¿Alguien piensa alguna vez en la víctima cuando lee una novela policíaca, más allá de su tarea como mero instrumento sobre el que basar la historia detectivesca? Lo dudo. Casi todos nosotros, lectores de este género, nos calzamos los zapatos del detective a fin de descubrir al asesino.
Detective y asesino. Estos dos personajes se llevan los laureles en una novela de misterio y, sin embargo, ¿existiría ésta si no lo hiciera la víctima?
En absoluto.
De hecho, podemos tener un asesino, dos, tres e incluso ninguno (¿qué tal si la muerte fue, en realidad, un accidente?) Podemos tener un detective profesional, aficionado o un narrador que nos cuenta un misterio acaecido tiempo atrás cuya solución él ya conoce.
Pero lo que nunca tendremos es una novela policíaca si nos falta la víctima.
La víctima, algo más que un cadáver
Los escritores de novela policíaca nos esmeramos mucho a la hora de crear y construir los dos personajes que creemos los principales en nuestra historia de misterio: el detective y el asesino. Sin embargo, a veces cometemos el error de no mostrarnos tan concienzudos cuando de la víctima se trata. Al fin y al cabo, ¿no está muerta?
No obstante, y pese a que el lector suele conocerla ya en ese estado, la víctima es el personaje alrededor del cual gira toda la historia, así que debe ser algo más que un cadáver tiroteado en un callejón.
Así que…, ¿qué hacemos con ella?
1. Ante todo, crear un perfil completo de este personaje tal y como hacemos con cualquier otro, pero mucho más profundo.
Ya, lo sé, es terriblemente paradójico tener que dar vida a un personaje al que te vas a cargar, pero no hay otra forma de hacerlo. Así que habremos de inventar un pasado para nuestra víctima, una familia, amigos…; una personalidad, creencias, pasiones, metas… Y, sobre todo: secretos.
2. Luego, además, tendremos que pensar muy bien el modo en el que vamos a proporcionar esta información al lector. Recordemos que nuestra pobre víctima está muerta, así ella es la menos indicada para contarnos su propia vida. Tendremos que darla a conocer a través de los recuerdos y opiniones de otros personajes, así como de los descubrimientos que el detective vaya realizando, Y recordemos que toda buena víctima ha de ocultar algún secreto jugoso.
¿Nos gusta o no nos gusta la víctima?
Pero, además, a la hora de crear al personaje que va a encarnar (he ahí de nuevo la paradoja) a nuestra víctima, tenemos que plantearnos qué tipo de víctima es la que queremos (o necesitamos).
Tipos de víctima
Básicamente hay tres:
1. La víctima Hoy debería haberme quedado en la cama. Es decir, esa que se encuentra con la muerte sin comerlo ni beberlo. O, dicho en otras palabras: el pobre desgraciado que se convierte en víctima de un asesino psicótico que mata por placer.
2. La víctima Pero por qué me matas si soy un tío majísimo. Vamos, el tipo de víctima que gustaba a todo el mundo y para cuyo asesinato nadie encuentra explicación.
3. La víctima Vale, soy un pérfido, ¿y qué? O sea, ése tipo al que todos queremos cargarnos alguna vez. Sí, tú también lo has pensado de tu jefe, no pretendas disimular.
Cada uno de estos tipos de víctima requiere un tratamiento diferente. Dejando al margen el primer tipo (que, sí, debería haberse quedado en la cama), ¿qué hacemos con los otros dos? Porque…, Houston, tenemos un problema. A saber: ¿queremos que al lector le caiga bien o le caiga mal nuestro finado?
Es una pregunta importante porque dependiendo de la respuesta habremos de jugar con nuestro lector de una forma u otra. (Sí, querido lector, no te ofendas pero jugamos contigo como gatitos con el ovillo).
Veamos:
1. Si la víctima era un tipo encantador, nos encontraremos con el problema de hacer creíble que alguien quisiera matar a un hombre fascinante y arrebatador como él. Bueno, vale, que una persona quisiera matarlo está dentro de las leyes del azar, ¿pero tres o cuatro? Ufff, que va. Así que nos quedamos sin sospechosos, ergo, el caso se resuelve en un pispás. ¡Vaya un misterio!
Noooo
2. Por otro lado, si la víctima era un señor Scrooge, entonces nos enfrentaremos a un serio problema: conseguir que el lector empatice con nuestro fiambre. Tarea difícil, por no decir imposible, la de lograr que nuestro lector se preocupe realmente por ese asesinato y prenda en él el deseo de hacer justicia. Al fin y al cabo, el tío se lo merecía, ¿no?
Y, sin embargo, en toda novela policíaca la víctima debería contar con al menos un intercesor. Alguien a quien le desasosiegue su muerte. De modo que, aunque el tío fuera un capullo, más nos vale encontrar un personaje a quien le importe descubrir quién se lo cargó y por qué. Lo cual, bien pensado, puede darnos mucho juego si somos capaces de exprimir la imaginación.
Además de que, por otra parte, con este tipo de víctima sí que podemos tener un numeroso elenco de sospechosos. ¡Todos odiamos al señor Scrooge! Así que algo es algo. Sobre todo porque con tanto sospechoso tenemos un campo bien bonado en el que plantar nuestras pistas falsas.
Si es que… en el fondo nos quejamos de vicio. ¡Escribir novela policíaca está chupao! ¿Lo sabíais?
Pues no sé qué hacéis aquí todavía. ¡Corred a escribir! Mientras tanto yo pongo el punto final al artículo: en conclusión, y después del berenjenal que he plantado en la cabeza de escritores y lectores, si nos tomamos el tiempo suficiente para trabajar el personaje de nuestra víctima, podemos sacar diamante en bruto que luego sólo habrá que pulir sobre el papel. El caso es complicarle las cosas al detective y que el lector se lo pase bien.
¿Y tú, te lo has pasado bien? Pues entonces comparte la entrada, anda.
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