La vida de Gérard de Nerval es muy parecida a la mía, Antonin Artaud

Publicado el 03 septiembre 2013 por Kim Nguyen

Muy señor mío,

Acabo de leer en la revista "Fontaine" dos artículos suyos sobre Gérard de Nerval que me han causado una extraña impresión.
A través de mis libros debe Vd. saber que soy una persona violenta y arrebatada, sumido en espantosas tempestades internas, que siempre he canalizado a través de poemas, de pinturas, de puestas en escena y de escritos, porque Vd. ha de saber también, por mi vida, que estas tempestades jamás las manifiesto exteriormente. Quiero decirle con esto hasta qué punto he sentido siempre que la vida de Gérard de Nerval era muy parecida a la mía y hasta qué punto sus poemas de las Quimeras, sobre los que Vd. apoya todo su esfuerzo de elucidación, representan para mí esa especie de nudos del corazón, esos viejos colmillos de una acrimonia mil veces reprimida y extinguida y de la que Gérard de Nerval a partir del seno de sus tumores de espíritu ha llegado a hacer vivir a unos seres, seres, que ha tomado de la alquimia, que ha reivindicado a los mitos y que ha salvado de la sepultura de los Tarots. Para mí el Anteros, la Isis, el Kneph, Belus, Dagon o la Myrtho de la Fábula, son sino seres inauditos y nuevos que no tienen en absoluto la misma significación y que tampoco transmiten las angustias célebres, sino las angustias fúnebres de Nerval que se ahorcó una mañana y nada más. Quiero decir que la capacidad de represión de gran poeta ante los mitos es absoluta, pero que Gérard de Nerval, como Vd. dice en algunos pasajes de sus artículos ha añadido a ella su propia transfiguración, no la de un iluminado, sino la de un ahorcado y que siempre olerá a ahorcado. Para colgarse de madrugada en un farol de una calle sospechosa es necesario tener torsiones de corazón como primicias de esa inmanencia de ahorcamiento. Es necesario tener unas angustias de las que Gérard de Nerval ha sabido hacer músicas increíbles, pero cuyo valor no reside en la melodía, sino en el bajo, quiero decir, la caverna baja, abdominal de un corazón herido [...].

Autorretrato de Antonin Artaud, 1924