Necesitaba recuperar esa vieja sensación de ser ridículo en la misma piel, pero en distinto tipo
O ver el mundo desde la variación.
. Cuando llegué al polideportivo la tarde bullia de actividad y gente. Me confundi entre todos presentandome como Roberte Lem, recien nacido y ciudadano de Bernalia. Me pasee con mis zancadas largas y mis zapatillas de practica color azul-celeste por el cuadrilatero de la ronda cercado al fondo por los puestos de ropa y complementos, la mesa de las musicalizadoras, la gigante barra que ocupaba casi todo el largo de la pista suministrando combustible solido, liquido, natural y alcoholico a los maratonianos y ls gradas de la entrada, donde habia mochilas, zapatos y algunas mesas donde los asistentes descansaban, conversaban o hablaban de sus milongas usuales.
Mis pintas nordicas no desentonaban. Una Tango Maraton es un babel de vestimentas, estilos y personajes.
Cabecee. Baile ligero, pero lento. Tome líquidos energizantes y alcoholizantes. Procure sacar a aquellas muchachas que me parecieron ostensiblemente extranjeras. Seguí los ritos del desconocimiento farfullando un idioma inventado. Actué. Entable diálogos irreales llenos de gesto y lunfardo erróneo. .Si se dio el improbable caso de una conversación en español, torcí la boca y el timbre de voz y luego de soltar jerga inventada acabe la frase con un "No entiende" a caballo entre una entonación polaca y el ingles pesado de un americano subido de copas. Me divertí mucho.
Era uno mas en la pista.
Cuando uno baila sin enseñas, sin ego ni pasado su patria momentánea es ese lugar grande o pequeño, que al cabo de unas horas deja de ser una balsa a merced de las olas y transforma a los asistentes en compañeros de ruta, a los desconocidos en amigos, a los abrazos en chalecos salvavidas.
Cambiaron las luces del día, las percepciones. Las caras eran las mismas, pero otras. Hasta el mismo lugar cerrado parecío mutar con las horas. Aprovechando una clase de chacarera acompañe a un grupo a tomar unos bocadillos y cerveza. gesticulando en Bernaliano. A punto estuve de volverme Catulo cuando me cobraron. Aprecié la belleza y simpatía de las muchachas largando piropos ininteligibles. Hice chistes que los muchachos festejaron sin entender. Mientras ellos iban a su hotel me fui a duchar al Tenebrario cuidando no arruinar la trenza y sin echarle agua a las cejas. Cambie la camiseta por una camisa con motivos florales de Igor Sodisnki el pintor de las abuelas de cementerio. Me puse unos pantalones de cinco pinzas rojo que compre en una subasta al museo de las Glorias Milongueras y con un chaleco negro de fino cuero volví al polideportivo que en las sombras de la noche parecía un ovni, por la iluminación de leds que cambiaban de color ambientando el predio con precisa sugestión.
Los nuevos amigos saludaban contentos a Roberte, ecodiseñador y Fresediano.
Hable, baile. Me deje ir.
Felíz, acaricie la idea de dejarme caer por alguna milonga de las de siempre con mi apariencia. Era sábado noche y los locales igualaron en numero a los visitantes. Mucha gente. Mucho entusiasmo. Sin el bigote y sin el traje, sin la aureola del verso en la palabra ninguno me reconoció. Era un nadie, un dominguero, un extraviado, un Cowboy de medianoche.
Cada pista y cada noche de milonga tienen su vibración, su aura. Una vibración colectiva que comienza en cada bailarín y cada abrazo reflejando el tono general. Esa vibración es espacial y fluctúa con el animo personal de los que bailan y los que esperan. Obedece a factores emocionales y a inasibles conexiones entre los átomos que nos forman, a los que hay que sumar el trabajo del musicalizador, el esmero del organizador junto a su personal y a las expectativas de los asistentes. Si hay buena energía en la ronda se dan ese tipo de noches en que uno puede quedarse sentado sin hablar, mirando la evolución de las parejas en la pista, la belleza del movimiento, la imperfecta forma de resolver lo que podria terminar en un encontronazo y por la improvisación contenida de todas las parejas no rompe la armonia. O salir a bailar todas las tandas sin descanso. El tipo de noche inolvidable que discurre con amabilidad y sin presiones en el que todos vuelan y sufren al escuchar al musicalizador pregonando "Ultima Tanda" En el otro extremo estan esas noches llenas de bailarines que solo quieren mostrarse y tensionan la pista con egoismos. La vibracion del milonguero tenso dispara a los silencios, vuelve frenético el disfrute. Se traslada de pareja a pareja y parece que todos van huyendo en vez de bailar. El milonguero tenso corta la fluidez y priva a la pista del reposado paseo de los cuerpos conversando con el alma. Hablo de tension por tecnica, por querer exhibirse, por intentar una competicion sin comunicacion en donde cada cual baila solo. Por un juego de seduccion mal entendido o por simple interes romantico o sexual. A veces un solo milonguero tenso va modificando el ambiente y la ronda sin que los demás puedan devolverle cordura. Milongas de las que uno se va temprano, insatisfecho y vacio. Aquel sabado hasta la una de la madrugada experimente la delicia y el delirio bailando con una mujer China que ponia todo su calor en el abrazo sin desentonar con sus muchos adornos y con otras desconocidas que me dejaron momentos imborrables. Por el azar y la deriva del paso cerramos muy cerca de otra pareja. Ella estaba de frente y cuando abrio los grande ojos la reconoci. Habia sido la novia de Pastura, aquel al que tragó el corazon de las tinieblas milongueras. No la habia vuelto a ver desde que le entregue sus objetos personales. Yo habia querido encontrarla en las milongas y ahora estaba ante mi. O mejor dicho ante Roberte Lem. En ese segundo que va de un tango a otro parecio que penetraba mi impostura mirandome directamente a los ojos. Por caprichos de la tanda comenzó a sonar "Una vez" baile, pero ya estaba sumergido completamente en la vibracion del milonguero tenso.Tantas noches buscando a aquella mujer y ahora que la veia desde mi apariencia estrafalaria el habito Bernal, su poetica y su pasado me alejaban de la buena energia. Lo supe al terminar la tanda. La tango maraton estaba hasta los topes y plena de vida y buen tango.
Me deje ganar el cabeceo tres veces. Tres tandas pasaron y yo bailando sin disfrutar, alejandome del tono de la ronda.
Seria presuntuoso decir que mi sola tension bastaba en una tango maraton tan concurrida como esa para modificar el ambiente.
Pero sentí la vibración en mi. La discordancia. Abajo de Roberte no estaba el uniforme de Catulo. Solo habia yo. Y la ocasion perdida.
Cruce el parque con mis zancadas un poco más cortas. El polideportivo bullia de color y milongueridad de la buena.
Con el regreso por delante entré en un bar, pedí una cerveza y me dieron el litro que reservan a los turistas alemanes.
Tendría que haberme sacado la trenza. Los ultimos dedos del jarron los tome calientes.
Al otro día volví a las tres de la tarde a ver si encontraba a la muchacha de los ojos grandes, parado en el centro de mi eje Catuliano, con la chaqueta, poesía al hombro y un cansancio resacoso encima.
La pista estaba llena. Algunos apuraban las tandas o descansaban al lado de sus maletas para volver a sus ciudades y milongas habituales hablando de lo bueno que había estado todo. De lo bien que lo habian pasado. Saque a bailar a las mismas muchachas. Sin el toque Lem el baile me pareció soso y desabrido.
Un tecladista se puso a tocar tangos y valses que sonaban a Chopin. Mire a ver si acaso.
Pero no.