La vida ancha de un hombre bueno

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Hace hoy seis meses que fui absolutamente consciente de la cantidad de gente que quería a mi padre. No es que no lo supiera, porque quien siembra recoge, y sé que ese afecto lo sintió en vida, sino que vi el peso de ese cariño en un solo golpe de vista. Aquel día, cuando lo despedíamos, dije, algo abrumada por tanto afecto, que mi padre, que fue ante todo un hombre bueno, había tenido una vida ancha. Había escuchado días atrás decir a alguien que nos empeñamos en alargar nuestra vida cuando en realidad deberíamos ensancharla. Y ya que la salud no lo acompañó en sus últimos años, pensé que su vida había sido ancha, ancha de experiencias, de rutinas también, de recuerdos buenos, de buenas acciones, de mucho amor...

Y en ese ensanche de vida fue también un hombre humilde, un buen padre, un hombre tranquilo, de pocas palabras, pero leal, honesto, comprometido y extenuadamente trabajador. Siempre he pensado que de haber sido nativo digital se habría ahorrado tantas horas de trabajo de puño y letra. Madre mía, la de libretas que corrigió, horarios que confeccionó de forma manual, apuntes que elaboró y prestó incluso cuando era alumno...

En estos seis meses me he acordado de él a diario, sobre todo me lo he imaginado mientras comentábamos asuntos de actualidad, de la vida que pasa, de las ocurrencias de sus nietas, de decisiones acertadas o erróneas, de lo poco que opinaba de los demás...

En aquella despedida hubo palabras tan veraces como emotivas de tantas amistades, familiares y compañeros y compañeras de profesión, que se acercaron a compartir con nosotros aquella tarde en La Laguna. Entre tantos abrazos y palabras de consuelo, imposibles de citar, quien lo definió mejor que nadie fue su amigo Leopoldo, que habló de "la excepcionalidad de la normalidad". Porque ante todo, mi padre, además de buena persona, fue un tipo normal. Y esa normalidad llevada a extremos lo hizo excepcional. Fue "la excepcionalidad de alguien que pretendió ser siempre una persona anónima, deliberada y voluntariamente anónima", dijo.

Nunca fue un padre que injiriese mucho en la vida de mi hermano y mía, opinaba solo de lo que le preguntábamos, si consideraba que su opinión podía valernos para algo. Realmente hablaba poco y pensaba más. Aquella tarde de su despedida comenté que esa libertad que siempre nos dio me permitió incluso compartir un viaje de estudios, él como profesor, yo como alumna, sin la más mínima incomodidad. "Tú acuéstate a la hora que quieras, pero mañana como una puncha en la guagua sin dormirte", me dijo más de una vez. Y así hice. No sé cómo. La juventud, será. En aquel viaje, él, enamorado de su rutina, salía a correr por las mañanas, como hizo a diario durante más de cuatro décadas; iba muy temprano, sin apenas luz del día, y yo me lo cruzaba en el hall del hotel cuando regresaba de la discoteca. No me decía ni , porque ya el mensaje lo había trasladado con antelación.

Su pasión por caminar y conocer nuevas rutas la compartió muchas veces con mi hermano, que heredó su afición por la naturaleza. A mí me salió más la vena urbanita, pero los pateos a los que sí lo acompañé eran siempre experiencias tan agradables que las recordaba luego con frecuencia.

El arte, la música o los perros se sumaron a sus pasiones. Realmente fue un hombre que con poco se conformaba y lo disfrutaba al máximo; pocas necesidades materiales tuvo para vivir tranquilo y feliz. Un poco obsesionado con los dragos, eso sí, que fue plantando por media isla. La rutina nunca lo perturbó. Y en esa rutina cupieron algunos viajes en familia, los cuatro juntos. Mi madre y yo tres pasos por detrás, mientras mi padre y mi hermano visitaban la enésima catedral gótica del planeta.

Hace seis meses no pude dejar plasmado todo esto y pensé que hoy era un buen día. Gracias a mi madre, por ser la capitana del barco; a mi hermano, por su constancia; al padre de mis hijas y compañero de vida, por ser el sostén diario; a mis amigas, mis suegros... tanta gente a la que agradecer. Y lo bonito del recuerdo es cuando todo lo que te invade es positivo. ¡Qué suerte haberte tenido, papi!