o el Partido del Trabajo.

El PCE, que en las elecciones generales de 1977 y 1979 obtuvo 20 y 23 diputados, respectivamente, representación muy por debajo de sus expectativas iniciales, fue decayendo en los sucesivos comicios hasta los exiguos 4 parlamentarios que alcanzó en 1982 y 1986 de forma sucesiva. Luego se fundaría Izquierda Unida, en la que el partido se integraría, primero con Gerardo Iglesias y, posteriormente, con Julio Anguita liderando la nueva marca.

Pues bien, aquellos venerables veteranos, Fraga y Carrillo, fueron capaces de hacer lo que ahora no han podido llevar a cabo sus descendientes. Desde 2014, Podemos es ese apéndice que a la izquierda le surgió en los movimientos asamblearios del 15-M, con unas expectativas desorbitadas que, sin embargo, han desembocado en nuevas divisiones. El ejemplo de la Comunidad de Madrid es palpable, donde la izquierda, encabezada por el PSOE, compite de cara a los comicios del próximo 4 de mayo con dos derivadas de aquel movimiento de los indignados: Más Madrid y Unidas Podemos.

Parece que el populismo, a uno y otro lado del tablero, pretende adueñarse de la política. De hecho, otros partidos con mayor implantación han copiado algunas de sus poses para venderse ante el electorado. En la ciencia política, populismo es la idea de que la sociedad está separada en dos grupos enfrentados entre sí: de un lado, el verdadero pueblo y, por otro, la élite corrupta, según explica el politólogo neerlandés Cas Mudde en su obra Populismo: una breve introducción. Aseguran otros expertos que la globalización y el multiculturalismo suelen estar detrás del auge del populismo europeo, cuyo despegue se inició en 2008, pero se acentuó en 2011 con la crisis bancaria, colocando en el punto de mira a los artífices de la misma. Los malos modales suelen ser otro rasgo distintivo del populista que se precie, dejando al margen la cortesía y el fair play que debieran imperar en la política, así como eternizando un estado de crisis permanente. Otro de los rasgos más identificativos del político populista es su versatilidad, adoptando posturas camaleónicas tantas veces como sea preciso. Al tiempo, es capaz de ofertar soluciones sencillas a problemas complejos con la soltura elocuente que solo otorga la más irresponsable de las inconsciencias.

A la complicada situación que vive nuestro país solo le faltaba el condimento de esos que pretenden apagar los incendios con bidones de gasolina. El espectáculo de este viernes, durante el fallido debate en la SER con los candidatos madrileños, es un hito más en esa vertiginosa carrera por dejar patente que los extremos se tocan. Y de que estamos ante unos dirigentes políticos, los peores para los tiempos más difíciles, que aunque finjan pertenecer al siglo XXI, en realidad, no desentonarían ni un ápice si los retrotraemos al Madrid de 1936.

[eldiario.esMurcia 25-4-2021]